La historia es simple y archi-repetida. Se cuentas por decenas. Pero ésta vez el desenlace fue trágico. Una declaración de la empresa y todo sigue tan bien y campante, en el mundo capitalista. Sin embargo, el pueblo toma nota.
Imaginemos que usted es estafada y pierde su casa. No hay recursos para arrendar y toma la decisión de levantar una pequeña ranchita en un sector periférico de la ciudad, donde hay ya un asentamiento de otras casas, otras familias, y usted llega allí. En cuestión de días, y con mucho esfuerzo, reúne materiales y comienza a levantar lo que, en unas semanas, ya es un hogar.
¿Cuántas familias no han levantado su casa así, en la ciudad? Empujados por la necesidad, erigen lo que se convierte en casa, el espacio se transforma en pasaje, calles, más casas hasta cobrar forma de barrio o población. ¿Respuesta? Cientos de casos. Numerosas poblaciones se crearon de esa manera.
Hasta ahí la imaginación. Ahora contemos la historia de verdad.
Sara Mercedes Levancini Ruiz es la mujer que protagoniza esta historia. La vecina, de 61 años de edad, se suicidó el pasado 9 de noviembre. ¿El culpable? La Minera Escondida Ltda. Así de claro. Y lo hicieron bien a escondidas.
Ese mismo 9, y a raíz del suicidio de Sara, la empresa declaró que “…la persona involucrada se encontraba habitando irregularmente en terrenos que son propiedad de la compañía, que no son aptos [léase bien] para la vivienda y que, además, presentan riesgos de aluvión” [¡Ja! Vaya novedad en Antofagasta].
Desde el 2018 iniciaron un juicio para sacar a Sara del pequeño espacio que se había tomado. Este año lo consiguieron. Y termina lamentando con “profundo pesar”, algo que ellos mismos provocaron. ¡Nanai!
Hace unos seis años, Sara tuvo que decidir: o se iba a la calle o emprendía un nuevo inicio. Optó por lo segundo. Se tomó un pequeño terreno en el sector de Coloso, unos metros al cerro de un asentamiento de casas ya instaladas allí. Las amistades y los contactos lograron que pudiera hacerse de un container que instaló y modificó. Tapizó interior, amplió con materiales de maderas recicladas y así fue levantando una casa, estilo cabaña.
Capacidades no le faltaban, sabía artesanía y en ésta, su nueva casa, levantó techumbre, armó cocina, maceteros, espejos y montones de trabajos en el taller que construyó. Era una mujer como usted, estimada lectora, una trabajadora, que todo el tiempo ocupa sus manos en la mejora de su casa.
No conforme con eso, trató la tierra y sembró. El verde fue instalándose, por a poco, en su patio, el patio en jardín y el espacio cobró un nombre: Los Verdes Secretos del Desierto Azul.
Por donde se mire en el mapa, no hace falta ser el Barón Haussmann, ni haber reconstruido París, para darse cuenta que ese pequeño espacio es, ¡si señoras y señores!, un insignificante espacio geográfico, donde cabía una casa y su verde jardín. Allí vivió Sara -en sus palabras- sus mejores años de vida.
En uno de los últimos videos que subió a las redes, recordaba que:
“Tuve que ocupar este espacio porque fui víctima de una estafa, de la cual podría haber caído en la delincuencia para sobrevivir…, pero no era mi tema. Lo mío es seguir trabajando. Necesitaba un espacio para hacerlo. Necesitaba un espacio para sobrevivir”.
Con todas las dificultades que tuvo que superar Sara, la historia pintaba bien. Era un renacer, verde y fértil, con una casa acogedora, en un sector que no representa ningún riesgo. Pero Minera Escondida tenía otra opinión.
Porque si hay un derecho que se respeta en este país ese el derecho a la propiedad. Se puede carecer de salud, educación, pero con la propiedad la cosa es peliaguda. Y el dueño del terreno es Minera Escondida. Nunca se negó el hecho por las partes. Así, los tribunales fallaron, como era esperable, en favor de Minera Escondida Ltda., el retiro del container y, de hecho, el retiro de todo lo que Sara edificó durante seis años en el lugar.
La casa y el patio-jardín de Sara no superaba los 560 m2 de superficie. Convengamos que no es ningún complejo habitacional que dejará sin espacio a Escondida.
El 25 octubre 2023 fue la última audiencia del juicio de Escondida. Se le condenaba a prisión si es que ella no aceptaba cargos. ¿cuáles eran los cargos? “Ocupar un espacio, en un pequeño valle, en medio del desierto”.
Con la indignación y rabia, Sara sentenciaba que: “…y los delincuentes andan sueltos en la calle. Y que la justicia los protege”. Y no miente. Y lo sabemos.
Pero también sabemos que el pueblo es paciente y aguanta bastantes cosas, pero llega el momento, un límite en que se echa a andar. Y en ese ascenso de sus propias luchas pasa la cuenta. Y el período que se avecina, con un régimen debilitado y un pueblo tomando nota de todo, es de grandes luchas.
Pues, señores y señoras de Escondida, créanos que de esto el pueblo no se olvidará, y cuando sea el momento de ajustar cuentas, a diferencia de ustedes, en la aplicación de justicia no va a hacer nada a escondidas.
Anótenlo por ahí, para sus futuras declaraciones llenas de lágrimas de cocodrilo.