En un nuevo credo se han unido burgueses conservadores y liberales, “progres” y la izquierda para pedir más contribuciones a grandes empresas y fortunas beneficiadas con la pandemia. ¿Qué se esconde tras tan fabulosa solución?
El pasado miércoles 14 abril, la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados aprobó crear un impuesto a los súper ricos. La moción impulsada, entre otros, por las diputadas del PC Camila Vallejo y Karol Cariola, busca gravar el patrimonio neto sobre 41 millones de dólares. El objetivo es financiar así ayudas sociales a la población.
La idea es parte de una tendencia a nivel mundial. Joe Biden en Estados Unidos, las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, todos piden más contribuciones a grandes empresas y fortunas que se han visto beneficiadas por la pandemia. EE.UU. quiere financiar así su mega programa de inversión en infraestructura. En todas las naciones industrializadas se discuten aumentos de impuestos a la gran riqueza. Incluso, varios multibillonarios, como Bill Gates o Warren Buffet, se quejan que a ellos -y gente como ellos- se les debería cobrar más tributos.
Este entusiasmo de pagar más al fisco tiene, por supuesto, su origen en la necesidad de financiar los gigantescos déficits en que han incurrido los Estados durante esta crisis. Y, sobre todo, por los enormes gastos que se esperan en el futuro inmediato.
Están unidos en un nuevo credo burgueses conservadores y liberales, “progres” y la izquierda. ¿Por qué nadie había pensado antes en tan fabulosa solución?
Los ricos y los impuestos
Y no deja de ser curioso. El Estado moderno, o sea, el Estado de los capitalistas, o sea, el Estado de los súper ricos, tiene su origen histórico en la resistencia de los burgueses a pagar impuestos para sostener a un Estado que ellos no manejaban. La revolución separatista en las colonias inglesas en Norteamérica comenzó con la destrucción de un cargamento de té en el puerto de Boston, en protesta por los gravámenes exigidos por los británicos.
Uno de los factores que atizó la revolución francesa fue la resistencia de los aristócratas menores, los burgueses y artesanos a la creciente carga impositiva del Estado absolutista en bancarrota.
Una vez que los burgueses tuvieron el poder su reticencia a los impuestos se transformó. Ahora era su Estado, el que protege sus intereses, y su régimen social. De la libertad, igualdad y fraternidad, se pasó a la libertad de los trabajadores para vender su fuerza de trabajo y de los capitalistas, para explotarlos; la fraternidad, la de los burgueses; y la igualdad…, bueno, es aquella que indica que un dólar es igual a 700 pesos chilenos en el mercado.
¿Y los impuestos?
En esta sociedad, los impuestos son el resultado, principalmente, de la explotación del trabajo y de los recursos naturales. Es la clase trabajadora la que produce todo bajo el capitalismo. Ningún edificio es construido por el capital. Lo levantan albañiles, carpinteros, ingenieros, arquitectos, y personas de decenas de otros oficios y funciones que, comenzando desde los cimientos, terminan hasta la última de las manitos de pintura. Lo mismo ocurre con las carreteras, puertos, extracciones mineras, con los teléfonos celulares, los productos alimenticios, las vacunas contra el covid y, en realidad, todo cuanto existe por el trabajo humano.
Los impuestos vienen de allí: lo que el Estado cobra a los trabajadores, descontándolo directamente de su salario, cuando es más alto, y de lo que consume diariamente, a través del IVA y otros impuestos indirectos, como la bencina o el tabaco.
¿Y los ricos, perdón, súper ricos, no pagan impuestos? En realidad, no. Nunca lo han hecho. Es cierto, el Estado les cobra por las ganancias del capital que poseen; es decir, sobre la propiedad sobre medios de producción como derechos sobre plusvalías y rentas futuras.
Pero todo eso, las escrituras, las acciones, los bonos financieros, los derechos mineros, los contratos, etc., es, literalmente, puro papel. Se vuelve dinero y ese dinero se convierte en capital, sólo gracias al esfuerzo de los trabajadores que son los que producen. Y, hay que decirlo, gracias al Estado, que asegura, a través de sus gobiernos, sus parlamentarios, sus jueces, policías y militares que todo siga así.
¿Pero los capitalistas no tienen dinero guardado, casas, autos, mansiones, caballos de carrera, terrenos? Es decir ¿no tienen bienes “que están ahí”, un patrimonio acumulado, “una fortuna” por la cual se podría cobrar, al fin, un impuesto? Sí, sí. Tienen todo eso, pero eso es una parte ínfima de su capital. Los que sólo tienen eso, son simplemente gente rica que no hace nada y sólo gozan de la vida; y que, dicho al margen, nunca serán súper ricos… por eso mismo. Capitalistas, en cambio, sí hacen algo. De hecho, hacen una sola cosa: explotar el trabajo, para aumentar su capital.
Entonces, los que quieren cobrar más impuestos a los súper ricos para ayudar a la población están vendiendo puro humo. Primero, esa plata va al Estado, no a los trabajadores. El Estado lo manejan los súper ricos como quieren. Eso ya lo hemos visto. Y, segundo, para enfrentar la crisis, para combatir la carestía, para satisfacer las necesidades, hay que producir, hay que trabajar.
Es cosa de ver. Con los tres retiros del 10% de las AFP (nos adelantamos) se va haber juntado nueve veces más de lo que se pretende recaudar con el impuesto a los súper ricos, y la crisis sigue igual.
Bajo este sistema, y en esta crisis, producir, trabajar significa seguir aumentado el capital de los súper ricos. Quienes van con estas soluciones mágicas como el impuesto a las grandes fortunas, en el fondo -o no tanto- dicen que está bien seguir explotando al pueblo. Y así no van bien las soluciones… para los tiempos que corren.
¿Y cómo se resuelve la crisis?
Hay que ser claros. La solución a la crisis no consiste en más impuestos. Todas esas medidas reproducen la explotación, y ésta es el problema. Y la explotación seguirá mientras siga la clase que la promueve. Es decir, mientras continúe el régimen de la burguesía. Y es este el quid del asunto.
Así, ni un 20% a los más ricos servirá. No porque los capitalistas hagan cientos y miles de malabares para evadir sus “obligaciones”, porque manden su plata a las islas Caymán o se conviertan en orgullosos ciudadanos de Liechtenstein. No sirve, porque no termina con la explotación. No sirve, porque no termina con este sistema que está en la base de la crisis actual.
Entonces ¿cuál es la solución? La expropiación. Que los trabajadores, los que producen, manejen los medios de producción, de acuerdo a sus intereses y sus necesidades.
El camino es acabar con este régimen, que ya está en las últimas, instaurar un gobierno de los trabajadores, nacionalizar las ramas estratégicas de la economía nacional, satisfacer las demandas populares de trabajo, salud, vivienda, educación, terminar con el aparato represivo, las fuerzas armadas y Carabineros, y sustituirlo por una fuerza del pueblo. El camino es ese. No será fácil y exigirá sacrificios. Pero es el único camino realista para los trabajadores.