La narco-burguesa

Marcela Cubillos dobló su sueldo…, perdón, su apuesta. No le importa un comino lo que digan de ella ni de su mega sueldo. Sólo los muertos de hambre reclaman en contra de los 17 millones. Ella, sostiene, goza de la “libertad de trabajo” y de “contratación”. He aquí un malentendido.

27 de septiembre de 2024

Nosotros culpamos a los profesores. Sólo a ellos se les ocurriría tomar la noticia del casi millón de dólares, en total, que le pagó una universidad privada a Marcela Cubillos como algo literal.

Es comprensible que los profes, tan esforzados y tan maltratados al mismo tiempo, piensen así. Ellos saben bien cómo se los friegan todos los días. Con el sueldo, con las condiciones laborales, con todo el sistema educativo. Y, al mismo tiempo, son los que dicen que todo eso es una vocación por enseñar.

De ahí que no sea raro que ellos crean que los 17 millones que pagaba la Universidad San Sebastián todos los meses a nuestra Margaret Thatcher criolla (es igualita, excepto en la famosa simpatía de la original), sea un sueldo.

Noooo, queridos maestros.

Si eso no es un sueldo. Es otra cosa.

No vale la pena que comparen cuanto trabajan ustedes con la plata que se lleva la Cubillos.

Menos corresponde que los académicos universitarios salgan ahora con que ellos sí tienen doctorado, artículos en revistas peer-reviewed indexadas, investigaciones internacionales, simposios, seminarios, congresos y centenares de power-point para explicarles a sus alumnos la cacha de la espada, y que, pese a eso, sólo les pagan dos o tres millones.

Nooooo, pues.

Nada que ver.

Para empezar, Marcela nunca le ha trabajado un solo peso a nadie.

Eso no tiene que ver con que sea floja o industriosa.

Se debe a que es burguesa.

La plata que reciben los burgueses viene directamente de las ganancias que ellos extraen de los que sí trabajan para generarlas, directa o indirectamente.

En el caso de Marcela, pertenece a la segunda categoría. Ella es hija de un señor llamado Hernán Cubillos Sallato, de los ricachones de Viña del Mar. Antes de dedicarse a los negocios, Cubillos entró a la Escuela Naval y obtuvo el grado de teniente. El hecho de que su padre fuera el comandante en jefe de la Armada, claramente, no fue un obstáculo para su avance.

Muy joven, obtiene un puesto directivo en Cementos Melón, antes de dar el salto, sin transición, a la cima del grupo Edwards, propietario de El Mercurio.

Si alguien quisiera saber, por curiosidad, quién era el hombre que sale en los cables desclasificados de la CIA como aquel que recibía las millonarias dádivas de Estados Unidos para conspirar en contra de la elección de Allende, realizar sabotajes y actos terroristas, y preparar el golpe, y cuya identidad fue, convenientemente, ocultada con gruesos trazos negros en los documentos oficiales, la respuesta es Hernán Cubillos.    

Este traidor a la patria, asesino y chupasangre, por darle la calificación más precisa a sus actividades, fue nombrado canciller por Pinochet en 1978, cuando ya había abandonado El Mercurio y se había convertido en una de las figuras más importantes de la secta religiosa Opus Dei en Chile.

Su carrera en la dictadura tuvo un abrupto fin en 1980. Entonces, Pinochet viajó rumbo a Filipinas, para una reunión con su colega tirano Ferdinand Marcos. A medio camino, durante una escala en Fiji, sin embargo, la delegación fue notificada de que Marcos tenía “asuntos importantes” que atender y que la visita oficial debía ser cancelada.

Humillado, Pinochet regresó a Santiago y echó, con escándalo, al ministro Cubillos. Quizás, con algo de razón: el cambio de parecer de Marcos obedeció a una orden de Washington y Cubillos, eso Pinochet lo sabía bien, era un suche de los gringos.

Los criminales también son humanos: Hernán y Marcela

Al defenestrado Cubillos no le quedó otra que dedicarse a los negocios: la CCU, Chiletabacos, banco BCI… etcétera.

¿A qué vamos con todo esto? Dos cosas: su hija Marcela no necesita trabajar para asegurarse un sustento, lo que debiera ser obvio. Ya que ella es una representante auténtica, genuina y, debiéramos decir, fiel, de la burguesía chilena en su forma más tradicional.

Por eso, cuando la pillaron con las manos en la masa, apareció frente a la prensa como si fuera lo más normal del mundo: “¿es un muy buen sueldo? Sí. ¿La política de remuneraciones la fija la Universidad San Sebastián? Sí. Vuelvo a decir, no sé qué pretende la izquierda ¿que sean ellos quienes fijen los sueldos cuando uno trabaja en una institución privada?”, escupió.

Lo que a muchos les parecerá una actitud prepotente -“ay, ya, te vuelvo a decir, ya he respondido las preguntas completas”, le echó la choreada a una periodista- para Marcela es su estado normal.

O, quizás, sí esté un poco ofendida de que alguien pudiera pensar que ella hace algo a cambio de un sueldo, no importa cuán alto, como los rotos.

No, profe, no son un sueldo las platas de la Marcela.

Son una coima.

No es lo mismo.

Sin embargo, hay un problema.

Como muchos burgueses, Marcela Cubillos sufre de una interpretación ideológica, es decir, distorsionada, de la realidad. Ella cree que su negocio en la USS está cubierto por, como ella dijo, “la libertad de contratación” en la que no debería meterse “la izquierda”. En otras palabras, está protegida por la propiedad privada.

Pero ahí es donde se equivoca.

Resulta que la burguesía es la clase dominante de las sociedades capitalistas. Pero los burgueses ya existían antes de que ese capitalismo se desarrollara y expandiera, por cierto, bajo las banderas de la “libertad de trabajo, libertad de contratación y propiedad privada”.

Pero una cosa es la idea que se hacen los burgueses de sí mismos y de las sociedades que dominan, y otra, como éstas realmente funcionan.

Porque, bajo el capitalismo, lo más importante no es la propiedad privada, en general. Por ejemplo, la propiedad privada de los trabajadores, los capitalistas se la pasan por el proverbial aro, cuándo y cómo quieren.

Lo que cuenta para el capital es otra cosa: es la ganancia.

Y que Cubillos “gane” más que un profesor promedio, no es un asunto privado, en que nadie debe meterse.

No.

Es un delito.

Y lo que Cubillos no ha considerado, es que es un delito, no en un sentido social -que lo es también- sino legal. Ella debiera saberlo, como académica y profesora del Derecho.

Bajo el capitalismo, no es delito que una empresa le pague sueldos de hambre a los trabajadores que producen las ganancias de sus dueños. No existe ley alguna que lo prohíba y lo sancione.

Sin embargo, si una empresa les paga a sus trabajadores más que lo que dicta el mercado, sin que eso se justifique directamente por las ganancias que obtienen o esperan obtener, estamos ante lo que se llama un delito económico: en el caso de Cubillos, por lo pronto, lavado de dinero.

A Marcela no le sirve argumentar que ella pagó los impuestos a la renta por las coimas políticas que recibió mediante la fachada de la USS. Eso es, exactamente, el blanqueo del dinero sucio.

Es posible que la fiscalía no quiera investigar de dónde salió toda esa plata sin justificar. Pero eso se debe a otras razones, principalmente, a la forma concreta que tiene el régimen político dominante en Chile.

Pero, no hay que confundirse, también es posible lo contrario, o sea, que sí empiecen a ver cuál es la ruta del dinero.

Y la única que no se ha dado cuenta de ese detallito es Marcela Cubillos.

Es que es de otra época, la Marcela.

Se cree burguesa, pero no quiere reconocer que también es narco.