¿Qué culpa tiene la tía Pikachu?

Adelantamos la respuesta: ella, personalmente, ninguna. Pero esto no es un asunto personal. La funa a la convencional Giovanna Grandón develó conflictos y choques que otros quieren ignorar… hasta que les estallen en la cara.

La manifestación del pasado viernes mostró cómo el ambiente político ha venido caldeándose. Se realizó en medio de renovadas exigencias de renuncia del corrupto presidente Piñera. Hay, es inevitable, una intención de volver a marcar, en vísperas del segundo aniversario del 18 de octubre, las demandas y el espíritu del levantamiento popular, en medio de tanta desvergüenza oficial.

La funa o el ataque a Giovanna Grandón -no había ido con su traje de la figura animé- probablemente reflejó algo de eso: una representante de un organismo del Estado, la convención constitucional, que se hace presente en aquella plaza, como si nada.

El incidente mismo fue, sin duda, violento. Los escupos dañan más que los golpes, la acusación de venderse, a una persona honrada le duele más que cien puñetazos. Y, además ¿quiénes son los que agreden o gritan? No es nadie en particular. Es una masa.

Quizás eso llevó a muchos a desconcertarse. ¿Qué había hecho la Tía Pikachu para merecer eso? Y cómo eso no tiene respuesta inmediata o fácil, algunos creyeron ver mano mora en el incidente: “son pacos de civil”, especularon, “infiltrados”. Pero si eso fuera así, no habría nada de qué discutir: sería cosa de individualizar a los provocadores, denunciarlos públicamente y, para la próxima, darles una lección lo suficientemente clara para que termine con esos procedimientos. No es primera vez que ocurre.

Pero la verdad parece ser que los que actuaron en Plaza Dignidad, simplemente, es gente que no hace ninguna distinción. Para ellos, un convencional es igual otro. Y acusan a la convención de ser un mecanismo de engaño y continuidad del régimen.

La reacción a la funa, incluso, parece confirmarlo. Desde el gobierno corrupto, pasando por la derecha reaccionaria, hasta llegar a los adversarios centristas en la propia convención, todos se sumaron a la condena al ataque a Giovanna Grandón. Los mismos que la desprecian o se burlan de ella, súbitamente quieren proteger a la víctima y a la convención, asediada, dicen, por los extremos.

Así es difícil hacer distinciones. En una declaración, Giovanna Grandón expuso su desconcierto: “no puedo entender el ímpetu que los lleva al odio hacia una igual, una compañera de ruta”.

Para ayudar a entender el problema, para que haya menos dudas o incertidumbre, quizás, pueda servir lo que señalamos, aquí mismo, en estas páginas, el día antes del inicio de la convención constitucional:

 “En la convención está enquistado el viejo régimen. Pero, también, en su columna vertebral, están representantes, mayoritariamente de la llamada clase media, que salieron a marchar y se sienten capaces de interpretar lo que el pueblo quiere. Como muy bien saben ellos, recibieron los votos no por ellos mismos, sino por la promesa de que se harán portavoces de un cambio y de las demandas que se levantaron el 18 de octubre.

En eso hay una contradicción que se puede resolver de miles de formas distintas. El pueblo mira tranquilo e imperturbable qué acaecerá.

La tarea para esa mayoría que pretende volcar las demandas del pueblo en una nueva constitución es inmensa. Tendrán que vérselas con un régimen y sus asociados políticos de todos los ámbitos, que no trepidarán en asestar golpes si ven que tiembla el piso de su gobierno.

Las deliberaciones de la convención tendrán importancia, no por lo que digan los constituyentes en sus discursos, sino por cómo traduzcan lo que el pueblo ha dicho en las calles.

La convención constitucional será, quizás, un último intento para preservar a un régimen caduco, de ganar un par de meses o años para la continuación de un sistema injusto. O puede ayudar a poner las bases para un cambio político real.

Nuestro pueblo tiene paciencia y generosidad. Y tiene poder. Lo hará sentir, cuando sea necesario. Y llegará a sus propias conclusiones, de acuerdo a sus intereses, sus demandas y su derecho inalienable al futuro.”

Es cierto, no debieran pagar justos por pecadores.

Pero ya vendría siendo alta hora que todos los que honradamente pretenden cumplir un papel como representantes de las demandas populares, le hablaran a ese mismo pueblo con la verdad. Ya es hora ellos digan cuáles son las contradicciones e intereses que chocan en nuestra sociedad y, también, en la convención. Que expongan con claridad qué distinciones se deben hacer, quién está junto al pueblo y quién, en contra de él.

Y que no olviden que no son ellos, sino el pueblo, el que hará los cambios que sean necesarios.