Ya están casi listos los candidatos a la presidencia. La clase trabajadora o el pueblo no encontrará una representación auténtica en ese elenco. Las elecciones se resumen en una frase: otra vez el “mal menor”. Pero ya no estamos para esas cosas.
Estas elecciones presidenciales no son como las anteriores. Su desenlace no está predefinido y acordado, como ha sido en los comicios desde 1989. No dominan ya la lucha política los partidos del régimen y sus coaliciones. El pueblo chileno ha demostrado su protagonismo, desde el 18 de octubre en adelante.
Se podría pensar, entonces, que esta situación debería llevar a que se postulara una opción electoral que representara todo lo que se ha realizado en este tiempo. Uno podría considerar, también, que esa candidatura se subordinara a las demandas que el pueblo ha levantado y que reflejara lo nuevo que ha surgido.
Y, del mismo modo, uno se podría imaginar que, mientras más fielmente se expresara lo que el pueblo ha delineado, más posibilidades existen que esa persona podría, incluso, ganar.
Pero ¿quién?
Para determinarlo, debería haber algún tamiz. Un filtro.
Pensemos en qué criterios se deberían seguir.
Uno es evidente: no debería tener una vinculación con los partidos del régimen. De todos los postulantes conocidos, no hay ninguno que no haya sido parte de esta danza política. Han dañado al pueblo apoyando medidas represivas contra las movilizaciones sociales; han castigado a los trabajadores con leyes arbitrarias a favor de los empresarios; han fortalecido un sistema de pensiones que mantiene a los jubilados viviendo pobremente; han perseverado en mantener una educación de mercado donde el estudiante sólo es un producto; han entregado los recursos naturales al extranjero y privilegian a las grandes empresas en vez del pueblo de Chile. Ninguno pasa la prueba: todos son parte del sistema.
Lo segundo, sería pedirles que no se hayan aprovechado del Estado para su beneficio personal. Otra vez, ninguno se salvaría. Todos dependen o han surgido al alero del aparato del Estado. Ninguno pasaría este tamiz.
Un tercer criterio sería que sean independientes, en el sentido de que sean íntegramente parte del pueblo, que vengan de organizaciones populares o representen genuinamente los intereses de la clase trabajadora, sin concesiones, ni medias tintas. No, no hay ninguno.
Lo último, pero lo más importante, sería ver la calidad moral de los candidatos presidenciales. Este punto es el fundamental. Se podría haber fallado en las tres pruebas anteriores: no es correcto decir que alguien, por el mero hecho de haberse dedicado a la política bajo este sistema, se convierta inevitablemente en un inmoral. No, es sólo algo repudiado por nuestro pueblo, pero éste también comprensivo, no va a condenar a alguien por haber cometido un error o varios.
Pero no hay perdón ni segundas oportunidades, si no se actúa con consecuencia; si, cuando hay que optar, no se elige el bien del pueblo, sino el beneficio propio; si, cuando hay que hacer un sacrificio por una cuestión de principios, se evade o se retrasa la decisión inevitable. Y en esta sección, no hay nada que hacer con los candidatos. Uno, que se debía a los trabajadores que lo habían ungido su vocero y dirigente, aceptó ser cooptado, a cambio de prebendas y cargos en el exterior. Se retractó sólo cuando los mismos que lo habían favorecido, nuevamente mancharon sus manos con sangre obrera. Demasiado tarde. Otro negoció la protección del régimen con su estela de represión y muerte, y ahora viene a cobrar por sus servicios. Otro representa a la burguesía y su inmoralidad, donde todo es dinero. Otra es una defensora del régimen a brazo partido. Y de los otros, no hay mucho que hablar, porque son iguales.
Aplicando este filtro, entonces, ningún candidato podría representar los intereses de nuestro pueblo.
Las elecciones presidenciales se presentan así, otra vez, como unas votaciones del régimen. La diferencia es que, en esta ocasión, ese régimen no puede pretender que se le apoye; no sirve, hoy, el voto por el “mal menor”.
Los trabajadores ya lo saben, pero esto lo confirma: están obligados a hacer su camino independientemente, y deberán hacer retumbar todo a su paso para que entiendan que, cuando ya no hay vías para que el pueblo ejerza su poder, tendrá que tomarlo.