No, no son víctimas del paro. Aquellas, ya están contabilizadas ante los ojos de la comunidad internacional. Se trata de lo que los medios en Colombia llaman “masacres”. Un fenómeno que se informa como uno más de la “idiosincrasia” colombiana, pero que no es más que la continuación de la lucha de clases, fuera de foco.
Este año se han reportado 62 masacres en Colombia, además del asesinato de 103 líderes sociales (al 3 de agosto) y 31 ex combatientes de las FARC. Desde que ser firmaron los “acuerdos de paz” en 2016, la violencia contra el pueblo no ha hecho más que crecer.
Los acuerdos, en los que la guerrilla FARC se desmovilizó, o sea, entregó o dejó las armas, fue la esperanza de un cese al fuego de 58 años. Pero la desmovilización no hizo sino dejarles más grandes territorios a disposición de narcos y paramilitares. Ellos no fueron “desmovilizados”. Vaya negocio que hicieron.
En la zona de producción cocalera, que es gran parte del territorio colombiano, las bandas criminales se pelean el control de las rutas, las zonas de siembra, los poblados y sus pobladores, las mujeres, manejan el tráfico de personas, de especies, de dinero, de armas. Desalojan poblados, expulsan a campesinos, asesinan dirigentes, manejan las cuarentenas a su antojo, son dueños y señores. Es la ausencia del Estado, dicen.
Sobre lo que sucede en Colombia, no hay consenso en la academia ni en la clase política, o al menos, quieren mostrarse muy complicados, en sus laberintos. Se devanan los sesos -eso muestran – con respuestas políticas extravagantes e inyectan recursos públicos con programas originales para “darle un futuro a los jóvenes que no sea terminar trabajando para el narco”.
Al la fecha las víctimas en las llamadas masacres, bordean las 1500 desde el desarme, además del asesinato de 900 líderes sociales. Se los cuenta distinto porque unos son víctimas arbitrarias, sin sentido. Por ejemplo, unos jóvenes no respetaron la cuarentena covid en el pueblo -Samaniego- y en su fiesta, el narco, pasó bala. Es que a esa hora, se mueven a su antojo por las calles, cargan y descargan, tienen sus tranzas cuando el pueblo se encierra. El saldo, ocho jóvenes asesinados.
Los otros asesinatos son dirigidos. Quien se oponga, quien reclame, quien pelee por que se detenga la injusticia, la complicidad política criminal, va su bala. 900 líderes sociales asesinados.
¿Por qué la fecha es el desarme, por qué se habla de masacres? Porque en ese momento, en 2016, al pueblo colombiano le prometieron un futuro mejor cuando los subversivos entregaran las armas. Hasta le dieron el nobel de la paz a Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia en ese entonces.
Y las masacres -son tantas que son un nombre técnico para llamar a este tipo de asesinatos- son el método de los capitalistas del narcotráfico para intimidar, detener, matar y desaparecer cualquier intento de lucha del pueblo. Son un método de terror. Y es, con la complicidad del Estado.
Porque en estos territorios, no es que no esté el Estado como dicen los “entendidos”. En estos territorios, que diremos para el caso es todo Colombia, el Estado burgués hace de vigía mientras las bestias actúan para que los capitalistas llenen el saco con el dinero.
Por esto y más han dicho basta los hermanos colombianos. Como nosotros, han entendido, que es la revolución o es la barbarie.