Inesperadamente, ha vuelto al debate el impuesto a los superricos. Los parlamentarios de -lo que será pronto- el oficialismo lo introdujeron en el proyecto de ley para financiar parte de de la pensión garantizada universal.
No se crea que nuestros gobernantes carecen de ideas generales, de una filosofía, podríamos decir, sobre la sociedad. Al contrario. Tienen convicciones muy claras y que tienen efectos muy precisos. Por ejemplo, tanto el gobierno saliente, como el entrante, coinciden en que en la sociedad debe haber diferencias entre las personas.
En la derecha ven la desigualdad como algo permanente e inevitable. Siempre debe haber ricos y pobres, unos están arriba y otros, abajo, casi por designio divino. Ese “casi divino” lo agregamos nosotros, no porque los reaccionarios no lo crean, sino porque ya no se estila plantear el asunto de ese modo. La derecha, aún la fundamentalista religiosa, prefiere, en público, explicar el problema de un modo más prosaico o utilitarista o liberal: la desigualdad se origina en diferencia relativa del esfuerzo o ingenio humanos. Relativo, pues: unos más, otros menos.
De esa manera, justifican la opulencia de la vida de la burguesía y la noción de que sin ella no habría avance en la sociedad.
Del otro lado, en el entrante gobierno liberal, no se oponen a esa versión laica -liberal, pues- de la desigualdad. Pero la complementan con otras nociones. Por ejemplo, argumentan que “el esfuerzo y el ingenio” ya vienen determinados por la sociedad, y que no son un mero atributo o logro personal. Y por eso, debería haber ciertos correctivos o compensaciones para quienes no tienen tanta suerte. O debería existir una base común para todos y, de ahí, que cada quién juegue. A ver cómo le va.
Esa base común, sin embargo, seguirán razonando nuestros liberales, está en disputa; está sometida a los antagonismos que siempre existirán. La forma de enfrentarlos es negociar con el oponente. Sin embargo, la explotación y el enriquecimiento seguirán existiendo. Eliminarlos no sería ni realista ni justo: es una base común, no un límite.
Todo lo anterior, se basa en la noción de que el ser humano es un ser malo o esencialmente egoísta. Para ganar, para imponerse sobre sobre el otro, deja de lado la moral cuando le conviene. Por eso, debe ser controlado, en la medida de lo posible, por un Estado que lo encauce.
Por ese motivo, la burguesía se encuentra en éxtasis en este tipo de sociedad creada a su imagen y semejanza. Mientras más capital tiene, se le abren más puertas. Y eso vale para todos que suman a su ejemplo: pequeños empresarios, delincuentes, militares, religiosos, y demás. Quieren tener dinero y ser reconocidos por ello.
Esta concepción se centra en la riqueza como si fuera el punto de partida. Y oculta el modo en que ésta se genera en este tipo de sociedad: la explotación de otros.
Muchas veces los jóvenes se preguntan ¿por qué mis padres no son ricos?
La respuesta es clarísima: los trabajadores no pueden volverse en ricos, porque su sueldo les alcanza sólo para vivir, mejor o peor, pero no más que eso.
Nuestro pueblo tiene un sentido moral muy elevado, que no puede obviar, porque nace de su forma de vida. Aunque sueñe con bienes y comodidades, y los cuida, cuando los logra obtener, trata de no dañar a otros, de explotarlos o aprovecharse de ellos.
Así, nunca van a hacerse ricos.
En cambio, hay una sola clase de individuos que pueden enriquecerse. Se les llama, en el lenguaje común, empresarios, ricos y, también, delincuentes. El que roba en la calle no se diferencia mucho del patrón que les escamotea la paga a sus trabajadores. Ambos vulneran la moralidad. No les importa hacer el mal a otro.
Sus riquezas mal habidas, las protegen. Unos de la policía, los otros, de los reclamos de los trabajadores
Por eso, es lógico, rechazan que se imponga un impuesto a las grandes fortunas en el país. Como dice uno de sus representantes, Richard von Appen, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril: “no me parece, porque son platas que tributaron en su momento y que hoy están al servicio y son parte del financiamiento que tienen las empresas para nuevos proyectos”.
¿Se podrá negociar eso? Quizás haya una forma más directa de lograr que esos inmensos recursos signifiquen un aporte para el Estado o para servicios útiles para la población, en suma, para esa base común que preconizan algunos liberales.
En vez de aplicarles impuestos a la riqueza ya existente, habría que ver cómo se crearon esas fortunas, de dónde sale el dinero. ¿De la usura, de la depredación de los fondos previsionales, de la corrupción, de la especulación, de los sueldos de sus trabajadores, de impuestos evadidos? Fácilmente, se descubriría que cada peso, cada dólar acumulado tiene origen espurio e ilícito.
El único problema es que, al final, ya no quedarían ricos y todos serían iguales, sólo diferenciados por el ingenio y esfuerzo que aportan a una base común para todos. Más que problema, parece una solución.