En apenas un mes de deliberaciones, la convención constitucional se debate, aparentemente, entre dos polos: “no hacen nada” y “se han logrado grandes avances”. Pero el criterio de evaluación debe ser otro: en qué medida representa las aspiraciones y demandas del pueblo de Chile. Y en eso ha reprobado.
La convención constitucional ha sido colocada por las circunstancias en un lugar central del acontecer nacional. Esas circunstancias son muchas y variadas, pero son circunstancias: no dependen la convención, ni de la voluntad de sus miembros. El levantamiento popular del 18 de octubre es una de ellas. Pero la crisis del régimen político, también. La votación del plebiscito del 21 de octubre de 2020 -el 80%- es una, el acuerdo del 15 de noviembre, también.
Como se ve, hay contradicciones.
No es raro, entonces, que el producto de esas circunstancias contradictorias también refleje tendencias contrapuestas. Y la convención es generosa en contradicciones. Ha de fijar una “carta magna”, pero su actividad se ha centrado en cuestiones mínimas. Debe establecer la conformación de todo el Estado, pero depende de un organismo subordinado del gobierno. Está sometida a la constitución del ’80, pero debe elaborar su reemplazo, etcétera.
Pero estas contradicciones son sólo formales o jurídicas.
Las reales tienen que ver con otra cosa. El levantamiento del 18 de octubre tiene causas sociales. Tiene su origen en la postergación de las demandas del pueblo por décadas y décadas. Y surge bajo la convicción de que el actual régimen político no va a satisfacer esas necesidades. La idea de que una nueva constitución pudiera ser el remedio principal a esa situación no nace directamente de la lucha que el pueblo de Chile desató en todo el territorio a partir de ese día.
Es, más bien, una elaboración -una propuesta, si se quiere- de encauzar esa lucha. Quienes la levantaron tenían mente una reorganización política del Estado, una conformación más democrática del mismo y, sin duda, sus propios intereses de clase. Éstos son los de los sectores medios de la sociedad, que se mueven entre las clases fundamentales, los trabajadores y los capitalistas. Las llamadas “clases medias” buscan, como regla, una conciliación de los conflictos en la sociedad. De esa manera, quieren preservar o lograr un lugar especial y destacado. Por eso oscilan entre los intereses de los trabajadores y los burgueses. A veces, son parte del pueblo y sus luchas, otras -en nombre de ese mismo “pueblo” o de la nación o de la patria- agitan en contra del “desorden” y el peligro revolucionario que emana de los trabajadores y piden castigo ejemplar.
La consigna de una asamblea constituyente se convirtió en una demanda popular porque parecía dar -o prometía- una salida democrática a la crisis, una salida que reconociera el protagonismo del pueblo que ha evidenciado en el levantamiento.
El régimen político, que es la forma en que se expresa de manera activa la dominación de la clase burguesa, es un mecanismo complejo. Combina al aparato del Estado con el gobierno, el gobierno con los partidos políticos, los partidos con las fuerzas armadas, las fuerzas armadas con los grandes grupos económicos, los grandes grupos económicos con la iglesia católica, la iglesia católica con el capital extranjero, el capital extranjero con los medios de comunicación masivos, los medios de comunicación masivos con la burocracia, entendida como un segmento de la sociedad, etcétera.
La crisis del régimen significa que esa compleja y, hasta una década o poco más, compacta máquina, deja de funcionar. Sus partes empiezan a fallar, los marcos se desalinean, las junturas se sueltan, su funcionamiento conjunto se traba y causa fricciones internas en el mecanismo, salen chispas, suenan chirridos… La máquina se va echando a perder sola. Ciertos componentes, como los partidos del régimen, deben hacer un sobretrabajo para mantener al régimen andando. En ese esfuerzo, también se desgastan más rápidamente; basta un defecto, un cortocircuito y todo se para.
Ese régimen en crisis pensó que la propuesta, no de una asamblea constituyente, sino de una nueva constitución, también podría encauzar una situación o, al menos atemperarla. El acuerdo del 15 de noviembre no deja claro cómo eso iba a ocurrir exactamente; sólo expresa la ansiedad y la desesperación de que la revuelta terminara eventualmente. Se trataba, en ese momento, de salvar al régimen, o más concretamente, al gobierno. Después se vería.
El pueblo movilizado nunca aceptó ese acuerdo y sus consecuencias, y la rebelión continuó. Pero toda rebelión ha de tener un objetivo. Para los trabajadores, es cambiarlo todo. Para los sectores medios que habían “despertado”, era cambiar cosas bien precisas, sobre todo en un plano político. Hay una diferencia fundamental, pero una cosa no se contrapone inmediatamente a la otra.
La convención es el resultado de todas estas contradicciones. Surge del repudio a todo el régimen político, pero, al mismo tiempo, le otorga un tiempo de sobrevivencia. Expresa la energía, como se dice ahora, de un cambio profundo, pero se circunscribe a sustituir un texto legal por otro.
La convención constitucional celebró hoy un mes de actividad con una ronda en los jardines del ex-Congreso Nacional. Los constituyentes, de todas las tendencias, de los independientes hasta algunos de la derecha, se tomaron de las manos y bailaron. De un altoparlante sonaba Víctor Jara.
Ese gesto lo engloba todo. Se podría hacer un balance circunstanciado de la actividad de la constituyente. Sus debates y resoluciones. Sus acuerdos y conflictos. Sus ideologías e intereses materiales. Y se podría concluir que, a un mes de actividad, la convención no le ha cumplido al pueblo que la apoyó.
Se podría matizar ese juicio tajante con la advertencia de que aún se podría enmendar el rumbo o que las propias circunstancias de la lucha social la llevarán, seguramente, por un derrotero distinto. Se podría lamentar que ese cuerpo haya omitido -en medio de tantos simbolismos que ha prodigado, tantas banderas y tantas consignas que ha emitido, tantas críticas sociales a las que le ha dado tribuna- ha omitido, decimos, recordar que sólo si no le falla a hombres y mujeres que no están allí, pero que observan atentamente, de hombres y mujeres que, simplemente, trabajan, es decir, que crean todo, de mujeres, de jóvenes, niños y niñas de nuestro pueblo, que ya han demostrado que están dispuestos a todo, a cualquier sacrificio, y toda la grandeza posible, para luchar por lo nuevo y por lo justo, sólo si no le falla a ellos, tiene una justificación. De lo contrario, pertenecerá al famoso basurero de la historia, con todos los demás.
En cambio, un simple gesto, una ceremonia improvisada, ahorra todo ese trabajo.
Mientras el pueblo trabaja, unos cantan. Mientras la policía reprime, otros bailan. Mientras unos esperan su turno de patio tras las rejas, lúgubre y violento, otros cantan. Mientras unos luchan, el día a día y las grandes causas, otros se hacen amigos.
¿No será que se burlan? ¿O es sólo la falta de conciencia? ¿O una falsa conciencia?
¿No ven que todo esto cambiará, con ellos o sin ellos?