Para ser precisos, 1,2 millones de dólares. Se trata de la multa benévola por el caso de Hernán Büchi, gurú del capital que estaba en los directorios de dos compañías que, se supone, competían por cuotas del mercado: Falabella (y su brazo financiero) y el Banco de Chile. Pero todo el mundo sabe que los grandes grupos económicos nacionales no compiten. Simplemente, saquean.
“Contradicción vital”. Eso fue lo que, súbitamente, sintió Hernán Büchi Buc en lo que, indiscutiblemente, era el peor momento para que le surgieran esas dudas. Había sido proclamado por la UDI como “el hombre”, es decir, el sucesor de Pinochet, para las elecciones presidenciales de 1989. Hasta que le dio la cosa y se borró del mapa.
Gran escándalo. Gran pelea de cuchillos en la derecha. Gran regreso inesperado de Büchi a la campaña electoral, ya reconciliado, nadie sabe cómo, consigo mismo. Por supuesto, perdió, ante Patricio Aylwin. Pero esa breve aventura política sirvió para retratar el talante de nuestra clase dominante.
Büchi podría servir de modelo de los Chicago Boys, excepto que, técnicamente, no lo es. Estudió en la universidad de Columbia, en Nueva York. Pero, en todo lo demás, siguió el derrotero de sus colegas.
El papel de ese grupo de economistas, con razón, puede calificarse de mítico. Se le atribuye a un puñado de técnicos, imbuidos de una teoría -el monetarismo- que hasta los seguidores de las corrientes neoclásicas consideran un tanto extravagante, poderes excepcionales.
Ellos habrían, de acuerdo con un relato muy difundido, preparado las políticas económicas de la dictadura, incluso antes del golpe, en un documento tan grueso que lo bautizaron “el ladrillo”.
Y del mismo modo, una vez instalados en puestos gubernamentales, habrían diseñado un plan cuyos efectos subsisten hasta hoy: el plan laboral, las AFP, las isapres, la eliminación de los aranceles de importación, las privatizaciones, etc.
Y, en efecto, Büchi tuvo metidas sus manos en todas esas maniobras, como funcionario de Odeplan, asesor de José Piñera, subsecretario de Salud y presidente de Endesa.
Pero luego, en 1982, con el derrumbe catastrófico de todo ese esquema, basado en el endeudamiento externo, la plata fácil de los petrodólares, los Chicago Boys no volvieron, precisamente, a Illinois, pero sí pasaron a un segundo plano, y algunos, bien, bien atrás.
No así Büchi, claramente más flexible que los otros. En 1984 lo nombran superintendente de bancos e instituciones financieras, un cargo clave para realizar el traspaso de esas entidades, que estaban bajo intervención estatal, a los nuevos grupos económicos que habían surgido en medio de la crisis.
Y después, como ministro de Hacienda, completa ese mismo proceso de privatización con las empresas estatales: Entel, CTC, Iansa, Lan Chile, Laboratorios Chile, Endesa, CAP, Soquimich, y un largo etcétera.
Lo que la historia de los Büchi y los Chicago boys oculta -y parece que intencionadamente- es la precariedad del nuevo orden del capital creado durante la dictadura. De las tres grandes crisis económicas que devastaron completamente al país -la del crack del ’29, el desplome absoluto de 1974 y el ya mencionado derrumbe de 1982- dos corresponden a los efectos del intento de salvar a una burguesía exánime y agotada.
Se trata de una clase dominante incapaz de obtener ganancias, sino por el saqueo y la súperexplotación protegida por el Estado.
Cuando terminó el reinado económico de Büchi, tras su derrota electoral, las privatizaciones de las mayores empresas del país eran muy recientes; los capitales que las controlaban, débiles. Y aún estaba por realizarse el enorme influjo de inversiones externas que se apoderarían de una parte importante de los recursos estratégicos del país.
Fue recién con los gobiernos “democráticos”, de las mismas fuerzas políticas que gobiernan hoy, aunque sea en espíritu, que la “doctrina del shock”, que se le atribuye a Büchi y compañía, pudo consolidarse. Fueron, sí, los 30 años de los que tanto se habla.
Y en todo ese período, el más importante de aquel grupo, Hernán Büchi, se ha limitado… a cobrar, como asesor y director de los principales grupos económicos del país.
Por eso que llamó tanto la atención que la Fiscalía Nacional Económica, FNE, descubriera, en diciembre de 2021, lo que estaba escondido a plena vista.
Büchi era, desde 2017, director tanto del Banco de Chile como del grupo Falabella que, como se sabe, también tiene banco. También estaba en el grupo Consorcio, de los señores Hurtado y Fernández León.
A eso hecho le llaman interlocking, un eufemismo también en inglés, para describir un esquema en que las empresas se reparten el mercado, los precios, se protegen de la competencia, etc., y garantizan el cumplimiento de ese acuerdo ilegal mediante personas que están en la dirección de ambas compañías.
Por supuesto, la FNE no se interesó por los manejos comerciales de Falabella, Consorcio y del grupo Luksic, dueño del Banco de Chile -¡el de la Teletón!- y el rol concreto de Büchi en ellos. Sólo se centró en lo que podríamos llamar el conflicto de interés personal de Büchi.
Así, casi un año después de ponderar aquel hecho público y notorio, característico de este sistema corrupto, la FNE llegó a un acuerdo con Falabella, que pagará 1,2 millones de dólares por este desliz que no es un desliz.
Y seguimos robando ¿verdad?