Cualquiera diría que el plebiscito no ocurrió. El negocio político, al menos, sigue como siempre, frenético, absurdo y enfermizo. El gran griterío insustancial, sin embargo, tiene un propósito definido: ocultar que la gran tarea del régimen es salvar a las isapres, a las AFP y, de algún modo, a las finanzas públicas. Si tan sólo dijeran la verdad.
Se suponía que todo estaba ya decidido. Una vez que el “En Contra” se impusiera en el plebiscito, el gobierno daría un importante cambio de timón. Revelaría los acuerdos que ha ido cocinando con la derecha, habría cambios en el personal y, en general, paz, felicidad y Santa Claus.
Pero ese plan, claramente, ya no funcionó.
Un buen indicio de esos reveses es cuando aumenta la frecuencia de las apariciones y pronunciamientos del presidente de la República. Y ya sabemos cuál es la prioridad más cercana al corazón de Gabriel Boric: él mismo.
El país ya estaba bastante enterado de su rutina de ejercicios tipo midlife crisis. Ahora, sabemos que llega tarde a las reuniones porque estaba “en terapia”. “Estoy bien, estoy contento, estoy optimista por Chile y su futuro”, añadió.
Qué alivio.
Entre medio, una visita a Ricardo Lagos para pedir consejos; otra demostración de que no hay un plan.
Y eso que todo había sido delineado.
Ricardo Solari, carcamal del PS y niño de los mandados de inconfesables intereses económicos, iba a ser elevado a un importante cargo en La Moneda. Experiencia, gestión, contactos. Lo tenía todo.
Solari, recordemos, fue el que dirigió la campaña oficial del “En Contra”. En esa calidad, logró la inusual proeza de que, mientras desplegaba su propaganda, las preferencias por “en contra” bajaron en más de 20 puntos porcentuales.
Por las confesiones postreras de sus operadores, sabemos ahora que la derecha temía perder el plebiscito en una proporción aproximada de 20%-80%. Gracias a la infinita incompetencia de Solari y sus socios, el resultado final se equilibró convenientemente.
Si nadie gana, nadie pierde.
Pero hay excepciones. Y Solari, al menos por ahora, es una de ellas. Apareció este viernes dando una entrevista al órgano oficial del ex concertacionismo, el diario español El País, en que se adjudica la gestión del triunfo. Débil. Es lo que hacen los políticos perdedores, no las eminencias grises.
La mala onda en el PS es suprema. Sus aspiraciones son, en todo caso, limitadas. O definidas. Además de ampliar su influencia en La Moneda, lo que quieren es una pequeña menudencia: todos, o casi todos, los cargos de seremi y delegados provinciales y regionales, y sus correspondientes presupuestos y cargos. Se vienen las municipales, oye.
Se suponía que ese trato estaba ya cerrado.
Pero no.
Algo acalorado, no se sabe si por su terno estilo duque de Windsor o por el hecho de que no les estaban cumpliendo el trato, el vicepresidente del PS, Arturo Barrios, decidió echar la choreada.
Y muy literalmente. O sea, se hizo el choro. Luego de quejarse de que al gobierno le hace falta “gestión”, especialmente en regiones, un código para referirse a los puestos ya nombrados, Barrios, antiguo dirigente del Pedagógico, presumió que él sí “tiene territorialidad” -no como sus socios políticos, se entiende. Y para que se entendiera mejor, agregó que, para eso, él había contraído “pactos con el narco”.
Obviamente, ese expresión, explicó después, fue “desafortunada” y se basaba en un error “de concepto”. No aclaró si fue el concepto de “pacto” o de “narco” el que fue mal utilizado.
Es broma, pero si quieres, no es broma.
Si el frente interno del oficialismo está revuelto, qué decir de sus relaciones con la derecha.
¿Con quién hablar? El megaderrotado del domingo, el jefe de la UDI, Javier Macaya, ya no contesta el teléfono, y si lo hace, no sabe qué decir. En efecto, súbitamente se les hizo la noche. Un par de cálculos rápidos, y los partidos de Chile Vamos se dan cuenta de que lo que parecía absolutamente seguro, que ellos ganarían el próximo gobierno, está ahora en duda.
La aritmética es fácil. Kast nunca va a ganar una elección y, dentro de la derecha, nadie le va a ganar a Kast.
Si nadie gana, nadie pierde.
Pero con el rentista de la fábrica de salchichas paterna hay un problema adicional. Según él mismo dice, no le importa perder. Y esa sí que es una mala actitud. Considerado el gran derrotado del plebiscito por los analistas establecidos, Kast declaró oficialmente su candidatura presidencial, como doblando la apuesta. De paso se atribuye, con algo de razón, en el fondo, la totalidad del 44% del “a favor” en el referéndum, remarcando la debacle política de RN y al UDI.
La dificultad estriba en que ahora se deben negociar las candidaturas de alcaldes y gobernadores. La derecha de Chile Vamos va a la baja, pero la probabilidad de que los candidatos del grupo de Kast ganen en las grandes ciudades del país, es pequeña. No tienen la gente; son puros hijos lesos de ricachones. Y nadie asegura, tampoco, que los republicanos, sólo por joder, presenten sus propios postulantes, en paralelo a Chile Vamos, garantizando así la derrota del conjunto de la derecha.
Mal, mal, mal.
Pero todo esto es, en realidad, secundario.
Las tareas urgentes no las fijan los partidos, sino los grandes grupos económicos.
Y una de las principales ramas del capital son las AFP. Golpeadas tras los retiros, buscan afanosamente garantías para su sobrevivencia. La reforma de pensiones del gobierno pretende darles una porción de un aumento del 6% de las cotizaciones y, esto se maneja con más ciudado, de la edad de jubilación de las mujeres.
La derecha postula que la totalidad de ese aumento, que se descontará paulatinamente de los sueldos de los trabajadores, vaya en beneficio de las AFP. El gobierno, sin embargo, insiste en que una parte debe destinarse a lo que llaman mañosamente “solidaridad”.
En realidad, de lo que se trata es destinar esos recursos a un seguro que, inmediatmente, pueda destinar recursos al pago de jubilaciones de los pensionados actuales. El motivo de su insistencia no es solidario, sino financiero.
En la medida en que más dinero de las pensiones actuales y del futuro próximo provengan de las contribuciones forzosas de los trabajadores, menos deberá destinar el Estado para ese fin, mediante la PGU, que es completamente infinanciable. Tal como el liberal-libertario Milei en Argentina, los liberal-progresistas en el gobierno ven el déficit fiscal como la principal causa de todos los males, presentes y futuros.
La ausencia de déficit es, simplemente, la garantía de que los capitales acreedores del Estado recibirán sus ganancias.
La derecha, supuestamente ortodoxa neoliberal, juega con la bancarrota del Estado, en beneficio de los grandes capitales. El oficialismo, supuestamente progresista, busca resguardar los intereses de esos capitales en el mediano plazo mediante un ajuste fiscal permanente.
Aunque esto no haga sentido alguno, ya se ve: en el fondo, hay un punto de acuerdo. Pronto nos enteraremos.
Con las isapres ocurre algo análogo. Ya se aprobó, como un anexo de la ley de presupuestos, algo que no iroga ningún gasto fiscal, pero igual significa un bienvenido regalo en plata para las isapres. Es Navidad. El presente lo pagarán los clientes de las isapres que verán un alza de sus planes determinado libremente por ellas.
Pero eso no les basta. Quieren lograr, mediante la intervención estatal, la eliminación de los fallos de la Corte Suprema que les impiden discriminar entre los afiliados y, en general, cobrar cómo quieran.
Si no les dan en el gusto, se van a la quiebra, dicen.
Ya se ve, en el fondo, también aquí hay un acuerdo en ciernes entre los partidos del régimen.
¿Por qué no lo hacen, nomás?
¿Por qué siguen con la comedia?
¿Será que no quieren que alguien se dé cuenta de sus manejos?