Las potencias occidentales acordaron desconectar a varios bancos rusos de SWIFT, una red que procesa y valida los pagos transacciones comerciales a nivel mundial. Esas sanciones podrían tener el efecto contrario al esperado.
¿Usted, estimado lector, querida lector, compró una fábrica de escobas en Portugal y debe la primera cuota? Vaya a su banco, haga la transferencia a la cuenta del señor Sousa en el Banco Santander y listo. Lo que no sabe que es su banco tiene que enviarle un mensaje a su contraparte en Portugal, avisándole de la transferencia. No es el único trámite, pero es parte del proceso.
Mucha gente, incluso bien informada, se enteró de la existencia de SWIFT sólo con el conflicto ucraniano. En términos simples, se trata de una red electrónica creada en los años ’70. En esa época, un banco de Estados Unidos, el First National Bank, servía de intermediario para realizar las transacciones comerciales a nivel internacional. SWIFT fue una respuesta entidades financieras europeas para crear su propio sistema.
Desde entonces, la red, manejada por una sociedad en Bélgica, se ha convertido en la herramienta principal para las transacciones internacionales. No es ningún prodigio de la técnica -básicamente, envía un aviso o mensaje de un banco a otro- pero es necesario.
La primera vez que cobró notoriedad pública, fue cuando Estados Unidos hizo desconectar a Irán de la red, como parte de un paquete de sanciones en 2012. Después las revelaciones de Edward Snowden mostraron que la NSA estadounidense estaba, básicamente, copiando todos los registros de SWIFT, dándole así la posibilidad a Washington de tener, en tiempo real, no sólo conocimiento sobre las actividades financieras de determinadas empresas, sino un cuadro completo de todo el comercio mundial, en tiempo real.
Por esa razón, países como China, uno de los principales actores económicos mundiales, crearon su propia red, y Rusia lleva ya unos años desarrollando su propio sistema. Lo interesante de esas iniciativas, no es el aspecto técnico, que no es tan difícil de resolver, es que, en la versión china, los pagos se hacen en yuanes, y en la rusa, en euros.
Es decir, el dólar estadounidense, que es la moneda de SWIFT, queda fuera. El sistema chino duplicó, de un año a otro, la cantidad de dinero que procesa diariamente: el equivalente a 50 mil millones de dólares. En comparación, SWIFT es mucho más grande, 400 mil millones de dólares diarios, pero no tanto, si se considera que abarca a todo el mundo.
Los que más han presionado por la desconexión rusa de SWIFT son los que esperan ganar algo en el proceso: el Reino Unido, por ejemplo, que necesita defender a Londres como una plaza financiera global después del Brexit. Otros países esperan que, si Rusia queda fuera de los mecanismos mundiales, serán ellos los que obtendrán dividendos cuando se necesiten establecer sistemas alternativos.
Estados Unidos, no es sorprendente, no le gusta mucho la idea. Teme que, si se deja afuera a una potencia económica como Rusia, otros países buscarán sus propios medios para realizar transacciones o, peor, se sumen a la red china.
Por eso, las sanciones fueron limitadas a algunas entidades bancarias. Eso deja un margen para que el impacto inmediato de las medidas sea limitado o, posiblemente, abre la posibilidad de aumentar las sanciones en el futuro próximo, con una desconexión total de Rusia.
El problema de todo esto ya lo hemos dicho aquí. Rusia no es Siria, no es Venezuela, ni Afganistán. El impacto de los golpes económicos se vuelve en contra de sus propios autores.
Y ahí la coalición anti-rusa pronto puede mostrar más fisuras de las que ya tiene.
Al fin y al cabo, estamos hablando de plata ¿cierto?