Vivimos en tiempos en los que cualquiera puede ser político. Sin desmerecer: un actor, una modelo, un abogado, un cantante, un novelista, un ricachón, un doctor, cualquiera que salga en la televisión o sea conocido por algo, que sea avalado por un partido, puede ser un político. No están los representantes de los territorios, sino los representantes de los partidos. El pueblo está hastiado que otros hablen por ellos, cuando en la realidad no los representan.
En las votaciones que se hacen comúnmente por los partidos políticos, siempre es el dinero el que vuelca la votación por un candidato, esto lo saben muy bien y por eso tratan de tener los auspicios mayores para llegar al cargo. Muchos se venden por nada o quedan limitados en su quehacer por los que lo apoyaron.
En una verdadera votación, realmente democrática, contrastándola con la política actual, no estarían el 80% de los constituyentes y si lo extrapoláramos al Congreso, sería el 100%. Lo mismo modo pasaría con los alcaldes, gobernadores, concejales y demás. Eso llevaría a que la mayor parte del poder judicial tampoco debería estar allí. Lo más seguro es que el 100% de los altos mandos de las fuerzas armadas y policías, el 60% de los funcionarios burocráticos, menos La política como tal, funciona como una máquina infernal, manteniendo bajo su funcionamiento a miles de personas que rinden pleitesía al sistema. Este los mantiene, los educa, les da estipendios y reprime a los que se enfrenten su régimen.
Muchos de estos políticos han pasado de la política a la universidad y han vuelto a la política. Sus logros los obtienen por el poder del partido y por los cargos que les dan. No son representantes de las personas. Venden la idea de que son capaces y mejores para dirigir el país, pero en la realidad no lo son. Al contrario, son individuos que se aprovechan, estudian sin pagar y se consiguen buenos trabajos a costa del Estado. No es raro que tengan estudios en el exterior, con becas del Estado. ¿Cómo llegan a tener puestos administrativos? Mediante pitutos de los partidos políticos. ¿Cómo llegan a dar clases en la universidad? Por medio de los conocidos, también de los partidos. Es un círculo vicioso. Copan lugares y cargos sin merecerlos. Luego de esto, se transforman en luminarias del derecho, de la historia, de la economía, de la salud, de la pedagogía, sin tener los méritos, sino mediante la estrategia de ocupar lugares que otros merecían. Y eso, sin contar que gran parte procede de los mismos colegios, barrios y que tienen nexos familiares entre ellos.
Por esa razón, en la política nos encontramos con violadores de los derechos humano, delincuentes de cuello y corbata, asesinos, psicópatas, pedófilos, traidores, corruptos, arribistas, locos, inmorales y muchos más. Se puede encontrar de todo, conviviendo plácidamente, pues lo que se privilegia es llegar a acuerdos, no molestar a otros, pactar, pero no meterse en asuntos morales. Eso no se puede hacer.
Debemos cambiar esta política y sigue subsistiendo por este régimen, por otra, por una política popular, surgida del pueblo, donde el ser humano es el sujeto y su moral, su validación.
En la política del pueblo no puede haber esta corrupción, pues alguien que fuera elegido por su territorio es conocido de años. Todos saben cómo es. Nadie permitiría que los represente una persona que haya cometido un crimen. No siempre será representante alguien que tenga estudios superiores, pues lo que se privilegia es la experiencia, la acción, la sensatez, la madurez, la humildad, el esfuerzo, la verdad, la justeza, la honradez, cosas que no se encuentra en los políticos actuales. Los cargos, los títulos académicos, se relegan a un segundo plano. Primero está la persona, luego lo que es. Generalmente, la voz del pueblo, el representante, es confrontacional: lleva la acción en sus manos, actúa mandatado por sus vecinos, busca el beneficio común más que el interés individual, es realista en lo que pide. Allí, de verdad se cumple con la máxima latina: Vox populi, vox dei.