Los dinosaurios políticos de ayer se mueven lentamente. Tratan de pisar fuerte, como antes. Pero sus voces son sólo ecos de un pasado que, a estas alturas, conviene dejar a atrás.
Los dinosaurios, eso lo sabe cualquier niño -o, mejor dicho, especialmente los niños, que son unos auténticos fanáticos de los dinosaurios- se extinguieron hace unos 66 millones de años, cuando un asteroide -o un meteorito- de unos 15 kilómetros de extensión golpeó la Tierra.
Los científicos, siempre tan fomes, dicen que no, que eso es sólo una teoría entre varias; que es normal que las especies se extingan, pero no de una sola vez; que durante toda la era mesozoica desaparecieron dinosaurios; que los pájaros provienen de los mismos dinosaurios y ahí están, de lo más bien; que así es la evolución; etcétera, etcétera.
Lo mismo puede decirse de nuestros dinosaurios políticos acá en Chile. Cuándo, exactamente, se extinguieron, es una pregunta más difícil de lo que parece.
Pero, al menos, sí tenemos registro de un impacto, una especie de evento cretácico-terciario social y político, que nos hizo ver que -abusando, perdón, de la referencia literaria- cuando despertamos, el dinosaurio “ya no estaba ahí”.
El levantamiento del 18 de octubre de 2019 trajo muchos sinsabores a todos los partidos políticos del régimen. La repulsa a sus maquinaciones por más de 30 años y a todos sus exponentes, no fueron bien digeridas por sus dirigentes. Carecían, en el lenguaje de la teoría de la evolución, de capacidad de adaptación.
En un primer momento, no entendieron por qué era malo ningunear a las personas, menospreciarlas por ser trabajadores o mandarlas a levantarse más temprano para economizar los pasajes.
Luego, haciendo alarde de fuerza, reprimieron sin contemplaciones a escolares que mostraban que las leyes de los ricos se pueden romper con la unidad y la organización, incentivando la evasión en el metro.
Pero claro, algunos -o muchos- quieren creer que hubo un estallido social que, de un día para otro, como un meteorito, cayó sobre el país.
Pero no fue así.
Para llegar al 2019, primero se llegó a 1990.
Pinochet fue forzado a irse, por la fuerza del pueblo, a través de las protestas populares y la lucha de sus organizaciones armadas. Todo esto llevó a la negociación y a la conformación de un nuevo régimen político, en que primaban en los gobiernos los partidos de centro, izquierda y derecha que se habían coaligado en la defensa del nuevo orden.
Siguió una secuencia de gobernantes. Cada uno, más espurio que el anterior.
Aylwin un pusilánime, que proclamaba como principio la “justicia en la medida de lo posible”. Nunca fue posible.
Mientras, un sinfín de aduladores del sistema de libre mercado ingresaban a las instituciones estatales por medio de su afiliación a los partidos del régimen. Quedaban en nada las promesas de justicia, educación gratuita, salud para todos, entre otros muchos ofrecimientos que se habían hecho al pueblo con el advenimiento de la “democracia”.
Una vez asentados, robar fue el segundo acto. Así como los capitales que comandaban el régimen se beneficiaban especialmente del saqueo, sus habilitadores políticos creyeron que podían hacer otro tanto, para ellos mismos.
Los actores principales de la corrupción fueron Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos Escobar.
Los gobernantes que les sucedieron continuaron con los mismos predicamentos, cuando ya se notaba que las condiciones habían cambiado y el pueblo había iniciado una larga lucha social. Michelle Bachelet y Sebastián Piñera vinieron a ser la cúspide de la ineptitud en dos periodos intercalados cada uno. Con ellos comenzó a mostrarse la crisis de conducción que prosigue hasta hoy día y el uso de la represión como herramienta al servicio de la conservación del poder.
Esos mismos que se sentían omnipotentes, que sus voces debían ser escuchadas y que daban cátedras de democracia, son los mismos que hoy día tratan de volcar la opinión pública en defensa de los intereses de la burguesía. ¡Son dinosaurios! Fueron extintos -si no antes- por un meteorito llamado pueblo un 18 de octubre del 2019.
La frase “que se vayan todos” muestra cabalmente el enojo y la furia del pueblo contra ellos: que se vayan todos los corruptos, todos los ladrones, todos los traidores y que se lleven a todos sus esbirros.
Sacaron de la manga un “acuerdo por la paz social y la nueva constitución”. Trataron de controlar la situación, dándole al pueblo la posibilidad de una nueva constitución. La otra opción era dejar el poder a las masas que se manifestaban. En ese acuerdo hubo dinosaurios viejos y algunos jovencitos -herrerasáuridos y paquicefalosaurios, digamos-que también querían estar en el gobierno.
Las votaciones por el proceso constituyente mostraron, sin embargo, un cuadro inesperado: un 80% voto a favor y un 20% en contra. No era exactamente el equilibrio que tenían en mente los autores del acuerdo.
Pero a pesar de su extinción, con ocasión del plebiscito por la nueva constitución, salen nuevamente a pasearse los dinosaurios, con frases rimbombantes y posturas impostadas. Ya nadie les cree, sólo sus acólitos.
En definitiva, todo lo que aísle o arrincone a la burguesía, al final, es positivo. Ésta debe salir a defenderse con lo que tenga a mano. En este caso, son ex presidentes, ex senadores, ex milicos, ex pacos, ex algo…
Lo importante de todo esto es que, independiente del triunfo del apruebo, el pueblo debe redoblar sus esfuerzos por la unidad y la lucha de los trabajadores, para destruir a la burguesía y a todos sus dinosaurios -sean viejos o jóvenes- que se niegan a morir, pese a la evidencia de su extinción.
Los dinosaurios, como lo demuestra “Parque Jurásico”, pertenecen a los museos, como las reliquias inertes que son.