En el fondo del mar suceden hechos políticos trascendentes: un grupo quiere usurpar el poder de todos los peces. Dicen que ellos son los mandados a gobernar. Lo único que tienen que hacer es obedecer.
Todo es un tumulto.
Un grupo de peces dice que ellos deben ser los encargados de dirigir los designios de los ríos y del ancho mar.
Con desparpajo, lenguados, pirañas, róbalos y celacantos plantean que la pezcracia es la forma dirigir los cardúmenes de peces.
Lenguados jóvenes que son autorreferentes y narcisistas; pirañas que tratan tomar todo lo que puedan para sus intereses; róbalos que buscan la ocasión para pasar por sobre otros; y celacantos, peces prehistóricos que tratan de seguir viviendo mantenidos por otros peces.
Todos ellos, plantean que los peces más capaces -que son ellos- deben ser obedecidos sin ninguna oposición y sin violencia. Ellos manejarán la justicia, la política, la religión, la educación, las agrupaciones de los peces trabajadores y la represión.
Ya tienen a grupos de asiduos adherentes a quienes le han ofrecido cargos, poder y todo lo que puedan tomar, pero deben de ganar para eso. Se han sumado pulpos que quieren atrapar lo máximo con sus tentáculos, estrellas que planean ser más famosas, rémoras que sólo buscan las sobras de los demás y algunos atrevidos peces payasos que sólo quieren divertirse.
Tienen casi todo listo para dirigir, pero saben con claridad que pacíficamente no resultará. Por eso, han atraído a las barracudas y tiburones para que, mediante la violencia, impidan que les obstruyan la llegada al poder. La tarea no es fácil. Por esa razón, barracudas y tiburones han pedido inmunidad o que no puedan ser juzgados si cometen alguna aberración, como matar y comer a un pez que les molesta.
La gran mayoría de los peces y mamíferos acuáticos no comprenden por qué algunos quieren ser más que otros, no trabajar y mantenerlos bajo su poder. Tratan de seguir con su vida sacrificada en la que cada uno lucha por sobrevivir un día más, mientras otros gozan de la vida.
Saben que cuando viajan en cardúmenes no hay nadie que los detenga, pero eso no pasa siempre, sólo ocurre algunas veces.
La última vez que recuerdan hasta los más grandes peces salieron escapando y se ocultaron.
Esa vez, los lenguados decían que ellos también formaban parte del cardumen. Creyeron que algo iba a cambiar, pero no fue así, porque los que más deseaban que algo cambiara eran los peces arribistas, los que querían ser los que mandaran ahora y trataban de que se mantuviera el cardumen andando para que les tuvieran miedo. En el intertanto complotaban para aliarse a toda la camarilla de peces que sólo se alimentan de la carroña y que dicen ser los más aptos para gobernar.
Proclamaban que todos los habitantes del mar y de los ríos serían iguales, sus crías podrían crecer sanamente, accederían a lugares para vivir, su trabajo sería valorado, y muchas cosas más que parecían que habían avanzado en derechos. La realidad los despertó de ese sueño, los mismos que se mostraban sumisos al cardumen ahora decían que mandaban ellos, todo lo demás nunca había sucedido, nunca hubo cardumen.
Su frenesí ahora llega casi la locura, harían una nueva constitución hecha por ellos mismos, harían tratados con los que quisieran, no respetarían a la naturaleza si fuese necesario, mantendrían un estado de guerra permanente contra los que quisieran enfrentarlos, maltratarían a las crías si se interponen en su camino; todo sería válido para mantenerse en el poder.
Los peces y mamíferos acuáticos en sus periplos diarios conversan entre ellos, se miran y callan.
Conocen sus fuerzas y debilidades, saben que la próxima vez el cardumen no puede pasearse y dejar que los mismos de siempre otra vez vengan a mandarlos.
La próxima vez prevalecerá el cardumen, porque sabrá qué hacer.