Rumores, llamados telefónicos furtivos, amenazas de destitución del presidente provisional, engaños jurídicos, amenazas y mucha, mucha fake news. La demora en el reconocimiento oficial de la victoria de Pedro Castillo y las maniobras para impedirla aumentan la presión a cada hora.
La marina peruana emite un desmentido oficial a la especie de que estaría preparando un golpe. El presidente, Francisco Sagasti, explica que su conversación telefónica con el escritor Mario Vargas Llosa, devenido en fujimorista fanático, sólo buscaba “calmar los ánimos” y no era un complot. El presidente de Argentina, Alberto Fernández, saluda a Castillo como presidente electo, y la cancillería peruana lo reta; sostiene que no puede hacer eso. El Jurado Nacional Electoral decide no ampliar el plazo para la presentación de recursos de nulidad, horas después de que hubiera resuelto lo contrario. Y en los barrios acomodados de San Isidro, Surco y Miraflores, los grupos de whatsapp colapsan ante la profusión de mensajes que advierten de la llegada inminente a Lima de ronderos armados de la Sierra o, un poco más prosaico, de los pobres que bajan de los cerros para defender el triunfo de Castillo.
Ese es el panorama en el Perú. Una presión que se acumula y que podría estallar, si no hay un cauce político que la evacúe. Castillo y Perú Libre intentan buscar esa salida con gestos de moderación y llamados a la calma. Pero no está funcionando. La inactividad y la espera de que las instituciones electorales confirmen el triunfo electoral sólo azuzan al fujimorismo a doblar su apuesta de la campaña del fraude. El régimen, en tanto, fraccionado y débil, pondera qué hacer.
El pueblo que votó por el profesor Castillo quiere saber qué está pasando y también se impacienta. Es una situación difícil. Millones de personas depositaron su confianza en el maestro rural. Esperan que actúe de acuerdo a esa confianza. La crisis que se ha abierto muestra que no podrá esperar hasta que asuma para demostrar que es digno de ella.