La decisión del Banco Central de aumentar la tasa de política monetaria fue más política que monetaria. Es decir, es más una señal que un impacto económico real. Y así fue recibida. Pocos se fijan, sin embargo, qué realmente está en juego.
A un día de la votación, en general, del proyecto de un cuarto retiro, el Banco Central anticipó la política de ajuste demandada por el capital y duplicó la tase de interés de referencia a 1,75%. Es el mayor aumento en 20 años.
El gobierno, nuevamente, se ha puesto entre la espada y la pared. Ahora, por la presión de los capitales que piden un ajuste económico -aumento de la tasa de interés, recortar gasto fiscal, bajar los sueldos reales de los trabajadores- y la necesidad de sobrevivencia política del régimen, que se expresa hoy en un nuevo retiro del 10% y en el IFE.
El economista Joseph Ramos se quejó de que la gente tiene demasiada plata, por el IFE y los retiros. Eso es malo porque causa inflación, dice. Ramos es uno de esos académicos políticos que van “donde calienta el sol”. Su vida transcurre calmadamente entre sus viajes a Estados Unidos y Chile. Es popular entre la oligarquía que lo adoptó como uno de los suyos.
Sí, así de ridículo, pero así quieren que sea. Si no hemos de comer paltas al menos paguemos el agua. Las sanitarias están preparando el camino para subir el precio del agua.
Un lunes negro vivieron las bolsas en el mundo ante la preocupación de la variante Delta. En Chile, el capital financiero celebró las primarias de los partidos como sólo él sabe festejar: comprando acciones.
La declaración de bancarrota, en Estados Unidos, de la principal sociedad del grupo perteneciente al capitalista Álvaro Saieh, dueño del diario “La Tercera”, gatilló acusaciones de sus acreedores. Dicen que les está robando. El episodio refleja cómo es realmente la clase dominante de nuestro país.
Un aumento de los tributos a las grandes fortunas, un sistema progresivo de impuestos, enfrentar la desigualdad: esas son hoy las consignas del FMI para América Latina. No se volvieron buenos. Sólo algo más realistas. Saben que el plan de ajuste que prescriben para los próximos años será enfrentado por poderosos movimientos populares en todos los países del continente.
Los ministros de Finanzas de las principales naciones industrializadas, agrupadas en el G-7, acordaron implementar un “impuesto mínimo global”. El objetivo, dicen, es impedir que grandes compañías transnacionales eludan el pago de impuestos al asentarse en paraísos fiscales. La verdad es distinta: el plan refleja la lucha desatada por un nuevo reparto del mundo entre las grandes potencias.
No fue el impuesto a los súper ricos, ni el royalty a las mineras, ni el plebiscito, ni la nueva Constitución. Los Matte, Luksic, Piñera, Yarur, grupo Bethia entre otros, de acuerdo con la balanza de pago del Banco Central a diciembre de 2020, “sacaron del país” cerca de US$8.000 millones.
Como si anduviera a sus anchas en San Antonio con Alameda, la Comisión del Mercados Financieros quiere robarles a los pensionados de rentas vitalicias que retiren su 10%. Emitió un instructivo que les aplica un descuento mensual en esa misma proporción hasta el día de su muerte, y no hasta que hayan reintegrado el retiro. Ese el poder del capital financiero.
El Fondo Monetario Internacional mejoró su proyección de crecimiento de la economía para el 2021 y vuelve sobre su guión histórico habitual: pide un ajuste fiscal para enfrentar la crisis pospandemia.
En un nuevo credo se han unido burgueses conservadores y liberales, “progres” y la izquierda para pedir más contribuciones a grandes empresas y fortunas beneficiadas con la pandemia. ¿Qué se esconde tras tan fabulosa solución?
Hay que decirlo. Suena mejor que sacarse la lotería. ¡Hay algarabía en todos los hogares! Las familias chilenas hacen cuentas. Anticipan el destino del 10%. Pagar o alivianar la deuda del banco. Invertir en algún emprendimiento. Enfrentar la cesantía y el hambre. Los 95 votos en favor del proyecto, en plata -¡al chinchin!- son entre […]