El presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, abrió la llamada Cumbre de las Américas ante un auditorio marcado por las ausencias. Su discurso inaugural dio cuenta del agotamiento del imperio.
Nadie en Estados Unidos toma nota, al menos por ahora, de la Cumbre de las Américas. La prensa, al menos, la ignora. Hay cosas más importantes. El debate sobre el control de armas, las primarias en algunos estados, la inflación, la guerra en Afganistán, perdón, Ucrania.
Lo único que captó la atención de los periodistas fue que Biden, al abordar el avión presidencial que lo llevaría a la reunión continental o, si consideramos la improvisada inclusión de España, en Los Angeles, California, casi se saca la contumelia.
¿Por qué lo hacen subir las escalares y no lo llevan por una manga, como a casi todos los turistas del mundo, o no usan un ascensor especial, presidencial?
En suma, la cosa ya empezó mal, aunque Biden llegó bien a LA.
Y su diplomacia había logrado lo imposible: que Bolsonaro aceptara ir, al final. La ausencia de Brasil -el país mais grande del continente- habría sido demasiado humillante, luego de la digna decisión del presidente de México -el segundo más grandotote de América Latina- de no asistir, debido a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Bolsonaro igual humilló, pero sólo un poquito. Cantó las loas de Trump, pintó a Biden como un viejito que está medio chocho ya, y deslizó que alcanzó la presidencia de Estados Unidos debido a un fraude electoral. Eso último habría sido suficiente para que los gringos lo mandaran altiro de vuelta a Brasil -por una vez, con razón- pero las cosas no están para esas medidas tan drásticas.
Así las cosas, Biden abrió la cumbre en la noche del miércoles con una invocación a lo que llamó el “espíritu de Miami”.
Se refería a la primera cumbre de este tipo, en la que sólo Cuba estaba excluida y sin que apenas nadie protestara por ese hecho. Entonces, en 1994, el presidente Bill Clinton lanzó lo que se conoció como el ALCA, el área de libre comercio de las Américas.
Ese proyecto, que significaba formalizar el dominio económico de Estados Unidos sobre todo el continente, fue una de las grandes iniciativas políticas de Washington dirigidas al conjunto de la región. Los otros aspectos eran los planes de emplear las fuerzas armadas de los países latinoamericanos en tareas de represión interna, bajo el paraguas del combate al narcotráfico y el crimen organizado, y la idea de una “carta democrática”.
Casi 20 años después, poco de eso permanece en pie.
El ALCA se fue rápidamente “al carajo” con el ascenso de gobiernos de orientación nacionalista y reformista en América Latina que dieron origen a un período prolongado de equilibrio inestable, en que el papel de Estados Unidos en el continente fue permanente y activo, pero ya no irresistible.
En su discurso, Biden no pareció tomar nota de los acontecimientos de las últimas dos décadas.
De hecho, su retórica era la misma de 1994, cuando Clinton afirmó que “a menos que nos relacionemos como socios en la democracia y en la libertad nunca seremos lo que podríamos ser. Estamos aquí, no porque coincidamos en todo, sino porque coincidimos en lo más importante”. Biden en 2022: “No siempre estamos de acuerdo en todo, pero porque somos democracias, podemos resolver nuestros desacuerdos con respeto mutuo y diálogo”.
En 1994, Estados Unidos emergía como el único poder hegemónico en el mundo. Pero ya entonces su idea de una “nueva arquitectura” para el continente chocaba con la denodada resistencia de los pueblos.
Hoy, Estados Unidos en ningún plano puede ser considerado un poder único. El más importante en ciertos aspectos, sí. Pero no el único. En el terreno estratégico-militar está engarzado en un enfrentamiento con Rusia que amenaza a todo el globo, debido a las capacidades nucleares de los contrincantes.
En el ámbito económico, se enfrenta a la competencia de grandes bloques que buscan asegurar su creciente autonomía, en una denodada competencia entre potencias industriales que intentan agrupar a más y más países dependientes.
Esa lucha también tiene a América Latino como escenario. Biden no perdió palabra sobre eso. Tampoco ofreció una visión distinta que justificara la convocatoria, excepto sus invocaciones a “la democracia”.
¿Será la misma democracia que busca suprimir con golpes de Estado, conspiraciones y campañas de desestabilización en nuestro continente y en el mundo entero? ¿O será otra democracia, más abstracta o imaginaria?
Los mandatarios que concurrieron a escuchar a Biden dieron cuenta, no tanto de la dependencia objetiva y real de sus países al imperio, sino de una cierta actitud de sumisión.
Pero ni la realidad del mundo contemporáneo ni la propuesta de Washington justifican las genuflexiones.
En verdad, habría sido útil que Estados Unidos hubiera invitado a Cuba.
Su delegación habría tenido una tarea fácil. Parte de su trabajo preparatorio ya estaba adelantado. Porque Fidel Castro, ante la exclusión de Cuba de la cumbre de Miami en 1994, en el momento más dramático y difícil de la revolución cubana, sí presentó una propuesta.
Dirigiéndose a Estados Unidos, llamó a reducir su gasto militar, tras el fin de la guerra fría, y a destinar esos recursos a un fondo para el desarrollo de América y el Caribe; saludó la posibilidad de fomentar el comercio, pero sin que se afecte la soberanía de las naciones americanas y advirtió sobre el “proceso de desnacionalización de industrias y recursos naturales que es está produciendo”. Insistió en una solución “radical” del problema de la deuda externa y llamó a Estados Unidos a suscribir el acuerdo de Río sobre la protección al medio ambiente, entre muchas otras materias.
Pero, especialmente, señaló que “es hora de exigir que entre los derechos fundamentales del hombre se respeten también y se tomen en cuenta como algo esencial y sagrado el derecho a la salud, a la educación, al trabajo dignamente remunerado y a la identidad cultural y étnica de sus pueblos. Que cese toda forma de discriminación racial o sexual. Que cesen los niños abandonados en las calles y sin hogar, víctimas de toda clase de explotación, violencia y abusos sexuales. Que cese el hambre. Que dejen de morir cada año millones de personas que pudieran salvarse.”
Y concluyó: “si estos temas se debaten en la cumbre de Miami, Cuba le desea éxitos. Si todo se reduce a un intento de trazar pautas al hemisferio, aislar a Cuba y controlar los mercados de América Latina y el Caribe frente a Europa, Japón y el resto del mundo, habría que recordar las palabras de José Martí cuando juzgó una reunión similar [ se refiere a la llamada I Conferencia Panamericana de 1889] que tuvo lugar en Washington hace 105 años: ‘después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.’”