Nomadland, de la periodista Jessica Bruder. El relato de una tragedia. Los miles de ancianos, hombres y mujeres estadounidenses, despojados de sus casas, trabajos y sueños. Obligados por la crisis del 2008 a montarse en un vehículo para sobrevivir en pleno siglo XXI.
“No se necesita valor para hacer una cosa cuando es lo único que puedes hacer”. La frase es de John Steinbeck, el escritor de “Las uvas de la ira”, publicada en 1939, que narra el drama de cientos de miles de trabajadores estadounidenses durante “la gran depresión”. Y le queda como anillo al dedo a la decisión de arrojarse a vivir en caravanas, furgonetas, minivans, buses escolares dados de baja, de otros miles de estadounidenses que después de la crisis del 2008 lo perdieron todo, partiendo por sus casas, pero también lo que habían proyectado para el fin de sus vidas.
País Nómada: supervivientes del siglo XXI, es el nombre del libro. Nomadland, el nombre de la película, que este año fue la ganadora en los Oscar. El libro, editado por Capitán Swing, es el relato documentado que la periodista Jessica Bruder, hizo de la vida de hombres y mujeres, en una gran mayoría: “abuelos”, que viven literalmente sobre ruedas, manejando todo tipo de vehículos, sobreviviendo con pensiones exiguas, muchos sin seguro médico ni dental, recorriendo kilómetros de carreteras, saltando de uno a otro trabajo temporal, mal pagado y sobrexplotado. El sueño de alguna vocera de AFP: trabajando hasta que el cuerpo aguante, pero en modo gringo.
Recolectores en la zafra de remolacha, o como personal por temporada en los almacenes de Amazon, de anfitriones en campamentos que incluye a partes iguales trabajo de conserje, cajeros, encargados de mantenimiento, vigilante y comité de recepción, entre otros empleos precarios. Como nos documenta el libro, en el 2016, casi 9 millones de estadounidenses de sesenta y cinco años o más seguían realizando un trabajo remunerado, un 60 por ciento más que diez años antes. Las dulzuras del capitalismo.
Lo que queda claro, de la lectura de “País Nómada”, es que no hay nada romántico, ni idílico en la vida de esos seres humanos en el último tercio de sus vidas. No abandonaron su forma de vivir porque los motivara la idea de llevar una existencia más sencilla, alejados del consumismo propio de las sociedades capitalistas. Fueron expulsados, desalojados. Obligados a un eterno peregrinaje para subsistir. Han descubierto, abruptamente lo que es ser pobre, sin techo, sin expectativas. Exiliados y viejos.
Sí, la vida de clase media estadounidense, el gran mito, ha pasado de ser una aspiración difícil de alcanzar a convertirse en un imposible.
Atrás muy atrás, ha quedado enterrado el sueño americano, ese de las películas “made in Hollywood” de viejitos sentados en el porche de la casa propia, envejeciendo dignamente, mientras se disfruta de fines de semana con nietos e hijos ya crecidos, en la típica mesa “té club”. Nomadland nos notifica a través de sus protagonistas, los desalojados del 2008, que esa “clásica idea americana” se ha ido al garete. Si es que alguna vez existió realmente.