Hoy, el reconocimiento de los pueblos indígenas descansa, muchas veces, en la supuesta buena voluntad de quien lo concede. Porque cuando los indígenas se vuelven incómodos, rápidamente vuelven a ser “indios”, como al inicio.
En nuestra América es común que se utilice la palabra indio como una forma de denostar a las personas que son parte de una etnia específica que vivía con antelación a la llegada de los europeos al continente.
El “indio flojo”, el “indio sucio”, el “indio ignorante”, son sólo algunos de los calificativos que han sido usados por las clases dominantes para atacar a los pueblos originarios.
Los que incurren en esas ofensas miran hacia Occidente como su faro. Allá está la civilización. Europa es su Meca.
Los europeos, como buenos europeos, nunca fueron indios, pues no tienen indios.
Pero ¿no hubo tribus allí, parecidas a los indígenas de América?
La respuesta parece ser que no. Lo que tuvieron fueron “habitantes primitivos”. Alguien diría que podrían ser llamados indios o, ya que estamos en eso, menos que indios. Por ejemplo, en los escritos de Julio César, este general y luego emperador romano le daba casi vergüenza la defensa a piedrazos de los britanos contra los romanos que desembarcaban en la isla. Qué hablar de los íberos.
Y esos son los mismos que hoy presumen de civilizados. Los que eran bastante primitivos cuando los sumerios ya hacían uso de los números. E incluso, los que, aquí en América, se enfrentaron a civilizaciones muy superiores a las europeas.
¿De dónde nace el vocablo peyorativo indio? La historia es conocida. Resulta que Cristóbal Colón, tan vanagloriado hasta hace poco, no vino a América con un fin catequista: su único objetivo era lograr convertirse en rico, como muchos otros aventureros. Viendo su afán comercial, los reyes católicos españoles, anhelantes de adquirir riquezas para ampliar su reino, se unieron a la empresa de bajos riesgos y altas expectativas de retribución que, al final, resultó beneficiosa para toda Europa, pues “se hicieron la América”, literalmente.
Al bajar a tierra, Colón creyó haber llegado a las Indias, pues andaba buscando una vía alternativa para expoliar las riquezas que Portugal tomaba como suyas. Entonces, como no conocía ni a los indios de la India, creyó que estos “indios” eran aquellos y desde ese día fuimos llamados indios.
Los indios fueron esclavizados, torturados, asesinados y exterminados por los europeos de toda laya; españoles, holandeses, franceses, portugueses e ingleses. Los hijos de los “indios” tuvieron que servir a los conquistadores, sus hijas tuvieron que parir sus crías. Muchos pueblos fueron destruidos y aniquilados, sólo por rebelarse.
Muchos otros, por sobrevivir, se trasformaron en verdaderos “indios”, amansados, domesticados y conformes con las dádivas que le daba quien los había vencido. Esos civilizadores les quemaron sus códices, sus templos, destruyeron sus pueblos. No tenían interés alguno en conocer y aprender de otro tipo de civilización, pues no buscaban eso, sino el hacerse de un nombre y regresar con riquezas a Europa.
Sin embargo, algunos pueblos resistieron el embate de los europeos y no se rindieron, no se obnubilaron con los abalorios, ni con su fuerza militar, ni con los cañones que escupían fuego, ni con los centauros y menos con la cruz.
Lamentablemente, para los “indios” domesticados, estos indígenas rebeldes, con su persistencia y lucha, mostraron que el conquistador era débil y de alguna manera salvaron a esos otros “indios”, pues el temor a posibles levantamientos en muchos lados, acompañado por la codicia, impulsó a los europeos a no exterminarlos.
Con el paso del tiempo, los indígenas rebeldes debieron de continuar luchando, pues si no lo hacían serían aniquilados y borrados de la historia. Ya no luchaban contra los conquistadores europeos, continuaron luchando contra los criollos y luego contra las incipientes naciones mestizas del continente hasta la actualidad.
Contra ellos se dirigió ahora la palabra “indio”, de manera de distinguirlos de los que habían bajado la cabeza y se habían rendido a los nuevos colonizadores. Muchos de los mestizos con sangre indígena se unieron al coro, tratando de desligarse de su ascendencia y unirse al grupo civilizador más occidental, más europeo o blanco.
Quizás, la palabra “indio” refleja hoy a esos que traicionan a sus pueblos y están de lado del usurpador, pues todavía son sirvientes de ellos: compran y venden terrenos, sirven a sus gobiernos, hacen negocios con ellos, son informantes de sus policías, etc.
Nunca fueron “indios” quienes levantaron con dignidad sus nombres ancestrales tanto en sus terruños como en las grandes ciudades donde tuvieron que ir para sobrevivir. No fueron “indios” Leftrarú o Lautaro, Caupolicán, Galvarino, ni miles de guerreros que lejos de sus lof perdieron sus vidas en los campos de batalla, que quizás cada noche soñaban que un día, cuando vencieran, regresarían a sus hogares, no para ser ungidos como héroes, sino para que su comunidad pudiera vivir libremente y sus hijos anduvieran con la frente en alto, recordando que en esta tierra hay hombres con dignidad.
Los hijos de sus hijos hoy están en todas partes, siguen luchando contra el mismo opresor en ciudades y campos, ya no solo es el lof el que está en peligro, sino todo el territorio y el enemigo es aquel que nos dice “indios”.