Sólo horas después de confirmarse la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales en Estados Unidos, se quebró definitivamente la feble coalición gobernante alemana. Eso no es coincidencia.
A veces, el acontecimiento más esperado y predicho, igual cae como una sorpresa. Una reunión de emergencia de los principales dirigentes de los partidos de la coalición gobernante en Alemania, los socialdemócratas del SPD, los liberales del FDP, y los otros liberales de Los Verdes, terminó en una pelea final.
El canciller federal Olaf Scholz dejó por un momento sus ademanes timoratos y golpeó la mesa. En medio del debate, destituyó al ministro de finanzas y presidente del FDP, Christian Lindner.
Horas después todos los ministros liberales renunciaron a sus cargos y Scholz anunció que se someterá a una votación de censura en enero próximo, dos días después de la asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. La previsible derrota de Scholz abre la posibilidad de convocar a elecciones anticipadas en marzo próximo.
En las próximas elecciones se verá también qué fuerza tienen el partido de ultraderecha AFD y una nueva agrupación de izquierda, BSW, que, sin embargo, coinciden en un punto: su crítica a la participación alemana en la guerra de Ucrania. Mientras el objetivo oculto del debilitado SPD es volver constituir una “gran coalición” con los democratacristianos de la CDU, el esquema que gobernó Alemania por la mitad de este siglo.
La disputa interna en el gobierno se había agudizado durante el verano boreal, cuando Lindner negó el financiamiento en el próximo presupuesto a una serie de iniciativas promovidas por los socialdemócratas y Los Verdes.
Y hace una semana, el ministro hizo filtrar un memorándum en que exigía un giro total en la política económica, con un mega ajuste fiscal y rebajas de impuestos a las grandes empresas. El ultimátum, apenas velado, obedece a la necesidad de la FDP de sobrevivir electoralmente. Las encuestas lo muestran por debajo de la barrera del 5% que permite que mantenga su presencia en el parlamento.
Los liberales tampoco han ocultado su intención de hacer caer el gobierno de Scholz y aspirar a una coalición con los democratacristianos de la CDU, actualmente en la oposición.
El recorte del gasto y de los ingresos fiscales significaría, en efecto, un giro fundamental en el papel de Alemania en el mundo. Su economía, basada en la exportación de manufacturas avanzadas, depende del apoyo financiero estatal, con subsidios y protecciones, y del rol hegemónico de Alemania en la Unión Europea.
Todo eso, por supuesto, requiere de dinero, mucho dinero.
La victoria de Trump precipitó la decisión. La Unión Europea ya se prepara para una guerra comercial con Estados Unidos. Sus funcionarios en Bruselas ya han elaborado planes para responder con la misma moneda a las amenazas de Trump de gravar las importaciones de productos de la UE.
El único problema es que ese enfrentamiento golpea principalmente a Alemania, quien debe buscar un equilibrio entre la conservación de sus mercados internacionales y su rol dominante en la UE. Por ejemplo, las recientes sanciones europeas en contra de la industria automotriz china buscan eliminar a los competidores en el mercado de los vehículos eléctricos. Pero son fabricantes alemanas los que venden la maquinaria para producirlos.
Ese problema no tiene una solución evidente.
Lo mismo ocurre con la participación alemana en la OTAN y su involucramiento en la guerra de Ucrania. Mientras Los Verdes pujan por escalar el conflicto, el SPD de Scholz ha intentado limitar la escalada, a la vez que promueve una política de armamentismo y de expansión de sus propias Fuerzas Armadas.
Alemania, en efecto, ha sido el principal perjudicado con las sanciones en contra de Rusia, impuestas por Estados Unidos y la UE. De un momento a otro, perdió el acceso estratégico al suministro energético proveniente desde Rusia. Estados Unidos, incluso, recurrió a un acto de sabotaje a gran escala para destruir el gasoducto submarino Nordstream II, que unía la localidad rusa de Ust-Luga con la ciudad alemana de Lubmin.
Las consecuencias han sido un súbito aumento de los costos de producción industriales que han golpeado a los grandes consorcios alemanes. De hecho, Alemania es la única nación del G-7, que agrupa a las grandes potencias económicas occidentales, que está y seguirá en recesión.
La postura de Trump con respecto a la guerra de Ucrania es difícil de prever en su faz concreta. ¿Presionará a Ucrania y Rusia para que suscriban un cese al fuego “congelando” la actual línea del frente? ¿Propondrá negociaciones para un acuerdo global de paz? ¿Continuará, a pesar de sus promesas, la actual política de la administración de Biden? No se sabe.
Lo que sí está claro es que Trump quiere reducir el gasto de Estados Unidos en el conflicto y traspasar esas cuentas a sus “socios” europeos. Y el primero de ellos es Alemania.
Tres años aguantó el débil gobierno de Scholz y su coalición. Bastaron un par horas de Trump para que ese endeble edificio político colapsara… finalmente.