De azul a rojo, para ser más precisos. Luego de una década y media de desastres, finalmente los ‘tories’ dejan el poder. En su reemplazo, asumirá, con una cómoda mayoría, el Partido Laborista que ya prometió que continuará las políticas ruinosas de los conservadores.
Los resultados de las encuestas de boca de urna, generalmente fiables, dan a los laboristas una ventaja de 170 escaños sobre el Partido Conservador en la Cámara de los Comunes, el parlamento británico.
La victoria es menos impresionante que las predicciones de las últimas encuestas y la derrota conservadora menos catastrófica que lo anticipado. De hecho, el revés electoral de los ‘tories’ se explica, en una parte importante, por la división de su base electoral debido al surgimiento del partido derechista Reform UK.
Esa colectividad podría, incluso, obtener equipararse en votos, a nivel nacional, a los conservadores, pero es dudoso que pueda conquistar muchos escaños bajo el sistema electoral mayoritario; las encuestas le asignan sólo 13 diputados, frente a 131 de los conservadores.
Reform UK es el continuador del anterior Brexit Party, que en las elecciones de 2019 se centró en debilitar al Partido Laborista, que no pudo fijar una posición común sobre la implementación del Brexit.
Entonces, los adversarios internos del líder laborista Jeremy Corbyn agitaron la consigna de revertir el referéndum del Brexit, celebrado en 2016; una postura muy impopular, incluso entre la mayoría de los partidarios de permanecer en la Unión Europea.
Irónicamente, Keir Starmer, el próximo primer ministro, fue entonces uno de los principales impulsores de esa perjudicial estrategia. Ahora, Starmer, un político que despierta escaso entusiasmo, a diferencia de su modelo histórico, Tony Blair, promete que el Reino Unido no volverá a la UE “mientras él viva”.
El nuevo gobierno ya ha anunciado que continuará con su política belicista en Ucrania y el apoyo político y material a la campaña de masacre israelí en contra de los palestinos. Del mismo modo, se comprometió a continuar con las políticas de austeridad y de privatización de los servicios públicos, especialmente el de salud, llevada adelante por los tories.
Así, no es raro que, el día antes de los comicios, Starmer recibiera la bendición política del magnate de las comunicaciones Rupert Murdoch, mediante una declaración de apoyo del reaccionario tabloide The Sun. Esos gestos, en la política británica, significan el visto bueno de la clase dominante.
Los laboristas enfrentarán a una oposición disminuida. No sólo en la derecha, sino también en su propio campo político: el Partido Nacionalista Escocés que dominaba ese país del norte de la isla británica, quedó sumamente debilitado debido a pugnas internas. Sólo obtendría 10 escaños, una baja sensible frente los 48 conquistados en 2019. Los cupos perdidos se los engullirían los laboristas y los liberales, furiosamente unionistas, o sea, contrarios a la independencia de Escocia.
Los resultados reales sólo se conocerán este viernes, debido al parsimonioso ritmo del conteo de los colegios electorales, que realizan su tarea durante toda la noche.
Entonces, se conocerán también los resultados de algunas carreras significativas, por ejemplo, en el distrito de Islington Norte, en Londres, en el que se presenta como independiente Jeremy Corbyn, o en otras ciudades en que se postulan, con posibilidades de ganar, candidatos contrarios a la política imperialista del Reino Unido.
Lo que está claro es que, aun sin los decadentes conservadores, la crisis secular del Reino Unido continuará bajo la nueva administración. Y el gobierno laborista deberá ingeniárselas para detener las movilizaciones populares que deberá enfrentar.