Extorsión, caos, coimas, funcionarios comprados y, otros, intimidados. Las revelaciones de los “Uber files” -una infinidad de mensajes, mails, documentos y otros datos que se comenzaron a divulgar hoy- darían para una película. Pero, en realidad, todo esto es business as usual.
Que son tan malhablados como se los imaginan los guionistas de Hollywood, lo son. “We’re fucking illegal”, escribe, burlándose de medidas administrativas en contra de la app de taxis, uno de los altos ejecutivos de Uber. “Somos piratas”, bromea otro.
Aunque suene como broma, lo decían en serio. Los llamados Uber Files, unamasiva filtración de datos, de cuyos infinitos vericuetos se alimenta una serie de reportajes que comenzó a publicar este domingo el diario británico “The Guardian”, ilustran los manejos internos de la compañía.
En ellos se confirma que tenían comprados al entonces ministro de Economía francés -y actual presidente de República, Emmanuel Macron; a la vicepresidenta de la Comisión Europea, la cabeza de la burocracia de la UE, la holandesa Nelly Kroes. Ambos servían de operadores secretos de los intereses de la empresa, y estaban disponibles 24/7 para resolver cualquier problema.
También se revelan las tácticas empleadas para quebrar la resistencia de sus competidores, los taxistas tradicionales, y las objeciones legales de las autoridades. Por ejemplo, se muestra como los ejecutivos propiciaban enfrentamientos directos entre los choferes en las calles. “Abracen el caos”, recomendaba su presidente. En otro mensaje, uno de los ejecutivos relata como manejaban a los medios de comunicación para “mantener la narrativa de la violencia por un par de días más, hasta que nosotros ofrezcamos la solución”.
Para protegerse de las investigaciones criminales en su contra, la compañía implementó en sus oficinas corporativas y sus sistemas de servidores una especie de botón de pánico o “kill switch”, que sería accionado ante eventuales allanamientos o incautaciones de documentos. Con ese botón, los datos de la empresa quedarían inaccesibles para los fiscales e investigadores.
Lo interesante de las filtraciones de estos manejos internos es que coinciden exactamente con la conducta que Uber y, en general, el capital, emplea abiertamente.
En el caso de Uber, se trata de una empresa que presenta su negocio como un salto tecnológico.
Pero la tecnología que usa no es nueva: se trata automóviles. Y cobrarles a pasajeros para llevarlos de un punto a otro, tampoco es una invención reciente.
Puede ser que la aplicación para teléfonos inteligentes, que permite acordar la transacción, sea nueva, aunque los chats, los mapas con GPS y los sistemas de pagos, todos ya existían cuando Uber comenzó a operar.
El procedimiento de Uber puede servir de ilustración del nivel de degradación del capitalismo. Sus ideólogos siempre han defendido, desde la revolución industrial, la tesis de que la expansión del capital es equivalente al avance de la tecnología.
Sin embargo, no hay una relación directa entre una cosa y otra.
Lo que ayuda al capital a ampliarse, no es el desarrollo de la tecnología, sino su apropiación. Es decir, toma de avances técnicos y científicos, realizados normalmente en instituciones públicas, aquello que pueda servirle para obtener ganancias. Y lo hace cuando lo necesite, no cuando se haya producido el salto tecnológico.
Y cuando se apropia de esa tecnología, la consecuencia es lógica: se debe impedir su uso alternativo, para fines más útiles, pero no lucrativos.
Pero ni siquiera así se asegura la ganancia deseada. Se debe, además, sacar de circulación a la competencia que sigue usando medios técnicos más atrasados y menos eficientes, pero más baratos, porque, justamente, no realizan las costosas inversiones que demanda la implementación de la nueva tecnología.
Estos problemas no los resuelve la “mano invisible” del mercado. Al contrario, los capitalistas tienen que meter sus propias manos, y a fondo, en el lodo.
Es lo que hicieron los dueños de Uber. Generosamente dotados de capitales especulativos, compraron a políticos, medios de comunicación y funcionarios públicos para, con eso, mantener inflada la burbuja bursátil que le beneficiaba. Con ese dinero se embarcaron en una guerra de precios para desplazar a la competencia “analógica”.
Durante años, mantuvo tarifas más bajas, a pérdida, mientras intentaba sacar a sus competidores del mercado, mediante un sistema en que no paga salarios, ni vehículos, ni combustible, ni mantención, ni impuestos, ni permisos, ni seguros, ni nada.
El secreto de todo esto es que, para llevar alguien del terminal a la casa, se necesitan trabajadores. Y para que alguien se enriquezca, sin mover un dedo, de ese proceso, se necesita un sistema que lo haga posible, a punta de violencia y coacción, dominando al Estado, a los políticos y funcionarios.
Frente a esta revelación, los mails secretos de Uber -y de cualquier compañía- son, francamente, un pelo de la cola.