La decisión del Banco Central de aumentar la tasa de política monetaria fue más política que monetaria. Es decir, es más una señal que un impacto económico real. Y así fue recibida. Pocos se fijan, sin embargo, qué realmente está en juego.
El presidente del Banco Central, Mario Marcel, un burócrata probado en los organismos financieros internacionales y en el ministerio de Hacienda, es famosamente aburrido y gris. Escuchar sus exposiciones son un desafío a la perseverancia y la paciencia. Pero esta vez, se le acabó la paciencia a él, lo que no deja de ser bastante audaz, para no decir patudo.
“No hay nada más frustrante para cualquier persona que los ingresos que le ha costado ganar se vayan entre los dedos como producto de los aumentos de precios. Y que después de la alegría de haber recibido un subsidio, darse cuenta de que, en realidad, parte de ese subsidio se perdió porque la inflación se lo comió”, señaló. Y sentenció que la decisión de aumentar la tasa de interés “es una economía a escala humana”.
Marcel le estaba respondiendo a un dirigente del Partido Comunista que, en Twitter, había dicho que el Banco Central no tenía “idea de economía a escala humana”, y que su referente “son las 7 familias ricachonas. Para la galería, hace años, inventaron la cuenta verde del Banco Central. No duró nada. No creen en nada, salvo el lucro, las ganancias, el capital especulativo. Son una lacra”.
Sin embargo, el candidato presidencial del Partido Comunista, Gabriel Boric, no cree que los consejeros del Banco Central sea una lacra o que respondan al capital especulativo o que lo único que les interese sean las ganancias y el lucro de esos mismos capitalistas o de las “siete familias ricachonas”. No. Porque lo que Boric cree es que el “Banco Central es autónomo, serio y actúa con responsabilidad”.
Así las cosas, cabe suponer, que considera también perfectamente lógico que para que la inflación no se coma parte de los subsidios o de los sueldos, lo mejor es eliminarlos y bajarlos. Obvio ¿no? Así uno es evita esas molestas frustraciones.
En verdad, una nueva cumbre del “antineoliberalismo con altura de miras” chileno.
Pero, tanto el compañero Juan Andrés Lagos, el del tweet, como los demás están haciendo demasiado asunto del alza de la tasa de interés. No se fijan en lo principal. O lo quieren ocultar.
El aumento de la tasa de referencia fue decidido por el Banco Central un día antes de la votación en general, en la comisión de Constitución de la Cámara de Diputados, de un cuarto retiro del 10% de los fondos previsionales. Ocurrió, también, en vísperas de la publicación del Informe de Política Monetaria, que es el principal pronunciamiento del Banco Central sobre la coyuntura económica y sus perspectivas.
Los números pueden engañar. Por un lado, el aumento de la tasa de interés fue de un 100%, el doble del nivel anterior. Eso suena a mucho. Pero si el nivel anterior era 0,75% y el nuevo, 1,5%, bueno, en realidad no es tanto lo que se mueve la aguja. Se trata de tasas históricamente muy bajas y que reflejan el intento, desde la gran crisis del 2007-2008, de mantener la economía andando mediante un abundante suministro de plata barata.
Tanto es así, que las tasas de interés fijadas por los institutos emisores del mundo están tan bajas que ya han perdido importancia, porque, de nuevo, no mueven la aguja. Esas tasas de interés -“de política monetaria”, “interbancarias”, “de referencia”, etc.- son, dicho bien en bruto, el precio que cobran por venderle dinero a los bancos comerciales, para que estos hagan negocios con él, es decir, emitan préstamos a empresas que quieren invertir, intervengan en el mercado inmobiliario con créditos hipotecarios u ofrezcan créditos de consumo a la gente, etc.
Único problema: eso no ha bastado para estimular a las grandes economías, incluso cuando las tasas han estado en cero o son negativas, es decir, pagan para que el capital financiero se lleve la plata. Por eso, las grandes potencias económicas han recurrido a otros mecanismos para estimular las economías: la compra y recompra de bonos del Estado o de privados, de acciones, etc.
El efecto ha sido, no una gran expansión económica, inversiones, aumento de la producción, sino el traspaso de todo ese dinero a la esfera financiera, inflando el precio de las acciones, y aumentando el endeudamiento de las empresas y de los Estados: total, se dicen, está barato.
Claro. Pero… igual hay que pagar, algún día. Y será mejor que no sea justo cuando decidan para la maquinita de imprimir billetes.
Ese el dilema que enfrentan las grandes potencias industriales. Los consejeros del Banco Central chileno poco tienen que opinar en eso. De hecho, su decisión sorpresa la tomaron después de esperar ansiosamente qué iban decir los responsables de la Reserva Federal en un retiro de fin de semana en la, contrario a lo que nombre sugiere, muy elegante localidad de Jackson Hole, en Wisconsin.
Como, después de zamparse varios lomos de búfalo y montones de truchas grillé, no dijeron nada, porque tampoco saben cómo hacer lo inevitable, los señores (y la señora) del Banco Central acá en Chile se quedaron en blanco.
Y para que no parezca que están pintados, decidieron lo de la tasa de interés, pero para remarcar otro punto: el ajuste que viene tiene que ser un shock impuesto al país.
Es lo que dice el IPOM, el Informe de Política Monetaria (y lo que adelantamos ayer aquí mismo). De hecho, parte del supuesto de que, luego de la recuperación económica registrada este año, el 2022 la cosa vuelve a bajar y, el año siguiente, asoma una recesión. Y eso, si todo sale bien.
El problema, dice el Banco Central, serían los retiros de los fondos de pensiones, porque liquidarían definitivamente a las AFP y “un escenario donde se dilata el inicio de la consolidación fiscal. Una situación como esta podría provocar efectos importantes en la economía, requiriendo una reacción más enérgica de la política monetaria para ajustar los desbalances macroeconómicos.” Lo que quieren decir es que tienen que parar el IFE ya, y empezar a recortar el gasto público. Es un mensaje a Piñera y su proyecto de presupuesto para el próximo año, que se debatirá, ¡ay!, ahora en plena campaña electoral.
El ajuste significa parar la economía en un aspecto específico: que suba el desempleo, para así presionar los salarios de los trabajadores. Significa también recortes a los servicios sociales, a la educación, salud, etc. que provee el Estado. De ese modo, se pretende reducir el déficit del fisco, algo que piden los acreedores externos, y aumentar las ganancias de los empresarios, que es el objetivo esencial del capitalismo, a costa de los trabajadores.
El Banco Central de un país dependiente es un organismo dependiente. No pesa gran cosa. Sus integrantes pueden serios o frívolos, responsables o arriesgados, preparados o ignorantes, autónomos o políticos. Da lo mismo. No mandan nada en un país sometido a intereses externos. Pero expresan, dentro del Estado, los intereses del capital financiero de manera pura, aunque en un lenguaje deliberadamente críptico, casi como en clave secreta.
Lo que queda definido es el terreno de lucha. Porque está ya claro que los partidos del régimen, los candidatos presidenciales, van a someterse a lo que sea que les dicte el capital, incluso si eso significa su propia ruina.
El punto es que la clase trabajadora ya está sobre aviso. Y la batalla que viene es grande. Lo que quisieran sus enemigos es derrotarla. Quisieran someterla a la pobreza y la cesantía. Quisieran romper su poder, ahogar la dignidad conquistada en las calles de una vez y para siempre.
No tienen cómo lograrlo, pero la lucha hay que darla. Y ganarla.