Libre de polvo y paja salió el paco que en 2020 lanzó a un joven desde el puente Pío Nono al lecho del río Mapocho. El veredicto de los jueces es un exquisito monumento al “garantismo” judicial, es decir, aquella actitud de la justicia de la que ningún otro acusado -que no sea paco o represor- ha gozado ni podrá gozar nunca.
Lo habían levantado como a un mártir. El ex funcionario de Fuerzas Especiales Sebastián Zamora fue adoptado -como si fuera una mascota- por la diputada del grupo de Kast Chiara Barchiesi. En el Congreso hacía las veces de junior de la parlamentaria.
A las audiencias acudía acompañado de otros representantes de derecha y pacos acusados de diversos crímenes.
La noticia de su absolución fue celebrada por la reacción.
En el curso de sólo un par de horas el sitio Ex-Ante, ligado al imperio comercial del grupo Luksic, lanzó cinco veces la misma noticia.
“Audiencia: lectura del veredicto de Caso Pio Nono”; “Itinerario de una derrota: Los cambios de discurso de la Fiscal Chong tras testimonios y pericias que cuestionaron su tesis”; “Quién es la Fiscal Chong y su aplastante derrota en el Caso Pío Nono, que trató sin éxito de abandonar”; “Duro golpe a Chong: tribunal absuelve al excarabinero Sebastián Zamora a casi 4 años de iniciado el Caso Pío Nono”; “Crónica de la derrota de Chong (y del octubrismo): El llanto de la mujer de Zamora y las protestas de la Primera Línea”; los titulares se sucedían en un febril staccato.
En la última nota, el periodista Marcelo Soto, que ha hecho carrera como crítico de vino en la fenecida revista “Capital”, para después pasar, en el suplemento de fin de semana del Diario Financiero, a la literatura y la gastronomía, dio rienda suelta -ahora como reportero judicial- a su creatividad.
“Las caras de la fiscalía, en especial de Ximena Chong, parecían forzosamente serias, cansinas, como los jugadores de fútbol que saben que van a perder. Pero hay maneras de perder y la del viernes fue absoluta”, escribió, como si fuera una premonición.
Pero esa es la magia de la literatura; transporta al lector a otros mundos. En este caso, “a la derrota del ‘octubrismo’”.
En ese universo, “había sólo una persona, un joven que llegó tapándose la cara, vestido como un rapero, con una polera extra grande, que venía a apoyar a Anthony”, el muchacho atacado por el acusado.
Luego del veredicto, el cronista se acerca a un grupo: “a las afueras del Centro de Justicia, unos 15 o 20 jóvenes protestan contra Carabineros y expresan su rabia por la situación de Anthony. Algunos son ex primera línea o vecinos de Bajos de Mena. También está su madre, que viste una polera alusiva a su hijo. ‘No voy a hablar’, dice. Dos muchachos se acercan y hacen gestos poco amistosos. ‘Váyase tranquilo mejor, porque si no…’. La advertencia es obvia”.
Aquí es cuando uno se pregunta por qué no le mandaron un charchazo, nomás, al tal Marcelo Soto, de “Ex-Ante”, que celebra tanto la injusticia. Pero eso sería otra historia.
Los tres magistrados que absolvieron al paco, no sólo cuentan otra historia, sino que se mueven en otro género literario.
En este tipo de cuentos, los jueces escuchan las alegaciones de la fiscalía, quien tiene la carga de la prueba, y le buscan cualquier otra explicación que sea beneficiosa para el acusado.
Y eso, en términos muy generales y amplios, es efectivamente lo que se esperaría de un tribunal.
Por ejemplo, si la fiscalía pide más de 20 años de cárcel para un dirigente mapuche y basa su teoría del caso en declaraciones públicas en que el imputado aboga por los derechos de su pueblo, en testigos secretos, evidencia que nadie sabe de dónde salió, y en hechos que no pueden ser comprobados, un tribunal como éste, sin la menor duda, absolvería al acusado.
Cosa curiosa, entonces, es que en el caso del paco Zamora, donde la evidencia es, pues, evidente, los jueces lo absuelvan, y en el de Héctor Llaitul, por ejemplo, lo condenen.
Porque el cuarto tribunal oral de Santiago fundó su absolución en que la fiscalía no habría demostrado cuál de las múltiples lesiones, específicamente, que sufrió la víctima habrían sido potencialmente mortales.
Una perito médico dijo en el juicio que todas juntas, otro especialista declaró que ninguna en particular. Para los jueces, eso sería una contradicción.
Y como no es su tarea resolver ese problema lógico, que sólo sus cerebros generaron, los magistrados dictaminaron no estaba probado el homicidio frustrado.
Así, el auténtico milagro de que la víctima haya sobrevivido, se convirtió en un factor de exculpación del victimario.
Además, los magistrados indicaron que el hecho mismo no estaba claro.
Porque, argumentaron, el asesino, que había mentido durante toda la investigación, dijo que no había empujado al muchacho.
Y la declaración de la víctima, por su parte, para ellos fue confusa.
Y los testigos presenciales, en tanto, describieron con palabras distintas lo que ocurrió.
Y, además, los testigos de oídas, o sea, los que reprodujeron lo que otras personas dijeron, tampoco usaron el mismo verbo para describir lo que los jueces pudieron ver con sus propios ojos, gracias a las grabaciones del suceso.
Para protegerse de cualquier impugnación, los magistrados expresamente señalaron que ellos no tomaron en cuenta los argumentos de la defensa del paco, a cargo del notorio ex fiscal Alejandro Peña.
Notable.
Ya lo sabe, impulsivo lector, vengativa lectora, si usted decide, en un arranque de ira, ajustar cuentas con algún enemigo suyo, y pesca el revólver de su abuela y le pega un tiro, pero éste sólo roza el cuello del desgraciado aquel, porque, al fin y al cabo, usted no es un sicario profesional, rece que le toque este tribunal.
Porque esos jueces lo van a declarar inocente como un corderito, aunque haya un video que lo haya registrado todo.
Dirán, primero, que nadie se muere por una heridita en el cuello.
Y notarán que los testigos no se ponen de acuerdo: uno dijo que escuchó dos disparos fuertes, y otro, uno solo; uno declaró que usted se puso de frente del tipo y le dijo “así quería verte, maldito”, y otro dijo que no escuchó ninguna alocución previa.
Pero todo esto, este cuidado infinito en favor del reo, sólo vale si usted, doloso lector, delictiva lectora, es paco o paca.
Porque todo el resto, va pa’ dentro, nomás.
Ahora, si usted, razonable lector, mansa lectora, nunca se quiso echar a nadie ni se ha robado un Toblerone del Jumbo siquiera, pero, digamos, defiende sus derechos como trabajador, o si es mapuche, quizás, bueno, entonces está fregado. Ni rezar le va a servir. Porque le van a colgar lo que sea. Estos mismos jueces tan puntillosos van a tomar lo que sea digan los fiscales y los policías en su contra como si fuera la verdad revelada.
Así es la justicia, como un mal cuento.