Esto no es para menores…

Los escándalos del gobierno, sus partidos aliados y de la derecha pueden provocar reacciones adversas en personas con menor tolerancia a la indecencia y la imbecilidad. Así que, lea con cuidado, tómese su tiempo y tenga un agua de hierba a mano.

29 de noviembre de 2024

Desde que pudo posar como aristócrata europea para la revista “Velvet”, Camila Vallejo no había estado tan feliz. Se entiende: normalmente, la ministra debe ser la vocera oficial, ya sea de puras leseras, o de cuestiones francamente vomitivas.

Pero, esta vez, había un plan; lo habían estado tramando con tiempo en La Moneda. Y, además, por primera vez, había voluntad. O, mejor dicho, ganas, garra, hambre de gol.

En esta ocasión, el gobierno no iba a ser un trapo mojado, un punching ball de la prensa y de la derecha. No, no, no. Esta vez, tocaba golpear. Era el momento de ser audaces, de anticiparse, de marcar la agenda.

¡Ay, qué se siente bien eso, después de tantos, constantes, sinsabores!

¡Y en twitter! ¡Iban a domar a todos esos bots fachos!

No, no, no. Esto era, todos lo decían en La Moneda, una jugada maestra. Iban a derribar al oponente usando su propia masa, como en el karate ¿o era jiu-jitsu? No importa, pero los iban a hacer pebre.

Y así fue como, en medio del descalabro sin fin del caso Monsalve y las otras crisis político-criminales que envuelven al régimen, el gobierno decidió pasar a la ofensiva, sin reparar en costos ni riesgos.

El origen de todo este entusiasmo era -característicamente- un asunto enojoso, pero menor.

Una mujer había descubierto en internet unas fotos íntimas suyas. Decidió denunciar ese hecho.

Sin embargo, al explicar cómo las imágenes pudieron terminar en algún sitio web, la historia se complicaba un poco. Resulta que las fotos eran antiguas; habían sido tomadas diez años atrás.

Y ante la pregunta de cómo alguien pudo haberlas obtenido, declaró que las tenía guardadas en un pen-drive que se le había perdido en esa época.

Y la última vez que había visto el aparatito aquel fue en la oficina de la Corporación de Asistencia Judicial de Punta Arenas que compartía con un tal Gabriel Boric, que estaba haciendo, como ella, la pract…

“¿¡Qué!? ¿¡Gabriel Boric!?”, interrumpió el funcionario de la fiscalía que estaba tomando la denuncia, “¿Boric, como en ‘el presidente Boric’”?

“Sí, ese mismo”, respondió la mujer, “pero no era presidente entonces”.

Todo esto ocurrió el seis de septiembre pasado.

Tres meses después, eso sería el origen de la más audaz ofensiva en todos los frentes -político, judicial y “comunicacional”- de este gobierno.

Primero, un comunicado público en la noche, suficiente para inducir a los medios a lanzar una noticia “urgente” -una breaking news, pues- sin más información que la aportada por el propio gobierno. Perfecto.

Y durante la noche, encuentros con periodistas y editores para pasarles el dossier con los antecedentes quemantes, que se iban a divulgar en la mañana temprano por todos los canales. Genial.

Entre medio, un par de datos sabrosos a los bots oficialistas, para ser divulgados en redes sociales. Todo, para remachar la maniobra. Secos.

Y como coronación, la presentación de la ministra secretaria general de gobierno, Camila Vallejo. Triunfante, la vocera declaró que el presidente de la República había sido la víctima de un sistemático “hostigamiento y acoso”, realizado por la misma mujer de las fotos, hace diez años. Como prueba de ello, apuntó a lo que, en ese momento, ya todo el mundo conocía: una selección de la correspondencia privada entre esa mujer y Boric. Excelente.

Y en efecto, los correos electrónicos mostraban a una persona que le escribía al entonces candidato a diputado Gabriel Boric, aparentemente con un interés romántico, primero, y con ciertas expresiones problemáticas –“me quiero morir”-, después. Boric, quien pudo preocuparse por eso último o incomodarse por lo primero, respondía con apenas signos ortográficos, con excepción de una sola materia qué sí captó su interés: “¿quién es Rodrigo?”

Quizás ese debió ser el momento en que la mujer debió haber cesado una comunicación que no tenía destino alguno. Lo hizo eventualmente: “gracias por arruinar mi vida, maldito desgraciado”, escribió.

Un total de 25 mensajes, muchos de ellos triviales, distribuidos a lo largo de 12 meses (o sea un mail cada dos semanas), son, según el gobierno, la demostración de la condición de víctima de Boric, acosado y hostigado por una mujer loca y mala.

Porque mala parece que es. Es amiga o pareja o cliente de un abogado perteneciente al grupo de Kast, tiene unas denuncias por unos líos en su casa y, además, está el problema de la Punto Copec que ella habría asaltado, cuchillo en mano. Incluso hay un video en que se ve claritamente como, en medio de chuchadas, se lleva dos Coca-Colas.

Digamos que, si la estrategia que habían pergeñado los cerebros de La Moneda era atacar la credibilidad de la denunciante, lo lograron, porque ella, claramente, no es lo que se llama una víctima perfecta. E incluso, debido a sus nexos, se podía hacer circular la idea de que todo era una conspiración de la derecha.

Sólo había un problema: el reclamo que había hecho la mujer ante la fiscalía -las fotos suyas en internet- sí ameritaba una investigación.

Se trata de un clavo para el cual el sistema de persecución penal tiene un martillo: la brigada del cibercrimen de la PDI, que se dedica a ver, justamente, casos como esos o amenazas de muerte en redes sociales, por ejemplo.

El vínculo con Boric, en cambio, ya era un asunto mucho más tenue. ¿Cómo se iba a probar que fue él quien se quedó con el pen-drive hace más de diez años?

En esas cosas, se supone los fiscales son prácticos. Dejan pasar un tiempo, esperan un informe que diga que no se pudo averiguar nada y cierran el caso.

¿Por qué eso no ocurrió aquí? ¿Qué antecedente real ligaba a Boric con todo eso?

Nada.

Hasta que estalló el caso Monsalve.

Entonces, sí les bajó la paranoia.

El abogado que acompañó a Boric en su declaración ante la fiscalía por las acusaciones contra Monsalve, Jonatan Valenzuela, se dejó caer en Punta Arenas y golpeó la mesa: “quiero hablar con el fiscal regional”, exclamó.

Había pasado un mes y medio desde que La Moneda se había enterado de la denuncia, según la ministra Vallejo, debido a la acción de un “equipo de pesquisa” presidencial que, por lo visto, recorrería todas las fiscalías del país buscando quién quiere calumniar al jefe.

Como eso suena medio ominoso e ilegal, y la fiscalía abrió una investigación por la filtración de una denuncia declarada reservada, otro abogado de Boric, Miguel Schümann, quien también defiende a unos de los involucrados en el caso Hermosilla, tuvo que revelar uno de sus más preciados trucos profesionales.

Primero, explicó, se mete con una cuenta falsa (o de otra persona) en el sistema de información de la fiscalía. Allí pone el RUT de Boric y ¡magia! le aparece otro número, que se llama Rol Único de Causas, o RUC. Después ingresa con su cuenta verdadera, en que está registrado el mandato otorgado por Boric, pone el RUC que había copiado y ¡zas! aparece la denuncia.

Eso es algo que no debería ocurrir, porque entonces todos los malulos sabrían cuando tienen la yuta encima. Que no se entere el “crimen organizado”, nomás. Aunque parece que ya lo saben. Queda la pregunta de por qué se pudo ver una denuncia reservada y los datos de la denunciante, pero eso es otra historia.

El punto es que el abogado de Boric se sentó en la oficina del fiscal regional de Magallanes. Ese día, el 22 de octubre, hizo frío: temperatura mínima 5 grados, pero en el despacho hay calefacción. Y antes de que el fiscal -quizás, no nos consta- le dijera “mire, estamos viendo, pero no tenemos antecedentes en contra de su… ehh… cliente y pronto vamos a cerrar la causa” o algo así, Jonatan le dio exactamente eso, antecedentes nuevos: la antigua correspondencia entre Boric y la denunciante, que incluía ¡ay, no! fotos íntimas de la mujer. Por lo visto, el presidente, durante todos estos años, no juzgó necesario borrar ese material sensible con el que había sido acosado.

Detengámonos aquí por un momento.

Tenemos, entonces, a un fiscal que, diga lo que diga la denunciante, no tenía nada en contra de Boric, ni podría tenerlo razonablemente. No hay nada que vinculaba a Boric con el objeto de la denuncia, las fotos íntimas que habrían sido publicadas recientemente en la web. Por eso, después de una espera y un par de trámites, ese fiscal daría por concluido sus esfuerzos investigativos y… todos contentos, excepto la ya mencionada loca y mala mujer.

Y tenemos a un abogado de Boric que va y le entrega, voluntariamente, y con el mero afán de desacreditar a la denunciante, aquello que el fiscal no tenía: ¡un nexo entre Boric y fotos íntimas (¿otras? ¿las mismas?) de la mujer!

¡Cómo van a cerrar la causa ahora, ahuevonao!

O sea, tenemos a un gobierno que enfrenta una crisis debido a que uno de sus principales jefes está acusado de violar a una subordinada y que se intentó, sin éxito, debido a la infinita incompetencia de sus miembros, encubrir esa circunstancia.

Y tenemos a un gobierno que, asustado por los efectos de ese fracaso, entra en franco pánico por un oscuro procedimiento judicial en la más remota de las provincias del país.

Y que, para ahuyentar los peligros, intenta destruir públicamente la reputación y la credibilidad de la mujer que echó andar esa causa, divulgando para ello mensajes íntimos que el presidente de la República conservó, por olvido o intencionalmente, durante más de diez años.

Y que, además, lo único que logra con todo eso es mantener abierta esa investigación que tanto les preocupaba, incluyendo ahora la revisión policial del computador y de la cuenta de correo del presidente de República, prolongando así el escándalo público que lo rebaja y debilita aún más.

No. Esta historia no es para los niños, ni para adultos responsables.