Los anteriores cuidados y miramientos han quedado atrás. El gobierno deja en evidencia que ha unido su suerte política a la victoria del Rechazo en el plebiscito y a las consiguientes negociaciones con la derecha.
Al vuelo, uno diría que Boric lo que se llama o’higginista, no es. Parecería más probable que sea carrerino o seguidor de Freire, ambos más adecuados, se supone, a la vaga ideología liberal que profesa.
Pero eso es bucear demasiado profundo en el pensamiento del presidente. Porque recién cuando asumió el cargo, le dedicó algo de tiempo a las disputas políticas del período de la independencia que, como se sabe, se prolongan en la historia. Su primer impulso al sentarse en su oficina en La Moneda, según confesó, fue mandar bajar un retrato de Bernardo O’Higgins que se exhibe en ese lugar.
Durante mucho tiempo, O’Higgins fue un símbolo revolucionario, anti-oligárquico y anti-imperialista. Carrera, como contraste, era un ícono de la reacción. Eso cambió algo durante la dictadura, que se apropió de la figura del Libertador para legitimar su militarismo. La constante invocación de la tiranía al Padre de la Patria, indudablemente, mermó la popularidad de O’Higgins en mucha gente. Y en la medida en que las ideologías liberales vivieron un nuevo ascenso en el período de la Concertación, otras figuras cobraron más preeminencia, interpretadas, con frecuencia, en oposición a O’Higgins.
Boric, al final, decidió conservar el cuadro del líder independentista en su despacho, porque, como explicó, “empecé a tratar de investigar más”. Bien.
Por eso, no fue tan raro que en su alocución en el natalicio de O’Higgins no ahorrara elogios al eminente chillanejo, aunque con un cierto dejo pinochetista: “gracias a todas las instituciones del Estado, a este Estado que hoy día, con la sociedad civil, sus tribunales, Fuerzas Armadas, Carabineros, con sus agrupaciones de su música tradicional se hace hoy día presente para decir viva Chile y viva su pueblo.”
Eso es: pacos, milicos y cueca, viva Chile.
En ese tono, Boric indicó que el país, “tal como en la época de O’Higgins, vuelve a ser un Chile constituyente”. Uno estaría tentado a interrumpir al mandatario y objetar que, no, no es ese un paralelo correcto, considerando que el “Chile constituyente” de O’Higgins se basó en la destrucción del colonialismo y eso puede usarse de analogía para la conservación de su equivalente moderno, pero ¿de qué serviría?
De nada, pues. Porque el presidente ya había indicado antes, en Radio Macarena, que lo que tiene en mente es que “acá no puede haber vencedores y vencidos”, en otra evocación de la retórica pinochetista. “Tenemos que volver a encontrarnos en torno a nuestras reglas fundamentales”, dijo.
Las palabras de conciliación no se basan, sin embargo, en afirmar el proceso constituyente en cuyo origen, el acuerdo del 15 de noviembre, todos los partidos del régimen -incluyendo a Boric, pero como persona privada- acordaron que se establecería una nueva constitución.
No. Ahora, la continuidad de la constitución del tirano sería lo mismo que su reemplazo por el proyecto elaborado por la convención constitucional: “me la voy a jugar por un Chile que se una por una nueva Constitución, ya sea que gane el Apruebo o el Rechazo”.
Y es lo mismo, porque en ambos casos se realizará una nueva negociación entre los partidos del régimen. Así lo manifestó, a la misma hora, pero en Santiago, el ministro Giorgio Jackson quien indicó que la movida de los parlamentarios DC Matías Walker y Ximena Rincón para radicar el desenlace del proceso constituyente en el Congreso -o en el Senado, más específicamente- “es totalmente coincidente con, al menos, lo que el presidente ha planteado”.
Gracias, señor Jackson, por aclararlo.
“Por lo tanto”, continuó el ministro, “ese mismo 4 en la noche, ya sea que la opción que gane sea el Apruebo o el Rechazo, sin duda, el presidente convocará al país a los desafíos que nos deban unir en las semanas venideras”. Claro, cuando dice “el país”, se refiere a los partidos políticos, que son los que deben unirse.
El giro hacia el Rechazo del gobierno, apenas encubierto con el discurso de que “da lo mismo”, obedece, al parecer, a la evaluación de que, si se mantiene la constitución pinochetista, el acuerdo con la derecha sería más fácil que bajo las normas del nuevo texto constitucional. Es lo que, por lo bajo, susurran “en Palacio”.
De ahí, el brillante plan de estas excelsas mentes políticas.
Único problema: no vaya a ser que alguien tenga una idea un poco distinta -menos cocina y transacas sucias, quizás, y más democracia, o algo así- y lo manifieste así el 4 de septiembre o el 5 de septiembre o, peor aún, cualquier otro día, el que quiera, sin aviso.
Eso sí que sería malo ¿verdad? Porque podría ser que, entonces, alguien les pida explicaciones a estos y estas señores, señoras y señoritas.
Y no vaya a ser que ese alguien se le ocurra entonces ponerse en la onda Bernardo O’Higgins o José Miguel Carrera o Manuel Rodríguez, porque eso sí que sería ultra-malo ¿cierto?