Los Juegos Olímpicos de Tokio partieron algo desangelados, por decir lo menos. La pandemia pesa. Pero ya han tenido suficientes momentos memorables. Pero los chilenos los miramos muy a la distancia. La razón es simple, apenas participamos. Otras naciones latinoamericanas se erigen como potencia. Como Cuba cuyos deportistas sacan fuerza de las dificultades. ¿Y por qué Chile no?
En Chile, la educación física y el deporte no están entre las actividades habituales del pueblo. 1 de cada 10 niños entre los 5 y los 17; y 2 de cada 10 sobre los 18 años realiza una actividad física bajo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es decir, solo 2 de cada 10 chilenos hace ejercicio 150 minutos de forma moderada o 75 minutos intensos a la semana.
La educación física y el deporte -como la educación, una vivienda digna para cada familia trabajadora o la salud integral- siguen siendo privilegio de las minorías. Ellos sí realizan todo tipo de deportes, en sus casas, en sus clubes, en sus gimnasios pagados, en las avenidas y parques de sus barrios, en los colegios donde sus hijos se forman, allí la abundancia de deportes a practicar y las facilidades con las que cuentan son enormes. Estadios, multicanchas perfectamente equipadas, piscinas temperadas, espacios habilitados y profesionales para el desarrollo de todo tipo de deportes y de la actividad física. El pueblo, en cambio, no tiene dónde practicar el deporte, ni cuenta con los recursos y facilidades con las que sí cuentan esas clases.
Aun así, no es extraordinario encontrarse con canchas de fútbol, en cada barrio, en cada población, en cada toma. Verdaderos peladeros señalizados con cal y unos travesaños en cada punta del rectángulo para marcar el arco rival. Y en las poblaciones, con pequeños clubes deportivos que sobreviven a base de la labor solidaria y desinteresada de los vecinos y vecinas, y de organizaciones populares. Es la creatividad del pueblo, es su orientación a organizarse, es su entusiasmo, es su anhelo de una vida más saludable, feliz y vigorosa para nuestros niños y niñas.
De tanto en vez, de esos arrabales, de esas canchas de fútbol precariamente sostenidas, surge algún muchacho que se desmarca del resto; y si se esmera y si es talentoso y si tiene suerte y si es descubierto, pasará a formar parte de un grupo de deportistas muy bien pagados. Para muchos chicos y chicas, y también para sus padres este suele ser un sueño. Este es el deporte como mercancía. Porque en el capitalismo, todo se transforma en algo que se puede comprar o vender, para generar suculentas ganancias para el explotador. Esto funciona, y hasta por ahí para un infinitesimal número de casos. Y en el fondo desvalija de su sentido verdadero al deporte y la actividad física, como herramienta para fomentar la salud del pueblo y mejorar su calidad de vida, como en la formación de valores y conductas destacables en los seres humanos.
El deporte es otra cosa. El deporte y la actividad física deben ser un fin en sí mismos, no un medio económico. No el deporte para una minoría que puede darse el lujo, sino el deporte para todo el pueblo. E incluso más, antes que el deporte mismo, porque el deporte implica competencia, la educación física del pueblo, que es la base del deporte.
Es preciso asegurar a cada niño y niña, a cada mujer y hombre, a cada adulto mayor, la alimentación adecuada, tanto en cantidad como en calidad. Es preciso asegurar el consumo diario de calorías. Es preciso que el pueblo esté bien alimentado. Nadie, ninguna madre, ningún padre, ningún modesto organizador de actividades deportivas, ningún trabajador desconoce esta verdad. Y lamentablemente, nuestro pueblo hoy en día lucha para sobrevivir, para alimentarse, nada está asegurado. La pandemia ha dejado eso en evidencia, y ha agudizado los índices de desnutrición y/o mala alimentación.
Hay que masificar la educación física, en cada pasaje, en cada villa, en cada barrio, en cada industria, en cada lugar de trabajo, en cada lugar de estudio, en escuelas y liceos, en la educación superior. Es necesario formar profesores de educación física y deportes, tantos como sea posible. Es necesario levantar escuelas, canchas, estadios, tantos como los recursos de un país rico como el nuestro puede levantar, bien equipados y acondicionados. Pero la realidad nos dice que, sin un gobierno preocupado por la salud y la recreación del pueblo, de todo el pueblo, esto no pasa de ser un espejismo. Los dineros seguirán yendo a parar al bolsillo de los burócratas y administradores de la explotación de nuestro pueblo, sea como remuneración por sus nefastos servicios, sea para pago de prebendas y corruptelas.
El pueblo tiene derecho a la educación física, al deporte y a la recreación como elementos esenciales de su calidad de vida. Pero alcanzar este horizonte no es tarea fácil. No es suficiente con que se consagre en el papel. Alcanzar ese horizonte requiere resolver algunas cuestiones previas. Una al menos, antes que cualquiera. Debe ser el pueblo, los hombres y mujeres que lo componen los que lleven las riendas de esta embarcación que llamamos Chile. Las aspiraciones y esperanzas del pueblo que salió el 18 de octubre a las calles, cada uno de los mártires de la misma, cada herido y mutilado, y no sólo los de estas lides, sino de todas las batallas que el pueblo ha dado en el pasado cuentan con ello.
Cuando ello ocurra, tal vez, probablemente, podremos aspirar a un medallero olímpico que nos enorgullezca. Y cada uno de los deportistas, la juventud que nos represente, sienta que más allá de la competición, que más allá de la presea de oro, plata o bronce ganada, lo que realmente está en juego es la condición humana, la valentía, el decoro, la lealtad, la generosidad, la gratitud a todos y todas los que ofrendaron su vida, o sus ojos, para que eso fuera finalmente posible.