El sacrificio de André Jarlan

En las jornadas de movilizaciones del 4 de septiembre de 1984 se conmemoraba la fecha en que Salvador Allende había vencido en las elecciones presidenciales. Ese día moría André Jarlan por una bala disparada por un carabinero.

Un cura de las antípodas del mundo, quería servir en América Latina. Allá en Francia, desde donde provenía no era tan necesaria su presencia. Eran otros tiempos y otros curas. Llegó a la población La Victoria, con sus viviendas de obreros, con los niños jugando en las calles, con la resistencia en las manos. Estaba gobernando la dictadura militar y esa población “emblemática”, como otras, que se transformarían en ejemplo de lucha. Fueron las más golpeadas en las movilizaciones y protestas nacionales. Eran los años de crisis social y económica, los trabajos eran escasos y la comida era rala en los hogares.

Por su fe, por la protección a los pobladores de la Victoria, planteaba la protesta pacífica, en medio de la rabia y la represión diaria.

El 4 de septiembre de 1984, comenzó en la población con un herido a bala. Hernán Barrales caería de un disparo de los pacos, luego moriría. Se encendía la rabia. Aparecían las barricadas, salían los jóvenes a luchar, toda la población. Hubo más heridos. La represión continuaba con su implacable golpear. Todos los pobres eran sus enemigos. Como hoy, los pacos eran serviles a los ricos. Obedecían y golpeaban. Mataban si era preciso, no había dignidad en esos seres.

Entre medio, llegó Pierre Dubois, el otro cura de la población con experiencia en la lucha social del pueblo, que era el párroco. No vio a André. Debía estar en descansando, se dijo. Desde la esquina, un paco disparo una subametralladora Uzi. Una de las balas mató al cura, quien leía la biblia en ese instante.

Los funerales, como muchos de los caídos a manos de carabineros y las fuerzas armadas, fueron multitudinarios. Recorrieron Santiago. Detrás del carro mortuorio iban los pobres, aquellos que no tenían nada y querían un mundo mejor.

Los medios de comunicación plantearían que no se sabía quienes fueron, como hoy, esconderían a los culpables y tratarían de que salgan impunes, como hoy.

Aun siendo un religioso católico, educado, de un país próspero y poderoso, ni así se hizo justicia.

Los pobladores reconocerían al cura, al hombre, que vivió entre ellos y sufrió con ellos. Los tacharían de violentistas a los pobladores y a los sacerdotes, de curas “rojos”. Con el paso del tiempo y la llegada del actual régimen político al poder, la iglesia reajustaría las clavijas y promovería en sus altos mandos a curas conservadores, que se alejarían del pueblo y alentarían la manipulación de las conciencias, los abusos y los más horrendos crímenes, descartando a la iglesia como una fuerza política y social que tuvo impacto en el país, en días de oscuridad.