Pero… ¿es o se hace?

La política exterior del gobierno chileno se ha caracterizado por ser un portavoz especialmente sumiso de los intereses estadounidenses. Pero hasta los gringos, que no reparan en los medios, valoran algo de sutileza.

29 de marzo de 2023

Las cumbres iberoamericanas, una creación del 500º aniversario del llamado “descubrimiento de América” -rebautizado para la ocasión como el “encuentro entre dos mundos”- está hace tiempo de capa caída.

Los capitales españoles que en la primera cumbre en 1992 campeaban en el continente quebraron. Con ellos, desapareció gran parte de la influencia de Madrid sobre los asuntos latinoamericanos.

Esta versión del encuentro de mandatarios en República Dominicana no es la excepción. Tanto así, que ¡Andrés Allamand! oficia de maestro de ceremonias de la reunión. Eso es caer bajo.

Luiz Inacio Lula da Silva, el presidente brasileño, no va a estar. Tiene que viajar a China. Es más importante.

Andrés Manuel López Obrador, el mandatario mexicano, tampoco va. En general, no le gustan estos viajes, pero además no puede ver a los españoles ni en pintura de carabela. Para remarcar el punto, tampoco fue su canciller Marcelo Ebrard. Un subsecretario representará a México.

Quién no quiso faltar, es el presidente chileno, Gabriel Boric.

Y, esta vez, se supone tiene algo que decir.

En la vacía Cumbre de las Américas, su primera vez en una de estas conferencias, la agenda se la habían puesto Estados Unidos y Canadá: un acuerdo sobre los océanos. Diplomacia verde o, más bien, turquesa: eso sería el sello de la política exterior chilena. Fue un pequeño favor que le hizo Washington a Boric para que se pudiera lucir.

Pero el gobernante falló la prueba. Se puso alegar, sin razón aparente, por la ausencia y desinterés de Estados Unidos en ese convenio, olvidando que había el Departamento de Estado quien lo había impulsado desde un inicio y que su representante, John Kerry, estaba sentado al lado de él.

¡Uy!

“¿Ese es el gringo?”

En la siguiente cumbre, de la APEC, el tema chileno debía ser el TPP11. Pero el gobierno todavía no se las había ingeniado cómo hacer aprobar ese tratado vendepatria que había jurado, por su abuelita, que nunca, jamás, apoyaría. Así que Boric tuvo que mirar, nomás, lo que hacían los otros. No fue mucho aporte. Eventualmente, se aburrió y se fue a comer comida thai auténtica en un mercado.

“¿Ustedes hacen el namasté?”

Después siguió la Celac, en Buenos Aires. Entonces, Chile tampoco tenía nada especial que proponer, excepto lo de siempre: la exigencia de la liberación de los políticos opositores presos en Nicaragua, fiel a la línea de Estados Unidos. Poco se imaginaba Boric que, en el mismo momento que defendía “los derechos humanos sin distinciones”, Washington estaba de lo más bien negociando con el gobierno de Ortega la expulsión de esos presos al país del norte.

Otros, mejores, tiempos: “cacha, Alberto, con esta aplicación puedes…”

Y, como si fuera poco, el gran amigo que Boric había hecho en la región, el presidente argentino, Alberto Fernández, ya no quería jugar con él. Boric había resultado ser un mal aliado y no ha movido un dedo por los proyectos de infraestructura que interesan a Argentina para impulsar su industria minera. Tampoco ayudó la filtración, el día antes, del audio de una reunión de la entonces canciller Urrejola con los mandamases del ministerio en que puteaban de lo lindo a funcionarios trasandinos.

Ante la falta de algún tipo de influencia política en la región, de relaciones que pudieron ser de beneficio para los intereses de Chile, Boric buscó más lejos. Encontró un alma gemela en Volodimir Zelensky, el presidente de Ucrania. Lamentablemente, esos encuentros sólo son por zoom.

Y qué se habla y se acuerda entre ellos, es un misterio que hasta ahora no ha sido resuelto. Buscaminas, personal militar especializado… ¿qué es lo que promete Boric a Zelensky?

El último rumor apunta a una partida de los casi 200 tanques Leopard 2 que posee el Ejército… Poco probable, porque son de los modelos más antiguos y de menor utilidad en las operaciones; además que, lo que sirve en el duro desierto austral, tiende a hundirse indefectiblemente en el barro de Europa oriental.

Pero, por otra parte, qué sabe Boric de esas cosas. Ofrecer no cuesta nada. A él, al menos.

Aunque, quizás, sí haya algo.

El plan de modernización de los antiguos tanques chilenos, adquiridos en la década pasada a Suiza, fracasó, debido a que los milicos contrataron, contraviniendo las bases de la licitación, a la misma compañía israelí que instala en los Leopard argentinos los mismos sistemas, por lo demás, incompatibles con los de todos los demás fabricantes del mundo.  

¡Pummm! Un Leopard 2 chileno ¿pronto en Ucrania?

Quién sabe si, a partir de ese fiasco, algún país de la OTAN quiere patrocinar el esquema de dando-y-pasando que emplean otros países para enviarle a Ucrania su material obsoleto a cambio de equipos más modernos.

Es pura especulación esto. Es que nadie dice nada sobre estos asuntos. Y ya vendría siendo hora de que alguien en este gobierno contara la firme sobre el involucramiento chileno en la guerra.

Con el envión de una nueva sesión con el ucraniano, Boric partió a Santo Domingo. Y, esta vez, sí tenía algo que hacer, algo que decir.

Los inmigrantes. Quiere que se los lleven Venezuela y Bolivia.

El presidente de República Dominicana, Luis Abinader, guía a su colega chileno, Gabriel Boric, por el Palacio Nacional en Santo Domingo

Pero el nuevo canciller, el supuestamente experto y muy profesional Alberto van Klaveren, no logró organizar una reunión formal con los representantes de ninguno de esos dos países durante la cumbre; sólo logró una bilateral con el anfitrión y el derechista presidente de Uruguay.

Mientras, el gobierno boliviano, más despierto, se adelantó con un plan de siete puntos, todos ellos complicados para el gobierno chileno, como la desprivatización de los puertos de Arica y Antofagasta, en virtud de las concesiones otorgadas a Bolivia en el tratado de 1904.

Y, por supuesto, el mar: el presidente Luis Arce viene de celebrar el aniversario de la batalla de Calama y la gesta de Eduardo Abaroa.

Parece que nadie en La Moneda y el ex Hotel Carrera había pensado en esos problemitas.

Y para estar a tono con eso de no pensar, Boric no encontró nada mejor que basurear la iniciativa de una moneda común, impulsada por Brasil y Argentina, los dos países más grandes de Sudamérica.

Boric declaró que el plan de una moneda única -algo que nadie ha planteado- es “ingenuo y voluntarista”. Para esa afirmación se basó en una experiencia que él tuvo cuando viajó a Europa y vio cómo les costaba a los camareros adaptarse al euro: “andaban con una calculadora para pasar de francos a euros, porque todavía no se acostumbraban a este tipo de cambios”.

Al parecer, Boric, o no sabe en qué consiste la propuesta de la moneda común (no única), o…, es otra posibilidad, quiere torpedearla.

La idea busca evitar la dependencia del dólar en las exportaciones industriales entre Argentina y Brasil, creando una unidad de valor, respaldada por reservas de divisas brasileñas y -como tiene menos dólares- títulos sobre las exportaciones de soya y grano argentinas. El peso y el real seguirán subsistiendo en cada país. Es decir, no circularán billetes del “sur”, el nombre propuesto para la moneda, sino que usará para computar las operaciones comerciales.  

Lo que Boric considera “ingenuo” es un comercio bilateral de casi 30 mil millones de dólares anuales, de los cuales el 70% corresponde a productos industriales, o el financiamiento para grandes proyectos de infraestructura como el gasoducto “Kirchner” entre Neuquén y Brasil.

Que ese enorme volumen quede fuera de la órbita del dólar, lógicamente, disgusta a Washington. No es sorpresa. Así son las cosas.

Pero eso no significa que los peones que manda a hacerles la contra a los esfuerzos de incrementar la independencia económica en América Latina no pongan un poco de esfuerzo en no aparecer como unos supinos ignorantes.

O, quizás, se dirán los gringos, es lo que hay, nomás.