Es un hecho de que el conflicto en Ucrania se extiende. Esa escalada, sin embargo, es sólo la adecuación de las acciones bélicas “en terreno” a la verdadera dimensión del enfrentamiento: una guerra imperialista, sin fronteras y sin límites.
Las imágenes se repitieron una y otra vez. Una explosión descomunal que dañó severamente al Puente Crimeo, que une las localidades de Kerch, en la península, con Taman, en la región de Krasnodar, una de las obras de ingeniería más importantes del continente.
En los medios occidentales se habló de una “humillación” a Vladimir Putin en el día de su cumpleaños, especialistas -y no tanto- propusieron los primeros cálculos de cómo el ataque perjudicaría a las operaciones rusas en el frente sur, y se celebró la “sofisticación” y “precisión” de la explosión.
Una expresión, sin embargo, nunca se usó, pese a que correspondería a cómo -se supone- ocurrieron los hechos: “atentado suicida”. Las distintas versiones coinciden en que un camión cargado de explosivos estalló mientras se desplazaba por el puente, cerca de un convoy ferroviario que transportaba combustible. Pero ¿cómo se movilizaba sin un chofer? ¿y qué fue de él?
La reticencia de los medios al empleo de ese término, sin duda, se debe a que quieren evitar la asociación más obvia: el de un atentado terrorista, como aquellos realizados a las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia, en 1998.
El uso de métodos terroristas contraviene a las leyes que regulan la guerra; y el régimen de Kiev se apresuró de atribuir el ataque que tanto festejó a los propios rusos. Se entiende por qué. Algo similar ocurrió con el sabotaje a los gasoductos que unen a Rusia con Alemania.
La represalia de Moscú vino en la forma de una serie de misiles que golpearon objetivos militares y de infraestructura civil en toda Ucrania. El ataque desmintió, de paso, que las fuerzas rusas ya habían gastado su arsenal de misiles de alta precisión y que no eran capaces de reponerlos, debido a las sanciones occidentales que afectan, por ejemplo, a componentes electrónicos clave para su funcionamiento.
No hay duda de que se vive una extensión e intensificación de la guerra: en su alcance territorial, en la naturaleza de los objetivos, y en los métodos.
La campaña en contra de la infraestructura estratégica rusa, sin embargo, debería considerar un hecho patente desde el inicio de la “operación militar especial”, a fines de febrero de este año. Rusia controla, por ejemplo, todos los puntos neurálgicos del sistema eléctrico de Ucrania. Y nada le impide golpear, tampoco, aquellas instalaciones que estén bajo el control del régimen de Kiev.
Del mismo modo, a pesar de la guerra, el abastecimiento de gas natural de Rusia a Ucrania se ha mantenido de manera regular, incluyendo las exportaciones hacia países occidentales que pasan por ductos que cruzan todo el territorio ucraniano.
En otras palabras, hay mucho margen aún para intensificar la guerra.
Algo similar puede decirse de las operaciones defensivas de las fuerzas rusas frente a las contraofensivas en distintos puntos del noreste y del sur del país. Las primeras han optado por retirarse, aun bajo significativos costos de material, para preservar a sus tropas, mientras los avances del ejército ucraniano en las provincias de Kharkov, donde son más importantes, y Kherson se han realizado sin miramientos para con las vidas de su personal, que registra dramáticos conteos de bajas.
Ahora, la guerra amenaza a extenderse a otros estados. Polonia advirtió a sus ciudadanos a que debían abandonar inmediatamente Bielorrusia. Ese país, aliado de Moscú, es el hogar de una minoría de origen polaca que representa casi el 4% de su población, algo más de 200 mil personas que habitan en las zonas occidentales del país. El llamado es un nuevo episodio de tensiones entre Minsk y Varsovia que se intensificaron con la guerra en Ucrania.
Polonia es la nación europea que más activamente empuja por una escalación de la guerra, mientras el gobierno de Bielorrusia ha señalado la posibilidad de intervenir en conflicto con Ucrania, en medio de un aumento de los incidentes fronterizos entre ambos países.
Bajo esta escalada que, en lo inmediato, amenaza con llevar las hostilidades militares y las acciones irregulares y de terrorismo a una zona que podría comprender varios países europeos, se esconde, sin embargo, un riesgo monumental: el de una conflagración nuclear.
Ya vemos cómo los agitadores de la guerra alegremente discurren sobre esa posibilidad que tendría efectos devastadores sobre la población civil y que, una vez desatada, en pocas horas, amenazaría a gran parte de la humanidad.
Se hace necesario detener a estos mercaderes de la muerte y a sus lacayos que repiten sus consignas guerreristas. En Chile, tenemos un ejemplar de esa última especie en el gobierno, que se suma irresponsable y rastreramente a los designios imperialistas.