La imagen de la guerra, con razón, provoca horror. Pero su destrucción y crueldad no son accidentes o “retrocesos de la civilización”, sino parte integral de un mundo marcado por conflictos y choques de intereses. Quien quiera acabar con las guerras, deberá comprender qué factores las provocan y luchar por suprimir sus causas.
De Carl von Clausewitz, el militar prusiano y teórico de la guerra del siglo XIX, se conoce por una frase que es tan importante como incomprendida: “la guerra es la mera continuación de la política, pero por otros medios”.
Es curioso, el pensamiento de Clausewitz es enseñado en las academias de oficiales de todo el mundo. También es popular, por alguna razón, en las escuelas de negocios. Muchos jefes de los Estados también conocen, aunque sea superficialmente, sus teorías.
Pero aquella frase, sintética, clara, y que resume una idea muy simple, pocos la entienden. O también puede ser que, simplemente, no estén de acuerdo.
Uno de esos es el presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden. Para él, el ataque de Rusia a Ucrania se debe a que Vladimir Putin “eligió esta guerra”. “Y su país pagará las consecuencias”, agregó. No es el único que piensa así. Por ejemplo, en un país muy lejano del teatro de operaciones, nuestro presidente electo constata exactamente lo mismo que Biden. Siempre hay un chileno. Según Gabriel Boric, “Rusia ha optado por la guerra como medio para resolver conflictos”.
¡Ay! quisiera uno exclamar, si tan sólo hubiese optado por la paz.
Sin embargo, “la guerra”, que ahora ha estallado, lleva ya muchos años. Desde el quiebre del régimen ucraniano y los levantamientos populares en el este del país en 2014, la política recurre al medio del enfrentamiento armado.
Lo que pasa es que ahora se está resolviendo.
Son ocho años de guerra en el Donbas, llevadas adelante por un régimen corrupto que se vale de atizar un nacionalismo reaccionario y con reminiscencias nazis, dirigido en contra de Rusia. Ese régimen depende para su subsistencia del apoyo económico y militar estadounidense.
El propio Biden lo sabe bien. En 2015, como vicepresidente de Obama, exigió la destitución del fiscal general del país, bajo la amenaza de cortarles los suministros bélicos al régimen local. “Los miré y les dije: me voy en seis horas (de Ucrania). Si para entonces no echan al fiscal, no van a recibir la plata. Bueno, son of a bitch, lo echaron”, recordó públicamente, en 2018, Biden su gestión en Kiev.
Un pequeño dato al margen: aquel fiscal, cuestionado por distintos sectores por no perseguir hechos de corrupción, sí investigaba en ese momento supuestos delitos de una empresa gasífera, Burisma, en que el hijo de Biden, Hunter, había sido contratado para un alto y lucrativo puesto.
Una coincidencia, sin duda.
Volviendo al tema y a Clausewitz, los ucranianos recibían toda esa ayuda económica y militar para presionar a Rusia. Eso es política. Era la política de Estados Unidos.
Pero ¿qué hacía el régimen de Kiev con todas las armas nuevas, con los equipamientos cada vez más sofisticados, como las plataformas de drones, que ningún otro país de la región poseía? ¿Las tenían ahí, guardadas, por si las moscas, como un modo de mostrar a su vecino mucho más poderoso que podrían defenderse, en caso de que “optaran por la guerra”? No. Lo que hacían era llevar todo eso, recién desempacado, para atacar a las repúblicas del Donbas, causando numerosas bajas civiles e incrementando la presión y la magnitud del conflicto, pese a que sabían que los separatistas recibían el apoyo de Rusia. Creaban una guerra con el propósito de continuar con la política.
No habían comprendido a Clausewitz.
Por eso, la respuesta rusa les sorprende ahora.
El propio Putin, en su discurso que precedió el inicio de la “operación militar especial”, explicó qué política continúa por medio de la guerra. “Una mayor expansión de la infraestructura de la OTAN, el despliegue militar en los territorios de Ucrania que ha comenzado, es inaceptable para nosotros. El punto, por supuesto, no es la OTAN en sí misma, es sólo un instrumento de la política exterior de los Estados Unidos. El problema es que, en los territorios adyacentes a nosotros, diría, en nuestros propios territorios históricos, se está creando una ‘anti-Rusia’ hostil a nosotros, que ha sido puesta bajo un control externo completo, está ocupada intensamente por las fuerzas armadas de los países de la OTAN y se infla con las armas más modernas”.
Y continúa: “para Estados Unidos y sus aliados, esta es la llamada política de contención de Rusia; tiene dividendos geopolíticos obvios. Para nuestro país es, en última instancia, una cuestión de vida o muerte, una cuestión de nuestro futuro histórico como pueblo. Y esto no es una exageración. Es cierto. Es una amenaza real, no sólo para nuestros intereses, sino también para la existencia misma de nuestro Estado, su soberanía. Esta es la línea roja de la que se ha hablado muchas veces. La cruzaron”.
¿Cuáles son los objetivos políticos de Rusia?
Según la prensa, la guerra actual es el resultado de una decisión personal de Vladimir Putin, de su proyecto de restablecer el imperio de los zares o a la Unión Soviética. Pero el imperio de los zares se basaba en la dominación de múltiples pueblos y etnias muy atrasadas. Y la Unión Soviética se erigió sobre el fundamento de un principio social muy distinto al que prima hoy en todo el mundo.
La Rusia de hoy no se proyecta a partir del desarrollo social, económico y cultural de un sistema socialista, sino que es un país, significativo y poderoso, pero dependiente de los mercados mundiales, a los que abastece, principalmente, de materias primas. Su propia organización social interna es capitalista, con un fuerte predominio del Estado o, mejor dicho, con un régimen marcado por la imbricación del capital con un poder político centralizado.
Es otras palabras, un país que debe trazar, en su propia frontera, una “línea roja” frente a una amenaza a la “existencia misma del Estado”, no tiene mucho por donde expandirse.
Los objetivos políticos de Rusia son, en efecto, impedir una mayor fragmentación e inestabilidad en una parte de los países que conformaron la URSS y buscar un acercamiento a Europa occidental que asegure su desarrollo económico futuro.
Y, exactamente, eso es lo que quiere frenar Estados Unidos. Ese es el núcleo del conflicto actual. Por eso Washington atiza la guerra. Y por eso, Rusia necesita ganarla.
Pero, ahora, que EE.UU. se encuentra con la guerra frente a sus narices, se queda sin opciones. Un enfrentamiento directo con Rusia amenazaría su propia subsistencia, debido a que podría escalar a un conflicto nuclear.
Y las sanciones que promueve, debilitar la economía rusa, equivalen a castigos impuestos a sus propios aliados europeos. Europa y, especialmente, su potencia principal, Alemania, es enteramente dependiente de la importación de hidrocarburos desde Rusia.
Como se sabe, el estallido del conflicto coincide exactamente con la finalización de las obras de un gasoducto que transporta el combustible directamente desde Rusia a Alemania, a través del Mar Báltico, y no, como hasta ahora, cruzando… Ucrania. Ya desde el año pasado, Estados Unidos ha intentado detener ese proyecto, Nordstream II, con sanciones y represalias económicas.
La primavera se acerca, es verdad. Pero las economías europeas necesitan el gas todo el año. Van a tener que pagar más, sumando así a una inflación galopante. Otro pequeño detalle al margen: ¿de qué país vienen los cargamentos de gas licuado que han debido reemplazar la baja en el suministro ruso? Usted lo adivinó: USA.
Pero eso, de verdad, es sólo un detalle coyuntural.
Lo que nosotros vemos son los choques inevitables de un sistema mundial en crisis, es el sistema del capital. Y éste no es el mayor de todos. En todos lados, aumenta el riesgo de que continúe por otros medios.
Los pacifistas de antaño decían: “¡guerra a la guerra!”. Debieron decir “¡guerra a los causantes de la guerra!”
Y los causantes de la guerra son los que, haya paz o vuelen las bombas, se mantienen explotando, sometiendo, saqueando a los pueblos.