Del enfrentamiento social que se manifestó a partir del 18 de octubre de 2019, hemos pasado al choque de los relatos. Pero tejen esas narraciones sólo quienes siguen entre la espada y la pared. El levantamiento popular, sin embargo, no es ningún cuento.
Los aniversarios redondos se prestan para los debates históricos y políticos, para la interpretación de los grandes acontecimientos que les dan origen.
El centenario de la primera junta de gobierno, en 1910, fue una fastuosa celebración del poder oligárquico chileno. Los 200 años de la revolución francesa, en 1989, se conmemoró como una gran performance postmoderna.
El 18 de octubre, sin embargo, no admite tanta espera. Basta media década, o un lustro, y ya se debe tener una “reflexión”. La prensa burguesa moviliza todos sus recursos para fijar los marcos de ese ejercicio. Encuestas, columnas, ensayos, paneles de expertos y de “testigos presenciales”, se afanan en constatar que, cinco años después, aquel octubre… ya no existe.
Para muchos de quienes fueron parte de las movilizaciones esa conclusión es desalentadora. La actividad de grandes masas, autoconvocadas, como se le llamó, significa también una infinidad de vivencias diversas, individuales.
¿Cómo se les podría oponer esos recuerdos frente al relato de que el 18 de octubre fue una explosión de locura y violencia?
La discusión oficial admite sólo dos polos. Uno, que habla sólo de un “estallido delincuencial”, y otro, que insiste en conservar el adjetivo primitivo de “social”, de “demandas insatisfechas” que habrían animado las movilizaciones.
Pero ambas posiciones coinciden en condenar “la violencia”, en legitimar la represión y en negar cualquier reivindicación histórica del 18 de octubre.
La historia, sin embargo, es una guía muy difícil.
Una elogiada publicación reciente, del historiador australiano Christopher Clark (“Primavera revolucionaria. La lucha por un mundo nuevo, 1848-1849”, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024), propone una monumental revista a la llamada Primavera de los Pueblos que convulsionó a Europa hace casi 180 años.
El autor reconoce que su interés por aquellas revoluciones fallidas fue despertado, en parte, por las zozobras actuales, la primavera árabe y las revueltas populares en numerosos países del mundo, pero también por expresiones de la derecha, como la toma del Capitolio en Washington en 2021: “el rechazo del proceso electoral como una trampa, una mentira (…); la teatralidad improvisada, y los atuendos extravagantes; las posturas eufóricas y las apelaciones a altos principios, libertad, derechos, la constitución…; todo ello recordaba a los tumultos del ’48”.
Todo eso también recuerda a ciertos pasajes de nuestro octubre.
Las revoluciones fallidas de 1848 llevaron a lo que se llamó entonces una “restauración”. En Alemania, se consolidó el predominio prusiano que culminaría en el Reich de los kaiser y de Bismarck; en Austria, Hungría y el sureste de Europa en la reafirmación de la dinastía de los Habsburg; en Francia, a la dictadura de Louis Bonaparte.
Las revoluciones engendran las contrarrevoluciones.
A la actividad incesante y abierta de grandes masas, se oponen las distintas formas de repliegue; a las altisonantes proclamaciones de progreso les siguen los toscos discursos de la reacción.
También en eso, la historia muestra paralelos entre 1848 y 2019 o, más bien, 1854 y 2024.
Así las cosas ¿tiene sentido, entonces, defender el legado de octubre frente a quienes lo desfiguran y falsean? ¿Se puede retomar el impulso que recorrió al país hace cinco años?
La historia es una consejera equívoca.
El 18 de octubre fue un levantamiento popular cuyo núcleo motor tuvo un carácter revolucionario. Pero muy pronto llegó a su fin. Y lo hizo de un modo que la historia, al menos, no conoce. Fue por la propia decisión de quienes lo habían empujado. De un día para otro, simplemente, terminó, en medio de la pandemia.
¿Qué precedente histórico existe para algo así?
No venció ni ha vencido la contrarrevolución. No se ha restaurado nada.
Y el pueblo no ha sido derrotado.
Karl Marx escribió que el relato de 1848 llevaba “en cada capítulo significativo el título de ‘¡la revolución ha sido derrotada!’”. Sin embargo, continuaba, fue una “serie de derrotas” la que ayudaría a desprenderse de las “personas, ilusiones, ideas, proyectos” que atrasaban y desviaban el avance de la revolución.
Quienes se lamentan hoy de que octubre “no sirvió de nada” o quienes celebran que ha sido definitivamente aplastado, viven atrapados en el relato. Es un mundo de cuentos.
El 18 de octubre, sin embargo, no fue un cuento. Fue una muestra pequeña y enorme, ilusionada y realista, mansa y resuelta, organizada e improvisada, confusa y clara, todo a la vez.
No es la historia –es decir, los relatos más o menos elaborados- la que debe juzgar el significado del 18 de octubre. Es el pueblo el que ha venido sacando sus conclusiones de todo eso, con un sentido práctico y concienzudo. Y ya sabemos con qué propósito exacto.
Los que hoy buscan conjurar el fantasma de octubre con sus cuentos para dormir no se imaginan qué es lo que se les viene encima.
¡Cómo echaran de menos, entonces, aquella primavera de 2019!