Luego de una campaña de atentados terroristas, asesinatos y bombardeos aéreos en contra de la población civil, Israel informó de una invasión terrestre “limitada” en el sur del Líbano. Se extiende así el arco de las guerras imperialistas en el mundo. Ese proceso mortífero no se detendrá, mientras no se termine con un sistema que lleva la guerra y la muerte en sus entrañas.
La campaña israelí en contra del Líbano fue precedida por atentados terroristas que fueron glorificados por medios occidentales, al igual que el asesinato de importantes dirigentes del movimiento chiíta Hizbolá en Beirut.
Los ataques ocurrieron en medio de negociaciones por un cese al fuego en Gaza, que involucraban a diversos gobiernos y, por cierto, a Hizbolá, que se enfrenta regularmente con las fuerzas israelíes en el sur del Líbano. La provocación israelí devela que esas conversaciones, encabezadas por Estados Unidos, fueron una treta para preparar la ofensiva y aumentar la confusión y el impacto psicológico de sus acciones de terror.
El despliegue de tropas en tierra ha sido descrito por el gobierno israelí como una operación “localizada” cuyo objetivo sería destruir la “infraestructura” de Hizbolá en el sur del Líbano. Detrás de esas afirmaciones está el interés inmediato de Israel de conquistar parte del territorio libanés, del cual fue expulsado en la guerra de 2006 por las fuerzas de Hizbolá.
Pero, sobre todo, refleja la intención extender las prácticas genocidas que practica en Gaza a otras zonas de la región. La escalada ha sido recibida con silencio por los gobiernos occidentales. Washington hizo saber que habría, durante el fin de semana, “persuadido” a sus clientes israelíes de limitar su proyectada invasión al Líbano.
Sobre todo desde el inicio del castigo a los habitantes en Gaza hace un año, Washington y sus aliados han cultivado la pretensión de que Israel actúa con autonomía y que sólo puede ser “frenado” ocasionalmente por quienes le proveen de apoyo militar y político.
En esa escenificación cae también el hecho de que la agudización de la campaña de expansión territorial y aniquilación humana coincide con el interregno político en Estados Unidos, debido a la campaña electoral.
Esa actitud oculta tras las manos asesinas del Estado sionista los verdaderos promotores de la extensión de la guerra imperialista.
Contrario a las suposiciones de muchos observadores y analistas, el foco de la actual campaña no es, en este momento, Irán, que es descrito como una potencia que provoca la “desestabilización” en todo el Medio Oriente.
Se trata, al contrario, de un intento de volver a agitar las llamas de la guerra en Siria, debilitando su flanco occidental, el Líbano. La zona de concentración de tropas israelíes se ubica a sólo 60 kilómetros de Damasco, la capital de Siria.
No obstante, el sentido de la conflagración actual se inscribe no en los choques regionales que sacuden al mundo, sino en una guerra imperialista de alcance mundial.
Y ningún país puede considerarse verdaderamente a salvo de sus consecuencias. La guerra, en medio de la crisis mundial del capital, se convierte una vez más en la sanguinaria herramienta del sistema.