Y no nos referimos a Manuel Monsalve, quien sí las tiene, las salidas. Es sólo cosa de paciencia. Es el gobierno el que no podrá escapar de la trampa mortal, perdón, moral, en que ha caído.
El llamado caso Monsalve se ha convertido en una crisis de gobierno. Lo curioso es que ninguno de los involucrados sabe por qué. La derecha ya declaró públicamente que se limitará a la agitación y la propaganda en este asunto. Es decir, lo mismo de siempre. Hasta el grupo de Kast, tan aficionado a las acusaciones constitucionales, se plegó a la estrategia de respaldo tácito al Ejecutivo.
En el oficialismo alternan sus pronunciamientos entre que “las instituciones funcionan” y, sotto voce, que la mujer atacada por Monsalve “igual se lo buscó”.
En el gobierno, el quiebre entre Gabriel Boric y la gestora del día a día del Ejecutivo, Carolina Tohá, no ha tenido ninguna consecuencia. Los asados y los viajes presidenciales continúan, y la ministra del Interior sigue en su cargo.
¿Cuál es la crisis, entonces?
El problema es que ya nadie controla nada.
Es una situación análoga a la de Luis Hermosilla. A este lo pillaron, recordemos, metido en una estafa común. Pero después todo derivó en una crisis judicial y política que aún no ha concluido, ni tiene, en realidad, salida posible.
Con Monsalve, nadie sabe qué va a hacer. ¿Qué pensará luego de un par de días en cana?
Lo que se ha conocido de la causa se extiende mucho más allá de un acto criminal privado. Ya se sabe que son decenas de funcionarios los que están involucrados en el encubrimiento de la situación. Estos van desde los que, fingiendo “empatía”, buscaron controlar las acciones de la víctima o, derechamente, la amenazaron si denunciaba el crimen, hasta los que protegieron a Monsalve, como su jefe de gabinete -y ex ministro- Gabriel de la Fuente, descrito como “él es malo, puede ser capaz de todo”.
Este miércoles le tocó a la jefa jurídica del Ministerio del Interior, Luppy Aguirre. Ella, se descubrió, había mantenido contacto secreto con Monsalve sobre la investigación que se había iniciado en su contra. El nuevo subsecretario del Interior, Luis Cordero, hizo gran asunto que fue su decisión -y no la de su superior, la ministra Tohá- de sacarla de su cargo.
Aguirre es la responsable de la estrategia de represión judicial en contra de comuneros mapuche y es una figura clave en los montajes en contra de organizaciones populares, como el caso de los detenidos en Villa Francia.
Mientras eso ocurría, funcionarios de la Contraloría llegaron a La Moneda para exigir que se abriera la caja fuerte del ministerio, allí donde está parte del cash con el que se financian estas operaciones sucias. Todo, amparado en un simple sumario administrativo.
Frente a ese aparato que se está deshaciendo y que espera, paralizado, enterarse de qué empleará Monsalve para negociar una salida, las andanzas del presidente y sus versiones contradictorias son un asunto menor.
Ya está abundantemente claro que él no se atrevió a, siquiera, suspender o alejar a Monsalve del cargo, menos a destituirlo. Y también ha quedado en evidencia que buscó, en conjunto con el entonces subsecretario, hacer “desaparecer” el problema, es decir, lograr la retractación de la víctima. No vamos a suponer algo peor, como si lo hicieron los subordinados de Monsalve, que se figuraron que la denunciante podría morir en un “accidente”.
Boric, acosado por las revelaciones, intenta disfrazar de incompetencia la maldad. Y eso lo puede hacer convincentemente. El problema está en que tampoco él puede saber con qué va a salir Monsalve, que también está acosado por las circunstancias y los barrotes carcelarios.
Muchos seguidores del “gobierno feminista” estiman que la mujer que denunció al ataque sexual en su contra ya estaba “grandecita” para haber aceptado una invitación a cenar con su jefe; inventan que está casada y que decidió hacer estallar su vida para tapar una infidelidad; opinan que, si no presentó inmediatamente la denuncia, seguramente miente; y calculan que nunca debió haber tomado tanto alcohol.
Nada de eso, sin embargo, es relevante. Aunque fuera cierto.
En lo que esta mujer si tiene, no culpa, pero una responsabilidad, es en un gran error que cometió: haber aceptado un empleo en un antro de indecentes e inmorales como lo es este gobierno.