La venganza de Estados Unidos en contra de Julian Assange está a punto de consumarse. El gobierno británico dio luz verde para su extradición al país norteamericano. Allí podría enfrentar hasta 175 años de cárcel. Es el castigo al fundador de Wikileaks por exponer los manejos de Washington en sus guerras de Afganistán e Irak, entre otros.
Si hubiera un mundial de periodistas, Julian Assange sería Maradona. Tiene más exclusivas y primicias que todo el resto de sus colegas. El australiano creó la red Wikileaks para que funcionarios estatales y empleados de empresas pudieran revelar la verdad sobre cómo actúan sus instituciones. Y no con simples relatos o denuncias, sino con evidencia dura: documentos, grabaciones, memos.
El enfoque de Assange es distinto al de la prensa tradicional. En vez de editar y seleccionar, y ofrecerle al público una versión de los hechos, decidió, simplemente, publicar todo. Los lectores podrían hacerse su propia idea a partir del abundante material.
Y, sobre todo, publicó en la plataforma Wikileaks lo que otros no se atrevían tocar: el manual de procedimientos de tortura de la cárcel de Guantánamo, los informes secretos de los gastos exorbitantes de Estados Unidos en la guerra de Afganistán, el video de un ataque aéreo en contra de civiles en Irak, los borradores secretos del TPP, y la totalidad de los cables diplomáticos del Departamento de Estado con sus embajadas, y mucho más.
En todo eso hay más breaking news y revelaciones sensacionales que en todo lo que publica el resto de la prensa.
Al margen, anotemos aquí una idea para un reportaje que se podría hacer gracias a Assange: ¿quiénes son los hombres que trabajan para Estados Unidos en Chile, cuando su obligación, como militares, fiscales, jueces, ministros o, digamos, senadores, es hacerlo sólo por el país? Sobre lo último, una pista: hay uno que se llama igual a su papá, que fue presidente.
Assange tuvo un breve período de reconocimiento en que los principales medios de prensa, con los que había cerrado una alianza para divulgar el material, lo celebraban como exponente de una nueva era de la transparencia.
Pero, luego del shock inicial, comenzó la venganza de Estados Unidos. Le armaron un caso judicial en Suecia, para desacreditarlo como persona y, especialmente, para lograr su extradición.
Assange enfrenta 17 cargos por delitos contenidos en la ley de espionaje de 1917. La fecha no es casualidad. La ley, ostensiblemente dictada para proteger secretos militares de la campaña de Estados Unidos en la I Guerra Mundial, fue usada para reprimir sobre todo al movimiento obrero: sus diarios y organizaciones fueron perseguidos bajo el manto del Espionage Act.
El gobierno británico autorizó ahora la extradición de Assange por esos cargos.
El periodista tiene tan solo 14 días para apelar a esta medida y la última oportunidad para recurrir ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. De lo contrario, a Assange le espera lo peor, han advertido organizaciones de derechos humanos.
Julian Assange está recluido desde 2019 en una prisión de alta seguridad en Inglaterra. Previamente estuvo refugiado durante siete años en la embajada de Ecuador en Londres.
“Cualquiera en este país que se preocupe por la libertad de expresión debería estar profundamente avergonzado de que la ministra del Interior haya aprobado la extradición a Estados Unidos, el país que planeó su asesinato”, señaló en un comunicado difundido en sus redes sociales el portal WikiLeaks que calificó este día, como un “día oscuro para la libertad de prensa y la democracia británica”.
La ONG Amnistía Internacional señaló que “está extremadamente preocupada porque Assange afronte un alto riesgo de confinamiento en solitario prolongado, que violaría la prohibición de (ejercer) tortura u otro tratamiento vejatorio”, y agregó que “las garantías diplomáticas proporcionadas por Estados Unidos de que Assange no será puesto en confinamiento en solitario no pueden tomarse en serio dado su historial previo”.