En su mensaje al congreso pleno, el presidente de la República confirmó el completo vacío político de su gobierno. Como a sus antecesores, el único propósito que lo anima es la preservación a cualquier costo del régimen político.
Horas y horas, Gabriel Boric discurrió sobre lo que tenía anotado en decenas de hojas y sobre lo que se deslizaba en las pantallas del telempropter, ese genial invento que permite aparentar una elocución sin dudas ni vacilaciones.
Quizás para dar algo de vida a su exposición, el mandatario introdujo sus propias dudas, fuera de libreto. Así, consultó, en pleno discurso, al general director de Carabineros si lo que estaba afirmando era correcto. El policía, muy cómodo en su sillón, concedió el visto bueno al jefe de Estado.
La llamada “cuenta pública” de Boric, un término introducido por la dictadura para designar los discursos que, todos los 11 de septiembre, daba el tirano a su claque en el auditorio del edificio Diego Portales, es la más larga desde 1990. “Es que tenemos mucho que contar”, se justificó en la noche, cuando dio una nueva alocución en cadena nacional.
Cada quien es libre de decir lo que quiera y por cuánto tiempo estime conveniente. Pero es falso que este gobierno tenga “mucho que contar”. El vacío político, intelectual y moral que lo caracteriza es evidente. La enumeración de acciones y medidas administrativas, de “hitos” y “logros”, de leyes promulgadas y proyectadas, permite, ciertamente, disimular la orfandad de una orientación, de respuestas a los problemas nacionales o, por último, de principios e ideas propias.
En esto, Boric, no se diferencia de sus antecesores. Pero éstos, de algún modo, evitaban que se expusiera de manera tan drástica el enorme abismo que se abre frente a los gobiernos.
En su discurso, Boric hizo apología de la represión, y redujo, si es posible, aún más el ámbito de acción que le otorga a su administración. Ahora, se limita pedir un acuerdo con la derecha para una reforma tributaria que financie el salvataje a los capitales que controlan a las AFP y una reforma previsional con el mismo objetivo.
En efecto, la reforma tributaria busca obtener recursos adicionales para el Estado, principalmente para el financiamiento de los costos de la llamada pensión garantizada universal. Ese mecanismo, recordemos, fue instaurado durante el gobierno de Piñera a instancias de las propias AFP. Así éstas, siguen haciéndose de las cotizaciones de los trabajadores, pero el pago de sus jubilaciones correrá, para la enorme mayoría, con cargo a la caja fiscal.
El único problema es que, si el fisco no aumenta su recaudación pronto, ese gasto lo llevará directamente a la quiebra. El aumento impuestos, entonces, es lo principal que este gobierno propone al país. Y así lo refrendó Boric durante su discurso, en que no dudó en cargar a esa cuenta varias promesas que, todo el mundo sabe, son falsas, como la condonación del CAE o el pago de la deuda histórica a los profesores.
El propio gobierno aceptó su suerte al concederles a las grandes transnacionales que explotan los minerales chilenos una ley del royalty del 1%, con un tope máximo a su tributación. Un privilegio que viene a reemplazar otro regalo fiscal de antaño a los capitales, la invariabilidad tributaria que comienza a vencer el próximo año.
Con su perorata interminable, Boric sólo quiso tapar el hecho de que las únicas tareas que se propone, y en la medida en que los partidos del régimen así lo acuerden, son reprimir y beneficiar a los capitales.
A cambio, siguiendo una vieja costumbre, ofrece un “bono invierno”.