En Perú, el pueblo lleva pidiendo el término de la presidencia de Boluarte, no sólo porque se hizo del poder ilegítimamente, sino por la represión desatada en contra de los manifestantes.
América Latina pasó de ser un espectador de los sucesos sociales que acaecían en el mundo a ser un protagonista.
En el dialecto de los políticos, podemos decir que estos países rebosaban de “democracia”, por esa razón anunciaban a los cuatro vientos que el “fin de la historia” era verdadero y que lo que sucedía en las antípodas no recalaría en estas tierras. El análisis no sólo estaba equivocado, sino que eludía nombrar al invitado de piedra de siempre: la lucha de clases que estaba más viva que nunca y que otra vez deambulaba con más fuerza por todos los confines del orbe.
La certeza de los políticos que las dictaduras jamás regresarían, porque ellos ya no las necesitaban y que la lucha social ya no tenía cabida, pues los nuevos tiempos deparaban amplios bloques políticos donde todos los partidos estaban llamados a cerrar fila por la defensa férrea de la “democracia”, parecía el edén para hacer y deshacer en los países que gobernaban.
Todo lo importante para ellos sucedía entre el Congreso y la presidencia. Allí se jugaban la vida de su permanencia o cambio. Los demás debían observar y atenerse a lo que allí se estipulara como trascendente.
Parece que estuviéramos hablando de Chile, que sí lo hacemos, pero esto ocurre de la misma forma en casi toda América.
Políticos ladrones, sinvergüenzas, racistas, clasistas, aprovechadores y traidores, hacen nata en los gobiernos. No sólo obedecen a los designios de la burguesía nacional, sino que también son testaferros de los yanquis. Es esta clase de políticos de todos los partidos y colores que son parte de los gobiernos de nuestros países y que se han enfrentado al pueblo en los últimos años, reprimiéndolo sin miramientos.
Sucedió en Chile, Colombia, Ecuador y Perú, sólo nombrando a los que han tenido levantamientos populares en este período, donde la policía y los militares salieron a matar a personas con la anuencia criminal de los gobernantes.
Los regímenes saben que su hora puede estar cerca. Por esa razón se tratan de resguardar y legislan tratando de que se proteja la “infraestructura crítica”, de que se implementen “estados excepcionales”, que los militares persigan al “enemigo interno”, de que se les de permiso a las fuerzas armadas de disparar a cualquiera y no sean juzgados, una locura que solo puede llevar a la violencia extrema.
Tanto los policías, carabineros y fuerzas armadas en general, sólo son marionetas en este escenario, siendo funcionarios públicos creen que su trabajo es golpear a niños, a ancianos, e incluso torturar y matar, siempre que el gobierno lo diga. Total, obedecen órdenes, si no, los despedirán.
Tanto los políticos como sus esbirros adolecen de toda moral.
Como en el caso de Perú, y en los próximos levantamientos que sucederán, los culpables de las muertes son los responsables políticos que dan la orden de reprimir y matar. Pero cada represor que lo hace es culpable de hecho, pues se escuda en lo que en la dictadura se llamaba la “obediencia debida”: sólo obedecen órdenes superiores, de esta manera tratan de eludir la justicia.
La única manera en que estos miserables no puedan seguir haciendo de las suyas de manera intocable, no es sólo marchar o demostrar que no se aguanta más, sino que se debe recurrir a lo que más temen: que el pueblo imponga su superioridad y tome el poder.