El nuevo paro general, convocado por las centrales sindicales argentinas, prescindió, esta vez de marchas y movilizaciones. Aun así, logró una alta adhesión. El jueves pareció un domingo anticipado. Pero el éxito de la medida no hace mella en el gobierno de Milei. Habrá que moverse.
Las calles vacías de las grandes ciudades argentinas daban cuenta de uno de los factores principales del paro: la eficacia de la detención de las actividades del transporte público. En Buenos Aires, los trabajadores del Metro trasnocharon para impedir la salida de los trenes. Las líneas de buses que se aventuraron a cumplir con su recorrido, lo hicieron con las micros vacías.
Las pérdidas económicas fueron estimadas en 500 millones de dólares.
La adhesión a la huelga en el sector industrial fue significativa, pero desigual. Varios de los jefes sindicales hacen negociados aparte con los empresarios y el gobierno.
En los días previos, los ministros de Milei habían intentado en vano desactivar el paro. Luego de la jornada, se sintieron defraudados. “Menos cafecito, más látigo”, sería la ahora consigna en el gobierno, según consignó el diario Clarín citando a un “interlocutor de extrema confianza del presidente”.
El paro de este jueves se suma a las masivas marchas en defensa de la educación universitaria. Sin embargo, ninguna de esas movilizaciones ha hecho retroceder los planes del gobierno que ha logrado avances parciales en la tramitación de sus mega paquetes de leyes en el Congreso.
A pesar de los discursos, los opositores a Milei ven en riesgo al conjunto del régimen. Y saben que su gobierno se mueve frente al precipicio. Hoy mismo se conoció que los capitales estadounidenses que son acreedores de la deuda estatal en el sector eléctrico denunciaron, ante el FMI y la administración de Biden, el plan de pago diseñado por gobierno, con bonos de largo plazo, como una “ruptura de contrato”.
La compañía Cammesa, que administra el mercado mayorista de electricidad del país, recibió transferencias del fisco por más de 700 millones de dólares desde que asumió Milei. Pero los costos de la operación serían de casi 3 mil millones de dólares en el mismo período. Y los gringos quieren esa diferencia ya. No confían en los bonos argentinos. Y aumentan la presión por más alzas a las tarifas de los usuarios finales, que ya llegan a hasta un 175%. Y sumando.
Y ese sólo uno de los infinitos flancos que enfrenta Milei, además de los que él mismo abrió.
Va quedando claro para los trabajadores argentinos que, para alejarse del precipicio, simplemente, van a tener que moverse ellos, con sus propias metas, sus propios métodos.