Una sesión entera ocupó la convención constitucional en resolver dos asuntos administrativos que no eran controvertidos. Y los hizo sólo en general: ampliar la mesa directiva y establecer unas comisiones de trabajo. La promesa de exigir la liberación de los presos políticos quedó nuevamente aplazada.
Cada paso de la convención constitucional parece ser un lento avance sobre borde del abismo de las instituciones. Y todos le agregan más vértigo, pero en cámara lenta. Luego del fracaso de la primera sesión el lunes pasado, se especuló que el cuerpo se reuniría en la casa central de la Universidad de Chile, escenario de no pocas asambleas, incluyendo un breve “Soviet de Obreros, Campesinos, Mineros, Soldados, Marineros e Indios” en 1933, sin mencionar el episodio de la matanza del Seguro Obrero, cinco años más tarde, y que se inició en ese mismo edificio de Alameda entre San Diego y Arturo Prat.
Quizás las reminiscencias históricas les parecieron demasiado ominosas o se temió que la convención quedara demasiado “autónoma”. Terminaron donde empezaron: en el ex-Congreso, pero en el salón de honor, bastante más grande que el hemiciclo de la Cámara de Diputados. ¿Y por qué no lo habían usado en un inicio? La razón es simple: pertenece al Senado. Y la cámara “alta”, como se le llama, la dirige la DC y expectante candidata presidencial Yasna Provoste.
Y esa señora no presta el local así como así. Hay que pedirlo y “formalmente”. Así lo hicieron la presidenta de la convención, Elisa Loncón, y su vice, Jaime Bassa. Provoste recibió, entonces, la petición, y con gracia real (real de realeza, no real como en “de verdad”), la aceptó. Escuchó con benevolencia los planteamientos de los peticionarios, les deseó lo mejor y les dejó un pequeño mensaje para que se los transmita a sus amigos: “con el Senado no se metan”.
Se refería a la declaración que exigía la liberación de los presos políticos y que se había puesto en la tabla de la primera sesión. Parece que la admonición hizo efecto: este miércoles ya no estaba; mañana, quizás. Había que resolver otros puntos. Estos ya habían sido acordados: ampliar la mesa y establecer algunas comisiones, de administración, de ética, de reglamento… Así que los convencionales nos dispensaron de un debate un tanto innecesario, porque sólo había que decir sí o no, en términos generales.
La lentitud de los procedimientos es atribuida a la inexperiencia de los participantes. Pero, más bien, refleja la difícil situación en que se ha ubicado la convención: entre el poder del pueblo, que le ha dado un crédito a la constituyente, y el poder del régimen, que teme que, cualquier día decrete la abolición de sus cargos. La convención intenta así tomar asiento, incómodamente, entre dos sillas. Eventualmente, y parece que pronto, para encontrar su lugar, a alguien va a tener que molestar.