Y nadie puede detenerlo. Las fuerzas populares se dirigen desde distintos puntos del país a la capital, Lima, para el gran paro nacional convocado para este jueves. El régimen entra en pánico y responde del único modo que puede: estado de excepción y represión.
Es una marcha combativa. Parte, especialmente, desde la zonas montañosas de sur y se dirige, en buses, vehículos particulares e, incluso, a pie, a la costa, a la capital, el vetusto centro oligárquico del Perú. Los estudiantes de la histórica Universidad de San Marcos y de otros centros de estudios, como la Universidad Nacional de Ingeniería, han convertido los establecimientos en puntos de encuentro para las columnas procedentes de las provincias.
En Lima, el gobierno decretó estado de excepción por 30 días, al igual que en los departamentos de Cusco y Puno. La medida no ha frenado la movilización. Enfrentados a la amenaza de la “toma de Lima”, distintas reparticiones públicas han anunciado que suspenderán su funcionamiento.
Pero el temor del régimen sólo alimenta al paro nacional, convocado en “sierra, costa y selva”.
A pesar de las masacres de Ayacucho y Juliaca, los bloqueos de ruta se han multiplicado en distintos puntos del país. El centro de gravedad de la acción popular es, como siempre, el sur. Pero también en Trujillo, Tarapoto y Amazonas, en el norte del país, se erigen barricadas que interrumpen el traslado de mercaderías y frenan los movimientos de las fuerzas represivas.
Perú se encuentra en vísperas de una enorme batalla. Su pueblo ha resistido los peores embates y aplica la experiencia acumulada de los levantamientos populares de Ecuador, Chile y Colombia. Y señala un camino: el de la unidad, de la lucha, y de la intransigencia frente a un régimen caduco y asesino, reflejada en la consigna: “¡que se vayan todos!