Pasan las horas y no hay, apenas, novedades en el misterio criminal. Nadie sabe quién es el hombre que asesinó al ejecutivo de uno de los principales grupos económicos de la salud de Estados Unidos, en pleno Manhattan. Nadie sabe por qué lo hizo, ni dónde está ahora. Pero todo el mundo está de acuerdo que había buenas razones para mandarle dos tunazos al finado capitán de la industria.
El departamento de policía de la ciudad de Nueva York lo tuvo claro desde el primer momento. Brian Thomspon, el CEO de United Health, el gigante de los seguros de salud en Estados Unidos y más allá, vivía en peligro. Personas como él, rezó su comunicado oficial, normalmente eran objeto de amenazas “debido a la naturaleza de su trabajo”.
El problema fue que Thompson no lo sabía: no tenía guardaespaldas. Pero ¿qué podría pasar en la entrada del hotel Hilton, a un par de cuadras del Central Park, una de las zonas más elegantes de Manhattan? Es un lugar que diariamente se topan multimillonarios con los muchachos de la basura, ricas herederas con cansados oficinistas, dueños del capital con los proletarios, pues, sin que hubiera mayor problema que algún celular robado o algún junkie que arme escándalo en la calle. Los gringos, comúnmente tan gentiles y polite, en su versión neoyorkina, simplemente miran para otro lado y siguen su camino.
Pero en la mañana del miércoles las cosas fueron diferentes. Thompson ni supo qué fue lo que lo golpeó, tan fuerte, en la pierna, cuando estaba en la entrada del Hilton. Cuando se volteó vio al hombre que lo iba a matar. En su mano, una pistola. Montado en el cañón, un silenciador enorme. Por eso, nadie escuchó nada cuando el asesino, su cara estaba tapada, disparó otra vez. El arma se atascó, pero el hombre no perdió la calma. Liberó la recámara y disparó y disparó hasta que Thompson cayera.
Apenas se sintió el “clinc, clinc” de los casquillos vacíos cuando cayeron sobre la vereda. Los policías que los recogieron leyeron en ellos las inscripciones, hechas a mano, “retrasar” y “denegar”, “delay” y “deny”.
Y millones de trabajadores estadounidenses leyeron eso mismo y supieron -o, más bien, creen saber- lo que significa. Denegar y retrasar, a eso dedica se United Health. Rechazan y retrasan las licencias, rechazan y retrasan los pagos. Una operación, un tratamiento, que supuestamente, estaba cubierta por la póliza, termina arruinando a una familia entera, porque United Healthcare, retrasa y rechaza.
Si Thompson, la cabeza de toda esa operación, que le ha costado la vida a tantos trabajadores, sólo para aumentar las ganancias de los dueños de United Healthcare, que también son los propietarios controladores de la Isapre Banmédica en Chile, es, en el fondo, un asesino ¿no es quién lo mató una especie de justiciero?
El caso policial es fascinante. El autor del crimen parece ser increíblemente profesional y muy amateur, a la vez. Se cuidó de las cámaras de seguridad, pero lo captaron igual, con una sonrisa franca, abierta… simpática. Escapó en bicicleta hasta esfumarse de la faz de la tierra, por ahora.
La policía ofrece diez mil dólares por cualquier dato para encontrarlo. Y no faltan los sapos que quieren cobrar la plata. El dueño de una fábrica de mochilas para fotógrafos descubrió que el atacante usaba uno de sus modelos, difíciles de conseguir, diseñado para fotógrafos.
El hombre que disparó, dicen los policías, se alojó en un albergue con dormitorios comunes y, por ende, un montón de testigos. Usó una identificación falsa de Nueva Jersey y llegó a Nueva York en bus interestatal, procedente de algún lugar al sur de la ciudad. Hay una huella dactilar en una botella de agua, pero está demasiado borrosa para ser útil. El arma que usó, explican los expertos, es perfecta para la misión, un modelo usado por fuerzas especiales inglesas durante la II Guerra Mundial, pero muy reconocible y rastreable.
Los detectives no saben mucho aún, pero para la mayoría de los trabajadores de Estados Unidos, con su característico sentido práctico, el caso ya está resuelto.
Se lo merecía el desgraciado.