Rusia continúa su operación militar especial sin mostrar debilitamiento. Ha usado sus armas más avanzadas para demostrar la vulnerabilidad del sistema de suministro de material bélico de la OTAN y para amenazar con más daños que podría infligir. Los países adscritos a la OTAN deben, en la hora de la realidad, comenzar a tomar decisiones.
Volodimir Zelensky, en muy poco tiempo, ha sido levantado como una figura mundial. El relato inicial sobre el presidente ucraniano, divulgado en los primeros días de la guerra, en que el representante, llano, simpático y optimista, de un pequeño David hacía trastabillar a un gran Goliat, extasió al público occidental. Incluso, en América Latina, el nuevo presidente chileno se declaró admirador de los discursos melososde la cabeza visible del régimen ucraniano.
Pero ese relato, a falta de nuevos capítulos en esa historia, ha tenido un brusco giro. Y Zelensky pasó de Ben Affleck, en un genérico drama patriótico de Hollywood, a Marlon Brando en Apocalypse Now.
Zelensky declaró que estaba dispuesto a llegar a un arreglo negociado con Rusia, pero aclaró que, si esas negociaciones fracasaban, significaría el estallido de la Tercera Guerra Mundial.
Se trata de un ultimátum desesperado a la OTAN: “si sus miembros nos quieren dentro de su alianza, entonces háganlo inmediatamente”, exigió.
Sus palabras, pronunciadas en medio de los momentos decisivos de la batalla por Mariupol, reflejan que lentamente, la realidad de los hechos se impone.
Eso también se manifiesta en los países occidentales que han apoyado a Ucrania. Todos se ven forzados a tomar decisiones.
Alemania no sabe cómo resolver la dependencia del gas ruso. Aun cuando pueda recurrir a otras fuentes, mucho más costosas, como Qatar, por ejemplo, sólo cambiaría una dependencia problemática por otra. De ese modo, evalúan en el gobierno en el alemán, no podrían deshacerse totalmente del gas ruso en el futuro.
España, que busca minimizar sus tensiones con Marruecos y el riesgo estratégico sobre sus enclaves en el continente africano, Ceuta y Melilla, aceptó el plan de Rabat de autonomía sobre el Sahara Occidental. Abrió asó otro frente, ahora con Argelia, que apoya la reivindicación del Frente Polisario sobre esos territorios ocupados por Marruecos. Pero… se da la coincidencia de que Argelia le suministra el 43% del gas a España, lo que le ha permitido moderar los efectos de la crisis actual. Hasta ahora.
Mientras, Francia tiene planes, justamente, de construir un gasoducto al continente por el Mediterráneo desde Argelia para diversificar su dependencia del gas ruso. ¿A quién apoyarán?
Finlandia, en tanto, recibió un mensaje inequívoco: no podrá ingresar a la OTAN. Por ello, hoy dice que sería un despropósito persistir, ya que podría amenazar al continente.
En el Reino Unido, el atribulado primer ministro Boris Johnson comparó al conflicto de Ucrania con… ¡el Brexit! Una idea que sólo aumentó el franco desprecio que le profesan sus colegas europeos. Boris, para ponerle la guinda a su cake de zanahorias (un pastel que, por extrañas razones, le encanta a los ingleses) declaró que Zelensky podría encontrar refugio en Gran Bretaña, cuando tenga que huir de su país. No es, exactamente, el mensaje de optimismo que esperaban en Kiev.
Para Turquía, que se encontraba en una situación desmejorada después de la pandemia, la crisis actual le perjudica, pues se reducen los pasos de buques por el Bósforo, lo que repercute en su economía. También siente la presión de Estados Unidos, que lo trata de manipular para que se deshaga de los sistemas S-400 rusos y los envíe a Ucrania. De esa forma, Washington, otra vez, tendría en su puño a Ankara, frenando el itinerario nacionalista en Asia del presidente Erdogan.
Pese al férreo control de las informaciones, en Bulgaria, Italia, Armenia y Serbia se han dado manifestaciones a favor de Rusia, lo que contrasta con la cohesión de sus gobernantes que, parece, seguirían un libreto bien preciso y dirigido por Estados Unidos.
El entusiasmo de los primeros días en Europa -animar las sanciones en contra de Rusia e, incluso, proponer más medidas- ha mermado.
Y cómo no. Las consecuencias de la guerra económica en sus propios países están a la vista y amenazan con incrementarse en las próximas semanas: el encarecimiento del gas, de la bencina, de los vuelos a otros países, de los alimentos, la crisis de los refugiados, el aumento de la inflación y, en un futuro no muy lejano, movilizaciones sociales de los trabajadores.
Todo este panorama se dibuja sin considerar una posible intensificación de la guerra en Ucrania. Como plantea el ex asesor militar de Donald Trump, Douglas MacGregor, “Rusia no es Irak” y las tácticas para intimidar a Moscú no funcionan. Según MacGregor, que hace de las suyas en Fox News, el influyente canal de televisión de la derecha estadounidense, “la guerra ha terminado” para Ucrania.
Tiene razón.
Cada día, en que se envían más armas, más equipamiento, sólo significa ahondar en la destrucción de lo que puede ser salvado.
Y del mismo modo, debería significar que los países que respaldan a la OTAN comprendan que el conflicto ya está decidido, que las sanciones que apliquen afectarán por mucho tiempo a los países más pobres y que no se puede usar a un país como un objeto para debilitar a otro, como se intenta con Ucrania.