Pasaron del impostado exitismo del Rechazo al nerviosismo de última hora. El gobierno y los partidos del régimen quieren abrochar cuanto antes su pacto de supervivencia, “cualquiera sea el resultado”. Ya veremos si les salen las cuentas.
Si es posible, el mismo 4 en la noche. Los plazos para anunciar el acuerdo entre el gobierno, los partidos oficialistas y el pinochetismo, son ajustados. Es como siempre. Llevan meses y meses en lo mismo, y al final, cuando hay que cerrar, se les viene el mundo encima.
Mientras culminaban las campañas de las opciones Apruebo y Rechazo -una, masiva, la otra, súper minúscula- los quemadores de la cocina están a tope; donde la receta dice “a fuego lento”, los negociadores optaron por hervir, nomás.
Lo curioso es que, mientras el gobierno intensifica sus contactos con la derecha, el grupo DC de Walker y Rincón, y sus propios partidos, ostensiblemente para definir el “itinerario constitucional”, el verdadero objeto de las negociaciones es la suerte del propio Ejecutivo: la composición del gabinete, los proyectos de ley sobre las AFP y de reforma tributaria, y la profundización de la política de represión, todo está sobre la mesa.
En esas tratativas, que no ocurren en La Moneda, sino en el Congreso, al presidente y su círculo no les quedará más que acusar recibo y declarar que eso era exactamente lo que ellos siempre habían pensado.
La preocupación del régimen no es la constitución, sino su supervivencia inmediata. El consenso, que ya existe, es que, como prenda de lealtad mutua, garantía para tiempos difíciles, tanto la nueva constitución como el texto pinochetista han de ser validados por todos los partidos.
Ese es el sentido del acuerdo del oficialismo para, con el visto bueno de la derecha, cambiar, en el caso del triunfo del Apruebo, inmediatamente las normas ratificadas por el electorado.
Y, en el caso inverso, el supuesto nuevo proceso constituyente, que se lanzaría en la hipótesis de una victoria del Rechazo, el acuerdo es el mismo: más allá del contenido, lograr la adopción de una constitución en que todo el régimen esté de acuerdo o, mejor dicho, comprometido.
Pero esas definiciones, para que funcionen, deben adoptarse rápido. Eso lo dicen todos. Porque en la medida que pasa el tiempo, pasan cosas.
Y los acontecimientos, esos peligrosos, porque no dependen de ellos, son los que los asustan. Y ya tienen la experiencia del 18 de octubre, cuando viejos compinches, de repente, se miraban de reojo: ¿no me irán a vender al populacho, estos?
Por eso apremia el tiempo.
Lo que no consideran es que el tiempo juega a favor del pueblo, que escoge sus momentos.
Pero, aún así, cuando vaya a votar este domingo, sólo piense qué le conviene a usted y a los suyos, y cuál es la opción preferida de los ricos, funcionarios y sus adláteres corruptos de todos los pelajes y colores. El puzzle no es difícil.
Y como dice el dicho, después del domingo hay que volver a luchar, duro y parejo, por lo que es nuestro.