Fuera del ámbito de las elecciones -que es el reflejo adrenalínico de un momento hecho a la medida de los partidos políticos- suceden muchas cosas más en la sociedad. Una de ellas es la constante lucha por las demandas incumplidas y sus respectivas movilizaciones.
A veces, parece que la vorágine política atosiga a quienes luchan. Una parte de la población está inmersa en “salvar a la democracia” y extrema sus recursos en ello. Esos sectores nunca se pusieron a disposición de las demandas populares. Pero cuando temen la pérdida de actuales o posibles beneficios, se activan en favor de un redentor, cualquiera que este sea.
La lucha constante y persistente de quienes inquebrantablemente se organizan y luchan por las demandas populares, no parece ser parte del itinerario político contingente. Pues, inexorablemente, gobierno tras gobierno, se repiten las mismas exigencias por salud, vivienda, educación, jubilación, justicia, trabajo, entre las más importantes. Y gobierno tras gobierno pospone las soluciones, proclamando que no tiene la capacidad de actuar, porque no tiene mayoría en el Congreso; cuando la han tenido, tampoco lo han hecho.
Todavía están presentes en las mentes de muchos, las demandas populares que llevaron a votar por Aylwin en 1989. Y que éste incumplió olímpicamente con la excusa de que, si se tensaba mucho el ambiente, estaba el peligro de que Pinochet diera otro golpe de Estado. Un golpe que no podía dar, porque, en el intertanto, “se estaba arreglando los bigotes”, como dicen, es decir robaba dinero a manos llenas del fondo especial de las fuerzas armadas.
Hoy día, seguimos impulsando las mismas demandas populares, con avances ganados por la lucha y las movilizaciones, no en los salones de los políticos.
Sabemos claramente que cada ganancia se deberá a la fuerza del pueblo. Y en estos últimos años, eso ha quedado demostrado con los retiros del 10%, con el fin de la constitución del ’80, con vislumbres de la gratuidad en la educación, por ejemplo.
Cada victoria, sin embargo, ha significado muertos, heridos, torturados, apaleados, presos y la denostación pública de los que protestaban, endilgándoles calificativos como delincuentes, terroristas y subversivos. Los partidos políticos, más que apoyar las demandas, han actuado como murallas de contención, privilegiando los intereses de la burguesía por sobre los del pueblo. Una y otra vez han protegido a las pesqueras, a las forestales, a las mineras, a las AFP, y a cuanto inversor ponga plata en el país o, más bien, la saque.
En estos tiempos, no está en juego la “democracia”, sino la supervivencia del sistema. Dos fuerzas se encuentran en disputa en estos momentos, y una u otra debe ganar. Pero los políticos y los que los respaldan obvian esto, porque no quieren reconocer al pueblo como una fuerza beligerante, sino que sólo a las que pertenecen al propio sistema. El poder de la burguesía y el poder popular son las fuerzas evidentes que entran a disputarse todo. Y hasta ahora, el pueblo va ganando, aunque algunos no lo crean.
El poder del sistema se ha ido reduciendo de tal manera, que tuvo que reprimir para subsistir, negociar para protegerse, transar parte para no perder todo y, con ello, está gastando las últimas municiones que tiene en su defensa.
La lucha continúa, la lucha por las demandas populares es incuestionable y debe ser el camino para resolver de manera definitiva el impasse en que se está actualmente. Sólo la fuerza de un pueblo movilizado podrá cambiar su historia. Para los que dudan, los derechos ganados han sido gracias al tesón de millones de chilenos que han dado en cada lucha una parte de ellos, de sus sueños y de su sangre.
Obreros, estudiantes, pobladores a pulso han persistido y avanzado, no son los partidos políticos los que lo han hecho o el régimen, sino el pueblo organizado y movilizado.