Las personas trabajadoras todos los días perciben realmente la subida de los precios en los productos que se compran en los supermercados, almacenes y en las ferias. Esto es real, pero ¿qué está detrás de esto? Parece ser artificial, especulación. Si es así ¿a quién beneficia?
La inflación se produce cuando aumentan los precios de los productos de manera sostenida, medidos generalmente en un año. Esto hace que se puedan adquirir menos productos con el dinero que lo que podíamos comprar hace un año, lo que indica que nos empobrecemos o que la moneda de intercambio pierde su valor real.
Hasta la saciedad, expertos económicos de toda ralea dan su veredicto sobre la inflación y cómo esta es mala para el país. Dicen que la culpa la tienen las personas, pues tienen en sus manos más dinero que el que debieran tener por su condición socioeconómica; algo bastante clasista, por decir lo menos. Dicen que el IFE, los diversos bonos y el 10% han hecho que las personas tengan más ingresos, más dinero y lo gasten. Lo fundamental aquí es esto: si tienes más dinero no lo puedes gastar, pues afectas a la economía, pues inyectas más dinero al mercado y eso lleva a que suban los precios, pues hay más demanda de productos. Si hay más demanda y no hay la suficiente oferta, los “pobres empresarios” están obligados a subir los precios de los productos. Esto es falso, pues parte de la base de que las personas que compran están al arbitrio de especuladores o estafadores, que suben los precios según su voluntad para ganar dinero a costa de empobrecer a los demás. Es lo mismo que pasa en un terremoto, donde los especuladores son sancionados porque es un delito. En cambio, en circunstancias normales, lo mismo no se sanciona. Es bastante rara la ley.
En nuestra sociedad es posible darse cuenta por qué tanto revuelo con la inflación. Tiene que ver con la clase trabajadora. La burguesía es la que maneja los hilos de la economía, fija los impuestos, los niveles de empleo, las tasas de interés e incluso el dinero que circula. Su gran plan es mantener todo funcionando de acuerdo a sus intereses, un porcentaje que esté en la pobreza más dura, un contingente masivo de trabajadores de todo tipo ganando un sueldo que le alcanza para vivir sin zozobras, pero siempre al límite, y una clase burguesa que no necesita trabajar para vivir.
Si alguno de estos equilibrios se debilita, todo entra en una vorágine que indica peligro para la clase que no trabaja. En el caso de Chile, este tiempo de crisis sanitaria forzó al Estado, al igual que en muchos países del orbe, a tomar medidas para que la gente no se muriera de hambre y tuvo que dar su brazo a torcer con los sucesivos retiros del 10%, y luego con el IFE. Esto hizo que muchas personas trabajadoras, quizás por primera vez en su vida, tuvieran el mismo dinero que ganaban de por sí, pero sin todos los gastos que hacían. Eso significó que podían gastarlo en cosas esenciales como arreglarse los dientes, pagar deudas, comprar un mueble, pensar en vacaciones, reparar la casa, comer algo diferente o por último, vivir.
En el caso de los que estaban en la pobreza, fue un veranito de San Juan, pues se encontraron de un día a otro con dinero que nunca tuvieron. Los economistas famosos y que se las dan de intelectuales, quieren castigar a esas personas. Plantean que no quieren trabajar por los sueldos de hambre que pagan los empresarios, que son flojos y que hay que acabar pronto con cualquier tipo de estímulo que haga que las personas tengan dinero. Quieren volver atrás, no a antes de la crisis sanitaria, sino más atrás, antes del levantamiento popular de octubre del 2019. Ansían que vuelvan los millones de personas que bajaban la cabeza y obedecían ciegamente los mandatos de los dirigentes políticos de toda laya y a sus prestigiosos economistas. Ese es el sueño de la burguesía.
Para cumplir con sus sueños, necesitan una sociedad sometida, un pueblo inconsciente, un pueblo que sobreviva con sus sueldos indignos. La inflación es uno de los fantasmas de castigo con que asustan al pueblo, pues como son ambiciosos, ellos mismos no pueden dejar de ganar dinero cuando pueden y suben los precios. Esa es su maldición. Entonces, como no pueden dejar de cobrar más, culpan a las personas de su problema. Acuérdense que ellos pueden manejar los índices económicos a su arbitrio. Algunos dirán que hay un aditamento externo, si lo hay, pero ya no depende de ellos.
En definitiva, lo que tanto temen con el fantasma de la inflación es que los trabajadores no exijan mejores sueldos, que no se acostumbren a gastar sin endeudarse, que no mejoren sus condiciones de vida, y que ni se les ocurra que puede haber una sociedad mejor, sin los que los explotan diariamente. Todo debería andar como una maquinita aceitada en el Edén de la burguesía.