El 20 de septiembre de 1973, un grupo de 6 detenidos en la localidad de Paine, al sur de Santiago, eran llevados desde la subcomisaría a un lugar baldío, en camionetas conducidas por civiles, en su mayoría eran personas ligadas a la oligarquía, que iban acompañando a los carabineros. Iban a ser parte de lo que se conocería como “La matanza de Paine”, que culminaría con cerca de 80 campesinos asesinados en las diversas localidades cercanas y en los días posteriores.
El relato del único sobreviviente, Alejandro Bustos, habla del sadismo de los civiles y carabineros: “Me llevaron a la Comisaría. Vino otro carabinero con un alambre y me amarró las manos atrás por la nuca, después me empujaron de la banca para dejarme botado en el suelo. Cuando empezó a oscurecer, sacaron unas chuicas de vino y empezaron a prender fuego para un asado”.
“Había carabineros y civiles, casi todos camioneros. Estaban los Carrasco, el Tito y el Toño Ruiz Tagle, el peluquero Aguilera, el Pato Meza, Miguel González, Carlos Sánchez, el Jara, el Cristián Kast, Larraín, Suazo. Eran unos quince civiles y unos dieciocho carabineros, yo los veía desde mi rincón cómo se reían y emborrachaban, pero estaba muy quieto, porque cuando se acordaban de mí, se acercaban civiles o pacos a darme de puntapiés por las costillas”. Luego, sacarían a los detenidos. “Atrás de la guardia nos esperaba un furgón verde y el auto crema de los Carrasco, también estaba la camioneta verde de don Jorge Sepúlveda, la camioneta amarilla de Obregón, y el auto de González. Nos subieron al furgón y los autos partieron, los propios dueños los manejaban”. En un momento del trayecto, se dieron cuenta que no volverían. “Recién por Champa el finado Chávez lo dijo, estábamos todos rezando y él nos interrumpió, “van a matarnos”, dijo enronquecido, después en voz baja agregó, “el que quede vivo que sea hombre y cuente dónde van a botarnos”. Un momento más tarde, como si hubiera tenido una revelación, me dijo, “usted Alejo, que va salvarse, avise que estamos muertos”. Los bajaron, tanto civiles como carabineros tomaron las ametralladoras y fusilaron a los detenidos. Pero la faena de los asesinos no terminaba allí, pues se ensañaban con los heridos, ya sin balas los rematan a golpes de palos y piedras, “con un yatagán a uno de ellos (Raúl Lazo), aún vivo, le sacaron los ojos y le cortaron la lengua”. Ese día fueron asesinados Carlos Chávez Reyes, Raúl del Carmen Lazo Quinteros, Orlando Pereira Cancino y Pedro Luis Ramírez Torres, solo se salvaría Alejandro Bustos, que lo dieron por muerto y luego se lanzó al río para salvarse del remate.
Christian Kast, hijo del dueño de establecimientos Bavaria, reconoció que fue a la subcomisaría de Paine y se quedó hasta el día siguiente ahí. Allí vio llegar a los detenidos y luego fueron subidos a un camión militar. Según el hermano de José Antonio Kast, solo iba a dejar alimentos y se quedaba en el asado que los carabineros hacían todos los días. El relato que hizo Kast fue hecho como inculpado en una declaración ante la ministra María Stella Elgarrista, parece ingenuo, no lo es tal, pues trata de eludir su participación en los crímenes, más aún cuando se constató que los carabineros usaban el camión de su propiedad para llevar detenidos, que luego desaparecieron y él estuvo en el lugar en el momento en que sucedieron los hechos.
De los cerca de cuarenta civiles y carabineros, solo algunos de ellos fueron inculpados de los crímenes, otros todavía continúan en la impunidad: Darío González, Jorge Aguirre, Francisco Luzoro, Claudio Oregón, Antonio Carrasco, Luis Mondaca, Segundo Suazo, Miguel González, Cristián Kast, Patricio Meza, Tito Carrasco, Mario Tagle, Jorge Nazar, Ruperto Jara, Michael Kast, los carabineros Manuel Reyes Álvarez, Jorge Verdugo, Víctor Sagredo, José Retamales, Juan Valenzuela, José González, Jorge Leiva y Pío Moya.
Durante las semanas que siguieron, los hechos se repetirían en diferentes localidades cercanas, y subiría el número de asesinados a cerca de 80 personas.
48 años después todavía no hay justicia y verdad, para los crímenes que se cometieron, porque fueron protegidos por la justicia y el aparato político, se pasean por las calles del país impunemente sabiendo que nadie los tocará. Solo algunos fueron procesados y las condenas son nimias en comparación con los crímenes aberrantes que cometieron. Nuestro deber es hacer justicia.