En un tumulto terminó el intento del “nuevo centro” de la convención constitucional de extender -literalmente, por secretaría- el quórum de dos tercios en el reglamento de la convención. Ante la resistencia, sin embargo, cedió rápidamente.
El “nuevo centro” de la convención, que consiste en el Frente Amplio y la ex-Concertación, iniciaba hoy el momento decisivo: el debate del reglamento. El reglamento es importante porque, en los hechos, fija los límites del texto final.
El proyecto se había generado en un tiempo récord, apenas un mes. La verdad es que, como se ha sabido (gracias a una atenta bloguera de Nueva York), el texto ya estaba listo hace tiempo: se trata de un proyecto financiado por la fundación del Partido Socialdemócrata Alemán, la Friedrich Ebert Stiftung.
Friedrich Ebert fue el primer presidente de la República de Weimar, después de la I Guerra Mundial. Hizo aplastar, con los remanentes del ejército imperial y los “cuerpos libres” financiados por el capital -y que más adelante conformarían el grupo de jefes del partido nazi y de las SS- el movimiento de los trabajadores alemanes a sangre y fuego. Fue el responsable político del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Ebert murió a los pocos años. Su sucesor fue el Feldmarschall Paul von Hindenburg, símbolo de la más oscura reacción y del militarismo y que, en las elecciones subsiguientes, fuera apoyado por la socialdemocracia, “para frenar a los extremos”, los comunistas y los nazis. Hindenburg no era ni social ni demócrata, sino el representante de la declinante clase de los terratenientes Junker y decretó el ascenso de Hitler al poder, quien, a su vez, ordenaría el descenso de los socialdemócratas a los campos de concentración.
“Odio a la revolución como al pecado”, señaló famosamente Ebert en alguna ocasión; de hecho, lo dijo exactamente en la ocasión en que aquella estaba ocurriendo. Un lema apropiado para la fundación que lleva su nombre y que es financiada por el Estado alemán y que dispone, sólo para proyectos de “cooperación internacional”, de un presupuesto de 130 millones de dólares anuales. Una pequeña parte de eso habrá bastado para compensar los gastos, sin duda modestos, de los partícipes de la “propuesta” de reglamento elaborada por abogados y operadores ligados al Frente Amplio, entre ellos los profesores de derecho constitucional Jaime Bassa y Amaya Álvez.
El primero, convenientemente, es vicepresidente de la convención, luego de interminables votaciones y negociaciones en la sesión inaugural. La segunda es coordinadora de la comisión de reglamento. Su nominación, lograda de una manera similar, con una determinación casi incansable por los promotores de su candidatura y gracias a los votos de la derecha, no sólo fue conveniente, sino casi providencial. Eso permitió, como se dice, “pasar máquina” y componer en la comisión, artículo por artículo, inciso por inciso, un rompecabezas que era igual a la imagen inicial que ya tenían lista. Sus oponentes en la comisión, el PC, los representantes de los pueblos originarios y el espectro de los “independientes de los movimientos sociales”, no la vieron venir, ni tuvieron los votos suficientes para romper el bloque entre el “nuevo centro” -FA y ex-Concertación- con el pinochetismo.
Así, el proyecto que se comenzó a debatir ahora en el pleno es una copia fiel de la “propuesta” que ya estaba cocinada.
Sus características son convencionales. Tratan de asimilar la convención constitucional a una cámara legislativa: la dividen en comisiones, donde se “cocinan” las leyes en detalle y después se votan en un pleno. El objeto de este procedimiento es esencialmente conservador. Se trata de evitar que mociones “populistas” o que se fundan en “mayorías circunstanciales” puedan ser aprobadas directamente, sin pasar por un filtro que permita depurarlas, demorarlas o archivarlas.
Pero elaborar una constitución no es como el trabajo de la Cámara de Diputados. Allí, en el mismo tiempo asignado a la convención, se deben ver reformas a la constitución, aprobar tratados internacionales, debatir un cuarto retiro de los fondos previsionales, declarar feriados irrenunciables, estudiar y votar el presupuesto del Estado, subir penas por delitos o crear nuevos, decidir sobre innumerables proyectos de acuerdo, saludar a clubes deportivos o del adulto mayor en su aniversario, etc., además de comer, tomar café, conversar, politiquear y, en general, y sobre todo en este período, asumir una parte sustancial de la dirección política del Estado.
Lo que el proyecto de reglamento de la convención quiere evitar a toda costa es que se fijen principios o ideas generales que después deban ser traducidas en normas constitucionales. Por eso se establecen una serie de comisiones que ya prefiguran el propio texto constitucional en la forma deseada. Y en ellas se espera aplicar el mismo procedimiento: se parte de un esquema ya armado, pero no discutido ni conocido, y se estudia artículo por artículo, aisladamente, hasta que la magia quede hecha: un texto constitucional al gusto del régimen, nadie sabe cómo.
Para que eso resulte, sin embargo, hay que tomar precauciones, todas ya previstas en el borrador de la Friedrich Ebert: nada de principios generales; los dos tercios son intocables; los plebiscitos dirimentes, malos; y la “participación” ciudadana puede ser cualquier cosa, menos vinculante.
Y ahí pasó el accidente.
La precisión germana es proverbial, pero no infalible. Y las virtudes prusianas flaquean notablemente cuando no todo va según el plan. Ya había problemas. Otras comisiones habían puesto sus propias propuestas, que contradecían el borrador del “nuevo centro”. También estaban los escaños reservados que, a diferencia de muchos otros constituyentes, también saben exactamente lo que quieren de la nueva constitución.
El “nuevo centro” pretendió dejar todo eso a un lado, a sabiendas que debería recurrir nuevamente a la derecha para lograrlo. Y eso no es bueno, porque si el bloque con la derecha se vuelve permanente ¿cuál es el sentido del “centro”, más aún si es “nuevo”?
Y, además, estaba todo el lío del Pelao Vade… Mucha presión.
El punto es que la mesa de la convención intentó frenar todos los elementos molestos ampliando las materias del reglamento que deberían ser votadas con dos tercios, específicamente, las consultas indígenas. Y para que no se notara, le encargaron al secretario de la convención que lo informara como una cosa de él, en la noche, a pocas horas de la sesión.
En la mañana siguiente, en el pleno, quedó la grande.
La presidenta de la convención dijo que no era culpa de ella, porque había estado todo el día declarando ante la PDI, una obligación que, por lo visto, es absolutamente imposible aplazar.
El vicepresidente espetó que, si los opositores seguían alegando, el proceso constitucional mismo estaba “en peligro” y, ya exánime, tuvo que rogar misericordia: “¡esto no es la forma!” o, más preciso, “¡ezto no ez la forma!”, remarcando las eses, como queriendo subrayar fonéticamente su pedido de clemencia.
Escándalo. Tumulto. Negociaciones. Perdón, perdón.
La solución: un compromiso. Como siempre. Pero un compromiso peligroso para el “nuevo centro”, que siente como se la va el piso debajo de los pies.
Se aplaza todo y se votará qué normas del reglamento van con dos tercios y cuáles no. Por seguridad y para prevenir una catástrofe, el quórum requerido es de… mayoría absoluta. Por lo visto, durante el fin de semana, los alemanes de la Friedrich Ebert van a tener que hacer unos seminarios de reforzamiento, para templar, como el acero Krupp, a esos endebles centristas aus Lateinamerika.