Una patada que se hizo leyenda. Reflejó la respuesta contra el racismo, la discriminación, los fascistas. Esa patada hoy está de aniversario.
25 enero de 1995, estadio Selhurst Park, al sur de Londres, Inglaterra. Jornada 26 de la novísima Premier League. Juegan Crystal Palace FC versus el Manchester United. Partido apretado. Se juega el minuto 47, y el portero del Manchester recibe y golpea el esférico hasta el campo rival, el saque puede convertirse en contragolpe. El defensa Richard Shaw, hasta allí ha marcado al milímetro a la estrella del United, Eric Cantona. En la carrera, Shaw toma a Cantona, y éste propina una patada que derriba al defensa. Nada de otro mundo. Pero el defensa exagera, y el árbitro pita y compra. Era un partido caliente, y el juez agrega ají, saca roja directa al delantero galo. Su mirada refleja molestia y decepción. Con una amarilla bastaba. Pero no, fue enviado a las duchas iniciando el segundo tiempo. En el camino a la banca va mascullando la patada dada a Shaw, la velocidad de la jugada, la exageración del juez, todo junto y por separado. Es una injusticia, todos lo saben. De repente escuchó un insulto, uno más, uno de los muchos. Le gritaba “¡Bastardo de mierda!, ¡Vete a tu país!”. Francamente, no había margen para aguantar semejante estupidez. Dirigió la mirada, ubicó al hincha, corrió unos metros hacia él y brincó empujado por la rabia y la indignación. Le dio al torso, con todo. Fue una certera patada. Cayó algo desequilibrado, pero se repuso al segundo, para continuar pegándole combos antes de ser separado y retomar la marcha hacia el vestuario.
Se trata de la ‘patada karateka’ que Eric Cantona le pegó a Matthew Simmons. El hecho adquirió fama mundial. Las investigaciones y las sanciones no tardaron. Las primeras, develaron que Simmons había bajado 11 asientos para insultarlo, que contaba con prontuario racista y participación en acciones del Frente Nacional Británico, partido filo-fascistoide, y que en el año 92 había sido condenado por un robo violento a una bencinera reduciendo a un empleado ceilandés. Las sanciones contra Cantona: suspensión por nueve meses, pago de una multa de 30 mil dólares y una condena a 120 horas de trabajo comunitario.
Hasta ahí quedan los hechos. Y, en el mismo acto, nació la leyenda. No por la patada en sí misma, sino por la máxima que contra los fascistas se debe actuar, con fuerza y determinación.
El antes y después de ese tipo de decisiones, el mismo Cantona las describe en el diálogo con Eric Bishop en la película de Ken Loach, Looking for Eric:
EB: …60 mil espectadores viéndote. Alentándote. Cantando tú nombre.
EC: Daba miedo, sí.
EB: ¿Estabas asustado?
EC: Así es.
EB: No te creo.
EC: El miedo podía parar. Adoraba sorprender a los espectadores. Siempre, en cada partido, traté de darles un obsequio. A veces no salía, pero cuando sí salía…
EB: …Quedaba en nosotros para siempre.
EC: Así es. Pero tenía que sorprenderme a mí mismo primero. Tomar riesgos. Depende de los límites que se imponga uno mismo. Si juegas seguro, no hay riesgo. ¿Te das cuenta?
Así, el castigo de Cantona a Simmons quedó marcado en la gente sencilla, en la hinchada del United, en el trabajador, en los explotados. Actuó, tomó el riesgo, y golpeó porque era debido. Sin arrepentimientos. Señalando que debió haber sido más duro, aún.
¿Y el obsequio? Pues, como si fuera un breve poema materializado, reflejar que lo único que él hizo es lo que ha de hacer el pueblo para responder a la injusticia aplicada por sus enemigos. Sin medias tintas. Sin dobleces.
El mismo Cantona señala, muy a su estilo lírico, emulando a su compatriota Arthur Rimbaud: “Sin el peligro, no podemos ir más allá del peligro”.
De esa patada histórica hasta hoy, se cumplen 27 años.