Un terremoto de 7,2 grados Richter sacudió a Haití este sábado. Se cuentan al menos 304 muertos. Su infraestructura, ya débil por el terremoto de 2010, colapsó. Colegios, oficinas públicas, viviendas en el suelo. Un drama nuevamente para el golpeado país centroamericano.
Ahora, nuevamente, todos lloran por Haití. Mandarán militares, ingentes cantidades de ayuda internacional mientras en las fronteras de Guatemala impiden el paso de su pueblo migrante y son explotados allí donde llegan buscando un mejor destino.
Haití no se recupera. Ya en 2010 producto del terremoto perdieron la vida unas 300 mil personas, 350 mil quedaron heridas y 1,5 millón de personas quedaron sin hogar. En ese entonces, la “comunidad internacional” se apuró en ayudar.
Desde ese nefasto 12 de enero, y durante una década ingresó a ese país alrededor de $500 millones de dólares para el Fondo para la Reconstrucción. Aunque les prometieron $5.300 millones de dólares. De esos monumentales recursos, solo llegaron al país, $98 millones. El resto fue derechito hacia la maquinaria de la solidaridad, en sueldos de funcionarios y otras menudencias.
Haití, antes y después del terremoto de 2010 recibió también tropas militares de 13 países, vestidos de “cuerpos azules” de Naciones Unidas. El saldo de su presencia -entre 2004 y 2017- fue el de la violencia sexual contra al menos 2500 mujeres y niñas. De los militares que abusaron, nuestros valientes soldados no fueron la excepción. De hecho, aparecen en el 4to lugar con más militares involucrados en estos crímenes.
Por estos días los medios nos dispensarán no una, sino decenas de imágenes desgarradoras. Llorarán las autoridades con lagrimas de cocodrilo. Se apurará nuevamente la cooperación internacional en hacer una vaca para rescatar al pobre país centro americano.
De regreso, al paso de los meses, tal vez nos enteremos por un rostro adusto, carcomido por la derrota, en que va el destino cotidiano de un pueblo hermano y cotidiana tragedia.