La declaración de bancarrota, en Estados Unidos, de la principal sociedad del grupo perteneciente al capitalista Álvaro Saieh, dueño del diario “La Tercera”, gatilló acusaciones de sus acreedores. Dicen que les está robando. El episodio refleja cómo es realmente la clase dominante de nuestro país.
Corp Group Banking presentó el pasado viernes, después del cierre de la bolsa en Chile, un escrito ante el tribunal de quiebras del Delaware, en Estados Unidos. La compañía pide acogerse al capítulo 11 de la ley de bancarrotas. Esto le da un plazo para buscar financiamiento o un acuerdo con los acreedores. Durante ese período, no se podrán cobrar las deudas pendientes.
Corp Group Banking es una empresa de papel. Su patrimonio consiste en el 26% de las acciones del banco brasileño Itaú. Es el centro del grupo Saieh que, además, tiene intereses en el rubro inmobiliario, de supermercados (Unimarc, Alvi, Ok Market), malls (Grupo Patio) y, por supuesto, Copesa. Esta última solía ser un gran grupo de medios, con varios diarios, revistas, radios e, incluso, un canal de televisión, que cerró justo antes de salir al aire. Ahora sólo quedan La Tercera, La Cuarta y Radio Duna.
Álvaro Saieh es descendiente inmigrantes árabes. Sus padres eran comerciantes; tenían tiendas en Talca. Eran lo que llamamos pequeños burgueses. El hijo estudió economía en la Universidad Católica y fue beneficiario de un sistema de becas que ese centro de estudios había suscrito con la Universidad de Chicago en los años sesenta. El posgrado lo hizo con el famoso Milton Friedman en la segunda mitad de los setenta.
Saieh, sin duda, es agradecido por esos estudios. Más adelante, al estilo de los magnates gringos, hizo una cuantiosa donación a la universidad. A cambio, el Departamento de Economía funciona en un edificio, construido en los años veinte del siglo pasado, que fue rebautizado como Saieh Hall of Economics. Lo que hace el dinero.
Como la mayoría de los graduados chilenos de Chicago, se incorporó como funcionario a la dictadura. Trabajó en el Banco Central, en el Ministerio de Vivienda, de Obras Públicas y fue delegado de la Superintendencia de Bancos en el Banco Continental. Ahí, sin duda, adquirió contactos y conocimiento sobre el sector financiero que, pronto, le serían útiles.
A inicios de los ’80, explota la burbuja financiera alentada por la dictadura. El globo se había inflado con una enorme deuda externa, gracias al enorme flujo de los llamados petrodólares. Una recesión mundial frenó la abundancia de divisas y créditos. Lo que, en el resto del mundo, fueron las consecuencias de una recesión periódica, en América Latina se convirtió en la “crisis de la deuda externa” y una década de declive económico. En Chile, fue una catástrofe: similar al crack del 1929 y un poco menos grave que el derrumbe del 1974-5.
Como en toda crisis, todos pierden. Excepto, los que ganan. El país estaba hundido. El sector financiero en el suelo. La dictadura propició el cambio de los tradicionales capitales, ahora en la quiebra, por nuevos grupos económicos, más concentrados y más dependientes del capital externo.
¿Cómo se hicieron esos nuevos capitales?
Fue la dictadura: saqueó los recursos del Estado y dirigió un aumento extraordinario de la explotación de los trabajadores.
Primero, nacionalizó de facto a la banca y garantizó el pago de la deuda.
Segundo, privatizó empresas públicas y las traspasó a los nuevos grupos.
Tercero -y de aquí viene la plata– creó las AFP, que se apoderaron todos los meses con el diez por ciento de las remuneraciones de todos los trabajadores. De ahí salieron recursos frescos para las inversiones y se creó un mecanismo para coordinar a los nuevos grupos de capitales.
Y cuarto -de aquí sale el capital-, a la expoliación, se sumó la explotación extraordinaria. Más de un tercio de los trabajadores quedaron cesantes, los sueldos se derrumbaron, la pobreza abarcó a más de la mitad de la población. Fue una especie de nueva acumulación originaria.
Ese fue el momento del ascenso de ciertos pequeños burgueses hasta convertirse en dueños del país. Fue el momento de los Ponce Lerou, de los Luksic, los Saieh.
Álvaro Saieh se asoció a otros empresarios de la colonia árabe y compró el Banco de Osorno y la Unión, que había sido creado a inicios de siglo XX para manejar las transacciones de los grandes terratenientes de esa zona. Y ahí, más o menos, se mantuvo. Cuando ya la dictadura declinaba compró el Banco del Trabajo, que tenía una red de sucursales en todo el país.
Su ascenso, al igual que el de los demás nuevos grupos económicos, no ocurrió durante la dictadura, sino bajo el período de la Concertación. Expandió sus operaciones bancarias hasta crear Corp Banca, un aglomerado de una serie de bancos menores, adquiridos a lo largo del tiempo. En la década de los noventa consolida su posición con la compra de un recurso estratégico: la AFP Provida.
Lo particular de Saieh es su interés en actuar políticamente, a través de los medios de comunicación Se convirtió en un competidor de El Mercurio y de la familia Edwards. Con su adquisición de Copesa, manejó los diarios “La Tercera” y “La Cuarta”.
Paralelamente, había financiado el diario La Época, que había surgido en los últimos años de la dictadura, ligado a la DC, a la cual históricamente ha sido cercano. Así mientras “La Tercera” y “Qué Pasa”, otra de sus conquistas, marcaban una línea derechista, especialmente cercana a la UDI, Saieh pagaba por proyectos de otro tipo, como el ya fenecido Diario 7 o Ciper Chile, ambos dirigidos por la periodista Mónica González, una opositora a la dictadura.
El inicio de la caída de Saieh comenzó cuando quiso competir en el negocio de los supermercados, justo cuando había entrado a Chile la estadounidense Walmart, que maneja los “Líder”. Compró la cadena Unimarc, que estaba bastante a mal traer, por la quiebra de su anterior propietario, Fra Fra Errázuriz. Después, sumó a SMU, que tenía varias cadenas en el sur y tiendas como Bigger.
Ahí se equivocó, parece. Los antiguos dueños, un grupo argentino, habían acumulado una deuda exorbitante que desbalanceó al grupo Saieh. Para salvarse, comenzó a traspasar flujos del Corp Banca a SMU, a vista y tolerancia de los accionistas y organismos reguladores. La cosa iba mal, hasta que aparecieron los brasileños del banco Itaú y propusieron una fusión con Corp Banca. Fue la salvación. Pero fue transitoria.
Como es lógico, los brasileños se enteraron de los manejos raros de Corp Banca y los pasivos que ellos tendrían que asumir. Y el negocio ha andado mal desde entonces. Este martes, se informó que los bancos habían aumentado sus utilidades en un 55% en los últimos doce meses -US$ 2.000 millones-, pese a una baja en las colocaciones. El Itaú, en cambio, no está en ese juego. Su rentabilidad, medida sobre el patrimonio, cayó en 32%, el último lugar del ranking.
Todo esto es un problema para Saieh, porque de eso depende su capacidad de pagar su deuda en los otros negocios. Y no quedan muchos. Nadie quiere comprarle los supermercados, que siguen sangrando. Y lo otro, lo ha ido vendiendo. Las radios, algunos malls, terrenos, edificios. A Copesa, la ha ido cerrando por dentro: las revistas, el diario Pulso; al final, se está quedando con unas puras páginas web. Es la sombra de un imperio.
Y ahora la quiebra. ¿Por qué lo hizo en Estados Unidos y no en Chile? Los acreedores dicen que es porque les estuvo robando. Habría vaciado CGB antes de declarar que ya no podía pagar. Apuntan a una serie de operaciones realizadas en los últimos meses. Piden a la justicia que las declare nulas para que esos activos vuelvan a la sociedad y puedan repartirse entre los acreedores. Estos son los mismos que Saieh: el grupo Fernández León y Hurtado Vicuña, que manejan Entel y la aseguradora Consorcio, el grupo Solari, dueño de Falabella, las corredoras Larraín Vial y MBI…
Entraron a la escena robando. Y se van robando. El único problema es que mientras no se vayan todos, van a seguir ahí, como dueños del país.